Capítulo 52: La última prueba

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Cualquier cosa que el hombre gane debe pagarla cara, aunque no sea más que con el miedo de perderla.

Friedrich Hebbel


—Acaban de dejarte el coche en la entrada, Sr —le comunicó Lorena a su superior cuando pasó por delante del mostrador de la recepcionista.

—Perfecto. Sólo una cosa más, Lorena... ¿Por casualidad tú no habrás mandado a mi despacho hace unos minutos a alguno de nuestros empleados?

—Sí, Sabina Peralta preguntó por ti y le dije que estabas en tu apartamento. ¿Es que al final no has hablado con ella? —se extrañó la mujer, con cierto temor de no haber hecho lo adecuado al mandarla allí.

—Con que Sabina... —se limitó a responder el joven dibujando una pequeña sonrisa en el nuevo cuerpo del que se había adueñado —. Eso sí que no me lo esperaba... Parece que hasta el último minuto vamos a tener nuevos ingresos.

La recepcionista le devolvió la sonrisa sin saber cómo interpretar la reacción de su jefe.

—Quiero que mandes a algún rastreador para que siga sus pasos y nos informe de los movimientos que hace —continuó hablando Lázaro—. Pero, en el momento en el que vea que una posible traición, que la traiga inmediatamente de vuelta al hotel. No podemos permitir que se nos escape un alma tan valiosa como la suya.

—De acuerdo, emitiré cuanto antes la orden a uno de los rastreadores que aún sigue de guardia. ¿Necesitas algo más?

—No, muchas gracias Lorena —el joven la recompensó de nuevo con una cordial sonrisa y se dirigió hacia la puerta de entrada del hotel donde habían aparcado su coche.

"Siempre has subestimado a todas las almas que te he traído, Sr" intervino Leo una vez entraron dentro del vehículo.

—Sin duda me estáis dando una buena lección, esa es la verdad —le respondió Lázaro esbozando una sonrisa de satisfacción en aquel nuevo rostro que estaba bajo su control—. No pensaba que en el último momento encontraríamos almas tan valiosas como estas. Aún me parece increíble lo de Sabina... Tan dócil y obediente que ya creía había perdido la batalla dentro del cuerpo que le había ofrecido, pero parece que he pecado de ingenuo con ella. Esta es otra como nuestro querido Santillán que también disfruta jugando a los espías.

Una pequeña risa relajada resonó en el habitáculo al tiempo que el motor del coche también se hacía oír.

"¿Qué es lo que pretendes hacer con esas almas que te traicionan, Sr, guardarlas bajo llave en tu colección para que no se te vuelvan a escapar?" habló de nuevo Leo notando como su voz iba perdiendo cada vez más fuerza. Aunque se había demostrado a sí mismo que era capaz de controlar el cuerpo de Lázaro, sentía que cada segundo que compartía aquel recipiente de carne y hueso con su jefe, su propia identidad corría más peligro.

—¿Y a qué viene ahora tanto interés? ¿No decías que confiabas en mí y que en ningún momento ibas a cuestionar mis decisiones? —le contestó el joven después de haber introducido el destino de su viaje en el ordenador del vehículo.

"Porque durante todo este tiempo me has estado engañando, Sr y creo que es perfectamente normal que ahora quiera saber la verdad, ¿no te parece?"

—La verdad siempre la has sabido, Lázaro. Desde un principio te hablé de mi misión de acabar con el bloqueo de almas en la Cuarta Dimensión y eso es lo que simplemente he estado haciendo estos años.

"Sí, Sr, esa historia ya me la conozco muy bien, era mi discurso de presentación cada vez que visitaba algún cementerio. Pero, ¿en qué parte de esa historia se explican los ataques que se han producido en Europa estos días? Yo hablaba de una rebelión mundial, pero nunca de que se tuviera que emplear la violencia para eso. ¿Desde cuándo matar a tantas personas puede solucionar el colapso de almas que hay en el purgatorio? ¿No consigues justo lo contrario? " le soltó Leo con brusquedad.

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