Capítulo 50: Confesiones con sabor a sal

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CAPÍTULO 50: CONFESIONES CON SABOR A SAL

Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad.

Confucio


—¿Noa? —Fue la única palabra que pudo salir en ese momento de mi boca.

—La misma —me respondió ella sin perder la sonrisa y sin dejar de mirarme como si aquello también le pareciera irreal.

—Y ahora es cuando aparece alguien diciendo que todo esto es una broma y queda grabada para la posteridad mi cara de tonto en este momento —solté con brusquedad. Estaba confundido, nervioso y sobretodo muy impresionado por la maraña de emociones que palpitaban debajo de cada centímetro de mi piel.

—No creo que mi expresión sea mucho mejor —rió Noa—. Si hace cincuenta años me hubieran dicho que hoy nos volveríamos a encontrar hubiera buscado yo también la cámara oculta.

—Pues no lo entiendo —le confesé.

—¿El qué?

—Que precisamente hace cincuenta años nos despedimos pensando que sólo íbamos a estar separados durante algunas semanas, meses como mucho. Sin embargo, parece que desde el principio tú ya dabas por imposible volver a verme, ¿acaso era yo el único que creía en ese reencuentro? —le contesté intentando que ninguna emoción pudiera hacerse con el control de mi voz. Me había desnudado en cuerpo y mente delante de aquella mujer cuando aún no me habían dado mi cargo como guardián pero en ese instante sentía como si tuviera frente a mí solo a una conocida de la infancia. Por más que intentaba recordar algún gesto de complicidad entre nosotros siempre obtenía el mismo vacío en mi memoria.

La sonrisa de Noa desapareció de su rostro pero sus ojos negros seguían sin apartarse de los míos:

—No, no eras el único. Al principio yo también creía que nos volveríamos a encontrar pero, dime, Gabri, ¿cómo puedes recordar tú nuestra despedida?

—Espera un momento, ¿tú sabías que iba a olvidarlo todo? —Aquella respuesta me había pillado tan desprevenido que no pude evitar que la sorpresa se dejara entrever en mi tono de voz.

—No, yo tampoco sabía que te iban a bloquear los recuerdos de tu estancia en La Fundación, aunque supongo que debí haberlo imaginado —me contestó bajando por primera vez la mirada hacia sus manos que aún tenían la mía entre las suyas—. Cuando te marchaste aquel día para comenzar tu nueva vida como guardián yo también abandoné las instalaciones de La Fundación para volver a acostumbrarme a lo que era pasear entre los vivos y poder llevar a cabo mi misión de encontrar a Samuel lo antes posible. Cuanto menos tardara en dar con él antes podría empezar a buscarte. Sin embargo, cuando regresé a La Fundación, apenas unas horas después, me vi obligada a aceptar la idea de que nos habíamos despedido para siempre.

Durante unos segundos no fui capaz de decir nada. La miraba fijamente como si hacerlo pudiera abrir aquella puerta de mi mente que Ellos habían decidido cerrar por mí. Su nariz afilada, sus labios carnosos, las espesas pestañas negras que enmarcaban y acentuaban la oscuridad de su mirada, su larga y densa melena café, todo en ella me hacía creer que había compartido con ella mucho más que unas simples clases para adoctrinarme como futuro guardián.

—¿Qué fue lo que descubriste? —Conseguí preguntarle al final.

—En realidad yo no descubrí nada —me confesó Noa aún con la mirada baja—. Cuando volví, una de las almas del Comité, el que te eligió como guardián desde el instante en el que naciste y el que te devolvió de nuevo al mundo físico, me contó que se había decidido eliminar cualquier recuerdo que conservaras de tu etapa de formación que no fuesen los principios básicos para llevar tu actividad como guardián. En definitiva, olvidarías por completo a todos aquellos que te enseñamos algo y solo te quedarías con el aprendizaje en sí.

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