Capítulo 24: Sorpresas para todos

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CAPÍTULO 24: SORPRESAS PARA TODOS

Es un hecho importante y conocido que las cosas no son lo que parecen.

 Douglas Adams

Era curioso, pese a no haber sido demasiado creyente durante mi vida anterior, cuando entré en aquella capilla, ajena al bullicio de las otras salas, me invadió una sensación extraña y familiar al mismo tiempo. La luz escaseaba y le daba a la estancia un aspecto mortecino, aunque tampoco contaba con muchos detalles que requirieran una mayor iluminación. Tan solo una cruz central era lo único que adornaba la pared frontal en frente de la cual se encontraba un pequeño altar de mármol blanco.

Anduve con parsimonia y me senté en uno de los bancos de madera oscura a mitad de la sala. Quizás lo que me atraía más de ese tipo de lugares era su aparente invariabilidad durante el paso del tiempo. Todas las religiones tenían sus lugares de culto y habían sido conservados durante siglos sin mayores cambios. La razón de aquello simplemente se escapaba a mi entendimiento.

Emití una larga espiración rompiendo durante unos segundos el pulcro silencio de la capilla. Si no hubiera sentido la presencia de Óscar en aquella sala hubiera podido disfrutar de unos minutos de reflexión, pero no fue así. Solo estaba yo en aquel lugar por lo que podía notar con claridad el halo de frío que emitía su alma. En cambio, esa sensación no era tan evidente cuando me rodeaban otras personas. En esos momentos debía tenerlas a mi alcance visual para darme cuenta de su presencia.

Noté cómo se aproximaba más hacia mi posición hasta quedar justo delante de mí. Le miré fijamente a los ojos pero preferí no decir nada. Él sabía que me había dirigido hasta allí para responder a sus preguntas sin testigos de por medio así que no me hizo esperar lo más mínimo. 

—¿Quién narices eres?—me soltó con brusquedad.

Sus maneras ya me anticipaban que no sería un alma fácil de controlar. 

—Digamos que soy el vigilante de las almas de esta jurisdicción —le contesté sin darle mayor importancia—. Puedes llamarme Frontera.

—¿Vigilante de almas? —repitió como para asegurarse que había escuchado bien.

—¿Quién si no podría estar hablando ahora mismo contigo? —le recordé. Solía pasar, las almas recién llegadas a menudo olvidaban que no tenían un cuerpo físico que les diera presencia y que si yo conversaba con ellas era solo por mi condición.

—¿Y yo qué sé?…¿Un ángel por ejemplo?

No pude evitar esbozar una breve sonrisa.

—¿He dicho algo gracioso? —Estaba más que claro que mi reacción no le había gustado.

—De momento aún no he tenido el privilegio de conocer a ninguno de esos ángeles que mencionas así que no creo que se tomen la molestia de presentarse en el velatorio de un simple mortal.

—¿Y qué se supone que haces tú? ¿Pasearte por los velatorios de tus nuevas almas e inventarte falsas relaciones para entablar conversación con sus allegados? 

—¿Perdona? —me traté de controlar lo mejor que supe pese a aquella indirecta tan exagerada—. Yo que tú cuidaría más esas palabras y, sobretodo, a quién se las diriges.

—Que yo sepa solo me has dicho que eres un vigilante, nada más.

—Tú lo has dicho, eso es lo que tú sabes de momento. Así que mejor será que controles tus impulsos. Todo tiene una explicación —le respondí con seriedad—. No debería de justificarme, pero te diré que Vera resulta ser mi nueva vecina y solo me he limitado a mantener una conversación lo más normal posible. Como supongo comprenderás, no es muy creíble ir diciendo que trabajo como vigilante de almas y que por eso me encuentro en este velatorio.

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