Capítulo 37: Degustando la amarga realidad

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CAPÍTULO 37: DEGUSTANDO LA AMARGA REALIDAD

Nada induce al hombre a sospechar mucho como el saber poco.

Francis Bacon


La muchacha entró en el edificio con paso decidido aunque al llegar a la sección de Antiterrorismo se le formó un nudo en la garganta recordándole que no había tanta seguridad en ella como la que creía tener. Estaba removiendo demasiado las cosas sin dejar ni siquiera que su cabeza descansase unas pocas horas y sabía que aquello tendría sus consecuencias, aunque en ese momento no le preocupasen lo más mínimo.

Irene atravesó las puertas de cristal que daban comienzo a las instalaciones de la Brigada 1 y se dirigió a la sala donde se encontraban los puestos de trabajo de los agentes pertenecientes a aquella Unidad. Aunque ella no trabajaba allí, Óscar le había enseñado en alguna ocasión dónde se encontraba el pequeño despacho que le habían asignado y, por primera vez, iba a sacarle utilidad a aquella información.

Varios agentes que se encontraban trabajando frente a sus pantallas de grafeno la miraron con ceños fruncidos al ver a una completa extraña curioseando por allí. Ella hizo como si no hubiera reparado en ellos y se acercó a la mesa de Óscar. Todo seguía como si él sólo se encontrase de servicio en algún rincón de Madrid y fuera a regresar cuando finalizase su jornada.

La muchacha pasó la mano por la chaqueta que se había dejado en el respaldo de su silla y temió que las emociones pudieran volver a traicionarla. Sin embargo, no fue así. Ninguna lágrima se asomó ni siquiera con disimulo a sus ojos. Parecía como si su propio cuerpo fuera consciente de que no podía malgastar energías en seguir dejándose llevar por la tristeza, que había algo más importante que en ese momento iba a requerir su completa atención.

—¿Irene? —la llamó una voz cargada de sorpresa.

Era Emma, una de las compañeras con las que mejor se había llevado Óscar durante su tiempo en aquella Unidad. La había visto en el velatorio la noche anterior y en ese mismo momento se disculpó de antemano por no poder asistir al entierro dado que tenía primer turno y con todo el lío del intento de atentado estaba la Unidad al completo revolucionada y todos los agentes eran más que imprescindibles.

La joven había entrado en el centro casi simultáneamente a cuando lo hizo Óscar y había compartido con él largas horas de trabajo. Muchas veces Irene había bromeado con él mostrando su reticencia a que compartiera tanto tiempo con una compañera de tan buen ver. Su ascendencia nórdica quedaba muy acentuada en sus rasgos y su complexión, pero lo que más había valorado Óscar en ella era su carácter reservado y a menudo un tanto brusco con aquellos que se pasaban de confianzudos. En cierta forma le recordaba a él mismo y por eso ambos habían congeniado de inmediato a la perfección.

—Hola, Emma... —atinó a decir.

—¿Pero qué haces tú aquí? Te hacía en el cementerio aún...

—No, el funeral ya ha acabado y como me dijeron que todavía quedaban aquí algunas pertenencias de Óscar he decidido venir a recogerlas... —le respondió soltando la excusa que había ideado durante su camino hasta allí para que su presencia en la Unidad de Antiterrorismo estuviera, en cierta forma, justificada.

—Sí, con todo lo del aviso bomba no damos abasto y no hemos podido terminar de empaquetar sus cosas... —le explicó Emma mirando hacia la mesa de su excompañero—. Pero no hace falta que lo hagas tú, en cuanto acabe mi turno me pongo yo misma a ello y te las llevo a casa.

—No te preocupes Emma, estoy bien. Con todo el lío que hay montado te pueden hacer hasta doblar turno y no tienes ninguna necesidad de estar pendiente de esto también.

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