CAPÍTULO 3: CUESTIÓN DE CONFIANZA
Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades.
Miguel de Cervantes Saavedra
Para alivio de Vera, esa tal Marisa le proporcionó el número de teléfono de Julio, no sin antes revelarle sus indagaciones sobre la vida privada del propietario. Era cierto que él no había vivido en dicho apartamento, pero sí en la segunda planta. Se había marchado de la ciudad por cuestiones de trabajo, o más bien por un divorcio que le traía de cabeza.
Pero a la muchacha no le solía interesar los cotilleos sobre la vida de la gente y menos aún en ese momento en el que estaba deseando localizar a Julio para acabar así con aquel aparente malentendido. Además no podía quitarse de la mente aquel joven al que había importunado minutos antes. Para ella, que era una observadora nata, estaba casi convencida de que debajo de la sudadera del muchacho se ocultaba un pijama. Además, su pelo, de una tonalidad caramelo, lo tenía totalmente revuelto confirmando también su teoría de haber interrumpido su descanso. Lo único que le resultaba contradictorio eran sus ojos verdosos. No había rastro de una somnolencia interrumpida.
—Muchísimas gracias, Marisa. Pero no me gustaría robarle más tiempo —Se excusó la muchacha en cuanto la mujer paró un rato para coger aire. Media hora después la conversación pudo ser concluida.
Vera no esperó a terminar de subir las escaleras para realizar la llamada. Perdió la cuenta de las veces que sonó el tono. Sin embargo cuando estaba a punto de colgar escuchó una musiquilla tonta en el rellano donde estaban sus cosas.
La llamada se cortó, pero la chica no tardó en repetir la sucesión de números. No había oído mal, aquel móvil estaba en esa planta.
“No puede ser”, pensó cuando descubrió la procedencia de la música.
***
Descorrí las cortinas de mi dormitorio para que una nueva oscuridad se apoderara del apartamento. Ya estaba anocheciendo y aquella era mi particular alarma. Indicaba que mi jornada debía comenzar.
Decidí preparar café. Tenía más tiempo que otros días antes de dirigirme al trabajo. Y todo gracias a la que sería mi nueva vecina.
Por primera vez me sentaría en ese cómodo sillón frente a la ventana y podría tomarme mi café tranquilamente, disfrutando de la panorámica.
Por muchos años que pasasen yo siempre acababa con la misma sensación al mirar por aquella ventana. Parecía como si dentro de esa habitación el calendario se hubiera detenido en el dos mil y esa ventana fuese un túnel en el tiempo que me mostraba un Madrid futurista, plagado de rascacielos de cristal y puentes tejidos como magistrales telas de araña. Cada noche todo quedaba cubierto por una luz led azulada que impedía que la ciudad perdiera su aspecto sofisticado y progresista.
¿Cuántos años más contemplaría aquella postal? O mejor aún ¿cuánto tiempo me habían concedido? Una vez más, estas preguntas me despertaron un dolor de cabeza bastante molesto.
Me levanté con desgana y dejé la taza vacía en la encimera de la cocina.
Desenfundé el arma metalizada que tenía sujeta al cinturón de mi pantalón. Como cada día la limpié con infinito cuidado, la recorrí con mis dedos parándome en la inscripción del lateral grabada en hebreo: “Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos”.
ESTÁS LEYENDO
No quieras volver
ParanormalMadrid, año 2063. Muerte y vida se intercambian desafiando las leyes de la naturaleza. Un pacto amenaza con romper el equilibrio de los días. No existe el control, tampoco el libre albedrío. ¿Qué se esconde detrás de esas personas con las que compa...