Capítulo 7: ¿Anticipos?

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CAPÍTULO 7: ¿ANTICIPOS?

Los retos de la vida no están ahí para paralizarte, sino para ayudarte a descubrir quién eres. 

Bernice Johnson Reagon

  

Dejé que el agua casi hirviendo de la ducha resbalara por mi piel, arrastrando con ella esa confusión que se había hecho con el control de mi mente.

Me habían advertido de que aquello podía suceder pero de poco me había servido. Traté de poner freno a todos los pensamientos que se agolpaban en mi cabeza sin éxito alguno.

¿Qué estaba sucediendo? ¿Cómo había podido producirse aquel rotundo cambio en menos de 24 horas? ¿Era solo el anticipo de lo que aún quedaba por venir?

De repente sentí como si una pieza de hielo recorriera mi columna de principio a fin. Giré el grifo más aún hacia la parte roja para hacerme ver que aquella sensación de frío no era real. A los pocos segundos una espesa nube de vaho me envolvía por completo y la humedad prácticamente se podía palpar. Corté con desgana el agua y cogí la toalla que había colgado sobre la mampara. Esta se encontraba totalmente empañada por el vapor, pero me pareció distinguir la silueta de una persona al otro lado.

Abrí rápidamente la puerta del plato de ducha. No vi nada, pero el corazón seguía latiéndome con fuerza.

Salí del cuarto de baño sin contemplaciones, medio desnudo, dejando un rastro de gotas de agua a mi paso. Nada. Tampoco en el resto del apartamento noté ninguna cosa fuera de lo normal.

A ese paso, si las cosas seguían así, en un par de días acabaría perdiendo la cordura. Sin embargo, cuando ya me iba de vuelta al aseo una idea nada disparatada pasó por mi mente: “¡La pistola!”.

Cogí el abrigo que yacía sobre la cama y me apresuré a buscarla en uno de sus bolsillos interiores. 

—¡Maldita sea!  —exploté con furia a los pocos segundos.

Estaba por señalar aquella fecha en el calendario. Sin duda, ese era mi día de la mala suerte. 

“Venga, ¿qué más?”, me preguntaba con frustración.

Estaba congelado. En parte por estar allí, en mitad de aquel apartamento frío de narices, empapado hasta los huesos. Pero tampoco había duda alguna de que la rabia y la impotencia aportaban su granito de arena para reforzar más si cabe aquella sensación.

Me senté en el filo de la cama, sin saber muy bien qué hacer. 

De repente, como si hubiera sido iluminada por un cálido rayo de luz divina, mi vista se dirigió a la bolsa de deporte que se encontraba a los pies de la mesa del comedor.

No tuve que buscar mucho, pues yo mismo había guardado allí el arma apenas unas horas atrás. Había decidido esconderla entre mi ropa antes de guardar la bolsa en la taquilla del gimnasio, quizás uno de los lugares menos inseguros del centro.

El tacto con el frío acero consiguió tranquilizarme un poco. No había nada de lo que preocuparse, solo que me estaba volviendo paranoico.

Emití un profundo suspiro y me encerré de nuevo en el cuarto de baño. Esta vez con el arma dentro. Por suerte aún se había conservado parte de la humedad y poco a poco fui entrando en calor.

Miré el rostro que se reflejaba en el espejo, pero no me reconocí en él. Había temor en aquellos ojos que se escondían detrás del cristal.

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