CAPÍTULO 5: BUSCANDO LA PALABRA ADECUADA
¿Miedo a la muerte? Uno debe temerle a la vida, no a la muerte.
Marlene Dietrich
Aún no me terminaba de creer muy bien lo que estaba sucediendo. Notaba miradas taladrándome la espalda, expectantes al menor resquicio de debilidad que mi rostro pudiera revelar.
Me levanté con parsimonia y proseguí mi camino hacia el resto de tumbas que aquella noche habían quedado vacías.
¿Qué era lo que ese Lázaro les había prometido? ¿Una nueva vida? ¿Un nuevo cuerpo?
Ante semejante oferta, ¿qué podía hacer yo?
Sin embargo, cuando hube visitado el último de los sellos carmín, caí en la cuenta de algo que se me había pasado completamente por alto: ¿por qué solo cinco? ¿Por qué solo ellos habían dicho que sí ante suculento trato? Estaba claro que había una letra pequeña en todo aquello que era difícil de ignorar. Al menos hasta aquel momento.
Estuve toda la noche caminando entre ellos sin articular palabra alguna. Conforme transcurrieron las horas los ánimos se fueron calmando y, con la llegada de los primeros rayos del alba, decidí realizar mi discurso.
Me situé en el punto de intersección de toda la red de tumbas. Se encontraba en una explanada con un pavimento adornado con grabados a base de piedra caliza bordeada con césped bien cuidado y, en el centro, la majestuosa estatua del arcángel Miguel, con el demonio vencido bajo sus pies. Una vez allí me limité a esperar. Esa era la señal que reuniría a todos los allí presentes en torno a aquel punto de encuentro.
Me senté en la escalinata sobre la que se situaba la escultura marmórea y apoyé la cabeza entre mis manos. Estaba convencido de que mi intervención poco podría cambiar las ideas que ese Lázaro les había metido en la cabeza, pero era mi deber advertirles.
Cuando alcé la mirada me topé con miles de ojos que me observaban con descaro.
Me levanté y ascendí el resto de escaleras que me faltaban.—Creo que ya habéis tenido el gusto de conocer a nuestro hermano Lázaro —comencé a decir, tratando que mi actitud fuera más cercana y relajada —. De hecho parece que le cayó bastante en gracia a los cinco que, esta noche, no están entre nosotros. Lástima que yo no pueda compartir los mismos sentimientos que ellos. Así todo sería mucho más sencillo.
Retomé la seriedad del comienzo, enfatizando cada una de mis palabras. A ver si ya les quedaba claro de una vez por todas:
—Pero nadie dijo que lo fácil fuera lo mejor. Cada uno de los que estáis aquí habéis pasado por problemas durante vuestra vida pero no por ello tirabais la toalla al menor contratiempo. Eso hubiera sido lo más rápido.
—¿Y de que nos valió? —se escuchó de repente—.¿Acaso eso nos impidió llegar hasta aquí?
Típico comentario…Por favor…a nadie le gusta morir, pero es ley de vida. ¿En serio tenía que responder a eso?
—Puede que no —le contesté—, pero sí te hizo disfrutar más de la vida, aunque a ti no te lo parezca. Saber que fuiste capaz de superar un obstáculo que se antojaba imposible para tu yo del principio, ¿no es ese un motivo de peso? O simplemente valorar más las pequeñas cosas que te rodeaban porque sabías que no siempre podían estar ahí, a tu lado. Sé que puede sonar a frases hechas y manidas pero precisamente vosotros sois los que mejor podéis entender el significado de estas palabras.
ESTÁS LEYENDO
No quieras volver
ParanormalMadrid, año 2063. Muerte y vida se intercambian desafiando las leyes de la naturaleza. Un pacto amenaza con romper el equilibrio de los días. No existe el control, tampoco el libre albedrío. ¿Qué se esconde detrás de esas personas con las que compa...