Bueno, aquí os traigo una nueva entrega de esta peculiar historia. Espero que sea de vuestro gusto y que me transmitáis vuestra opinión sobre este nuevo personaje que ha entrado en escena... XD (Os dejo a la derecha una imagen que lo caracteriza en cierta forma). ^^
NOTA DE ATENCIÓN: Estad pendientes de los cambios de tipografía del texto. En cursiva se habla desde el punto de vista de Gabriel, tal y como se venía haciendo hasta ahora, pero en texto normal aparece otro tipo de narrador. Que no haya confusiones, ¿eh? ;)
Me costó decidirme con el Soundtrack del capítulo, pero al final logré encontrar uno. Creo que le da a la escena ese matiz de ingenuidad/sorpresa que necesita. ¿Qué os parece? ^^
CAPÍTULO 2: UN REPENTINO ECLIPSE LUNAR
Cuanto más planifique el hombre su proceder, más fácil le será a la casualidad encontrarle.
Friedrich Dürrenmatt
El agudo tono del timbre también sobresaltó a Vera, una joven de unos veintipocos años y de complexión más bien menuda, que había tocado aquel interruptor pensando que así se activaría la luz del rellano.
Después se dio cuenta de que el interruptor que de verdad buscaba se encontraba en la pared opuesta, junto a las escaleras.
—Genial, empiezo bien —masculló la chica, incapaz de controlar su más que evidente enfado.
Estaba inquieta, comprensible al fin y al cabo, pues llevaba en aquel edificio más de una hora esperando al dueño del apartamento. Había tratado de hacer tiempo subiendo sus dos maletas y algunas cajas los cinco pisos de escaleras. Parecía que la apreciación formulada el primer día que se montó en ese antiguo ascensor, había sido tremendamente acertada. No solo tenía la pinta de estropearse con facilidad sino que de hecho en aquel fatídico día no funcionaba.
En resumen, después treinta y cinco minutos y varios viajes para arriba y abajo, finalmente Vera había conseguido concentrar todas sus pertenencias alrededor de la puerta de su futura vivienda.
Desde que la destinaran a Madrid no se había parado a buscar alojamiento con calma, pero no quería seguir viviendo a expensas de sus amigos que habitaban en la capital.
Aquella oferta que había caído en sus manos parecía haber bajado del cielo. Aunque no se trataba de un piso en la zona reformada de Madrid, el precio del alquiler era más que adecuado para su actual economía doméstica. Sin embargo, a la vista de las circunstancias, parecía que cerrar el trato no iba a ser tan sencillo como fue encontrarlo.
Había quedado aquel domingo once de noviembre con el propietario del apartamento para que le habilitara la entrada al que sería su nuevo hogar. Pero por alguna razón, del dueño no había rastro y tampoco tenía manera alguna de contactar con él. Con la precipitación se le había pasado por alto pedirle su número de móvil.
Se sentía impotente ante tal situación pero pocas alternativas tenía ya. Se sentó en una de las cajas emitiendo un largo suspiro. Miró por undécima vez la pantalla de su dispositivo. Ninguna notificación.
Por lo menos parecía que no había incordiado al vecino, tenía toda la pinta de encontrarse fuera de casa. Habían pasado ya varios minutos y nadie había abierto la puerta.
Decidió fijar media hora más de margen y si no llegaba el casero recurriría al comodín del público o en ese caso, de su amiga Irene.
Hurgó en los bolsillos de su abrigo en busca de guantes y sacó de nuevo el gorro de su bandolera. Aún le costaba hacerse a la idea de que en aquella ciudad el otoño parecía no existir. Aunque la verdad es que en esas últimas semanas el tiempo había empeorado de manera generalizada. Una ola de frío había invadido gran parte del país, no solo a Madrid.
***
Solo llamaron una vez. No más insistencia. Tenía toda la pinta de una equivocación.
Además, yo nunca recibía visitas, al menos no de esas que tocan al timbre antes de entrar.
Miré el reloj: las seis y media de la tarde. Todavía me quedaban un par de horas antes de comenzar mi jornada. Me di media vuelta y traté de conciliar ese sueño que escapaba de mí como la típica lagartija de verano.
No sé cuantos minutos transcurrieron desde el inicio de todo, pero al final terminé levantándome. Si la visita era para mí, todavía seguiría allí.
Mentiría si dijese que no me sorprendió la escena que contemplé a través de la mirilla: una muchacha y un montón de cajas habían invadido la entrada de mi apartamento.
Hasta entonces había vivido solo en aquella planta, pero parecía que aquello iba a cambiar.
Dudé unos instantes antes de abrir la puerta, pero finalmente lo hice. La joven se sobresaltó, quizás ya pensaba que estaba sola en aquel rellano.
—Hola —atinó a decir al tiempo que se levantaba.
—Hola —No me salió otra cosa, lo reconozco, pero aquello me había pillado desprevenido. La miraba fijamente, tratando de buscar en ella una explicación lógica de su presencia allí. Estatura media, delgada, con varios mechones de pelo oscuro que parecían querer escapar de aquel estridente gorro de lana multicolor que le cubría la cabeza.
Silencio. Por si no tenía bastante con el que me perseguía todos los días.
—¿Querías algo? —Mi brusquedad fue palpable, pero mi instinto me pedía acabar cuanto antes con aquella situación.
—Es que confundí el timbre con el interruptor de la luz —Así, sin más. Como si aquello fuera lo más normal del mundo.
La muchacha pareció captar mi incredulidad por lo que se apresuró a matizar su respuesta.
—Fue un despiste —confesó al fin—. La verdad es que estoy algo apurada porque hace una hora había quedado con el propietario de este piso para formalizar el alquiler, pero no aparece…
—Quizás esté en un atasco, este Madrid es lo que tiene. Llámale al móvil —no tenía ninguna necesidad de seguir manteniendo aquella conversación, pero de alguna forma u otra me sorprendí a mí mismo con esa ridícula intervención.
—Ese es el problema, no me dio su número de móvil, tan solo el fijo, que nadie coge. ¿Tú no sabrás por casualidad cómo podría contactar con él? Me dijo que había vivido aquí y que los vecinos le conocían. Se llama Julio Martín.
“Ya está” me dije. “Adiós, tranquilidad, adiós, vida privada”. Ahora iba a tener que lidiar con la típica vecina pesada, cuando por fin le había encontrado el gusto a ser el tipo introvertido y raro del bloque…
—Que yo sepa, ese piso no ha tenido inquilinos desde hace bastante tiempo —le contesté con desgana.
Quizás fue el compendio de su incertidumbre, con la falta de interés de su interlocutor, pero lo cierto es que, la muchacha trató de buscar en el suelo una solución mejor a sus problemas.
—Pero si ha vivido aquí, entonces le conocerá Marisa, la mujer que reside justo debajo —proseguí sin saber por qué estaba aún conversando con aquella joven—. Ella te podrá ayudar mejor que yo. Es la presidenta de la comunidad y tiene a todos los vecinos controlados.
—Vale —parecía ahora más contenta con la nueva información proporcionada—. Muchas gracias. Bajaré a hablar con esa señora a ver si tengo más suerte.
Iba a cerrar la puerta sin más y volver a mi rutina, pero vi que ella parecía esperar una frase de despedida o algo similar.
—Me parece bien —atiné a decir finalmente, aunque aquello sonó con un cierto matiz de “bien por ti”.
—Gracias —me repitió de nuevo y pude ver cómo su gorro multicolor se perdía por las escaleras.
Extraño personaje.
Negué levemente con la cabeza y me adentré de nuevo en mi guarida.
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No quieras volver
ParanormalMadrid, año 2063. Muerte y vida se intercambian desafiando las leyes de la naturaleza. Un pacto amenaza con romper el equilibrio de los días. No existe el control, tampoco el libre albedrío. ¿Qué se esconde detrás de esas personas con las que compa...