Concurso WattVengers (Walloween 2014)

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Dicen que el Día de Todos los Santos recuerda a la gente su cita pendiente con el cementerio, el momento de traer a la mente de nuevo a aquellos que fallecieron y que yacen olvidados entre cipreses.

Dicen que ese día el Campo Santo deja atrás su silencio, sus sombras, su misterio, su soledad. Gracias al amanecer de un nuevo uno de noviembre se permite que, un año más, se rompa la monotonía, al menos durante veinticuatro horas. Multitud, bullicio, vida, al fin y al cabo...hasta que el sol vuelva a ocultarse.

Dicen que ahí fuera las personas celebran una especie de fiesta la noche anterior. Halloween la llaman. Se trata de hacer presentes a espíritus, demonios, seres oscuros con los que se puede jugar a sentir miedo, liberar adrenalina o simplemente divertirse. ¿Reírse de la muerte? Extraña cuestión. Sobre todo cuando es un suceso tan imprevisible.

Sin embargo, al día siguiente todo el mundo parece haber vuelto a la normalidad. Incluso dejan de creer en esos seres del más allá a los que hacía unas pocas horas habían querido imitar.

Nadie se pregunta qué sucede cuando el Día de Todos los Santos llega a su fin. Cuando el chirriar de las verjas del cementerio deja paso de nuevo al lúgubre silencio...

Esa noche mis pasos suenan más de lo permitido por los pasillos de los nichos. Es como si hubiera entrado tarde a un recital y los espectadores me mirasen con recelo. Se respira tensión en cada uno de los rincones del recinto. Hoy incluso apago la linterna y agarro las llaves con la mano para evitar molestar más. Sé que ha sido un día muy doloroso para la mayoría de los allí presentes. Yo también les acompaño en el sentimiento aunque evite dárselo a conocer. Y es que cada uno de noviembre el muro entre vivos y muertos se hace más palpable. Ya no vale creer que estás en un sueño porque puedes ver que las personas a las que amas están ahí fuera, a tan pocos centímetros de ti, pero tras un cristal blindado que nunca podrás atravesar.

Estamos en el año 2063, la mayoría de los cementerios están siendo reestructurados para poder acoger a todas las almas fallecidas que, en las últimas décadas, han quedado más tiempo del acostumbrado en el purgatorio. El porqué de este reclutamiento aún se desconoce, incluso para mis superiores. Quizás sea fruto de su época o simplemente casualidad, pero lo cierto es que la mayoría tiene más dificultades para ver la llamada Luz o la Entrada al descanso eterno.

Hoy su desasosiego es más evidente. Aún desconocen el camino que les conduzca al descanso eterno y prefieren afanarse a la vida que perdieron.

Yo me conformo con que sepan contenerse bajo tierra, aunque sus aullidos se entremezclen con el lamento del viento otoñal.

Mantener el orden, esa es mi misión. Un trabajo que no elegí pero al que no puedo abandonar.

Mi nombre es Gabriel Fontana, aunque se podría decir que llevo décadas sin escuchar a nadie pronunciarlo. Ni siquiera mis superiores me llaman por mi nombre de pila. Solo lo hicieron una vez y fue para asignarme este puesto, al que estoy encadenado de por vida.

Frontera me llaman ahora. Más intuitivo para muchos, dada mi condición y trabajo.

Aquel día no solo perdí mi nombre, sino que también tuve que dejar atrás mis sueños, mis ilusiones, mis seres queridos. Mi propia vida...Todo por ser uno de ellos. Desconozco los motivos por los que me destinaron allí, pero solo ahora puedo ver aquellas guardias por el Campo Santo como un mero anticipo de todo lo que se avecinaba sobre mí y los que me rodeaban.

Aprovecho la soledad de aquel día, para acariciar a mi querida y fría compañera. La saco del cinturón de mi pantalón y dejo que la luna llena potencie su brillo metalizado. La deposito en mi regazo y la contemplo con pasividad otra vez más. Deslizo mis dedos por sus líneas rectas deteniéndome en la inscripción del lateral grabada en hebreo: "Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos".

Misericordia, una palabra tan difícil de comprender como de llevar a tu propia vida. Una palabra que no solo debía estar grabada en aquella pistola sino también en la mente de su portador. Aquel arma de acero divino podía matar a los que ya habían muerto. Un simple toque al gatillo y acabaría con cualquier alma descarriada.

Pero jamás debía olvidar que yo, el Frontera, debía ser juez misericordioso. Saber distinguir entre las ovejas que se habían perdido por propia voluntad de las que se extraviaban por su desesperación y desasosiego. Debía dejar de verlas a todas como simples ovejas negras y distinguir así toda una escala de grises en cada una de ellas.

Nunca podré evitar preguntarme por qué me escogieron a mí, un muchacho que no sabía nada de la vida, de juicios o de actos heroicos. Ni siquiera puedo decir cuántos días, meses o años me estuvieron formando, pero tengo la plena certeza de que de allí salió un nuevo Gabriel Fontana.

Un escalofrío me saca de mis pensamientos, pero lejos de incomodarme sonrío para mis adentros, pues conozco bien esa sensación. Me agacho para recoger unas flores que se habían caído de una de las sepulturas sin girarme siquiera hacia esa figura que se desdibuja detrás de mí.

-Hoy no han venido -dice en apenas un susurro.

-Yo sí lo he hecho, ¿no? -le respondo dándome la vuelta, tratando de mostrar mi lado más amable.

Allí está aquel pequeño ser, indefenso, con una mirada tan profunda como triste que consigue encogerme el alma. ¿Cómo se puede permitir que tan solo una niña pudiera pasar por aquella situación? Su rostro no es más diferente que el de alguno de los pétreos ángeles de los mausoleos.

-Tú siempre estás aquí. Eso no me consuela -me confiesa irritada y, sin darme tiempo a reaccionar, se desvanece entre las sombras.

Suspiro y continúo con mi paseo sin rumbo.

Dicen que hay vida después de la muerte, pero nunca nadie aseguró que fuera sencillo de conseguir.

De eso sí doy fe.

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