Capítulo V

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Camille

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Camille

Camino por las calles de Francia con la brisa suave acariciando mis mejillas, observando las ventanas de distintos colores y las plantas en las veredas que decoran el entorno, al mismo tiempo en que me pierdo entre el gentío que hay en la plaza.

Todos están inmersos en su propio mundo, pero la sonrisa que curva sus labios me dice que disfrutan del mismo paisaje al aire libre. Diviso el lugar con emoción por segunda vez sintiéndome feliz por poder tomar un respiro que todo lo que me oprime en las noches.

Aún es muy temprano y eso se debe a que madrugué con la intención de ver el amanecer desde el puerto, que es uno de los cuantos placeres que he descubierto desde que llegué a este lugar. Además, es necesario llegar lo más temprano posible para poder conseguir la mejor calidad de los productos que se encuentran a la vista. Los mercados instalados en las plazas centrales son simplemente maravillosos.

Los rayos de sol comienzan a enterrarse en mi piel mientras las personas se amontonan en los diversos puestos buscando comida o cosas necesarias para sus hogares.

Reparo mis alrededores con tranquilidad y me acerco a un puesto de frutas en específico, tomo unas cuantas fresas y naranjas para después echarlas a la bolsa que tengo en mis manos. Le pago al vendedor y me alejo para seguir buscando más productos.

Sigo caminado a lo largo de la calle comprando cosas necesarias para la casa mientras hago pequeñas pláticas con los vendedores. Los aromas se funden en mis fosas nasales haciendo que mi estómago se despierte antes de lo habitual.

Ignoro mi apetito, que ha incrementado desde las últimas semanas y prosigo con mis compras mientras me obligo a apresurarme para llegar a mi casa. Después de una hora, en las cuales no desaproveche ningún segundo, acabo con las compras y me encamino dos cuadras a la izquierda en donde estacione mi auto.

No me toma más de diez minutos llegar al lugar, guardo las compras en la parte trasera y cierro la puerta volviendo al lado del piloto. Estoy a punto de subirme y emprender marcha hasta que el hablar de una señora me detiene.

—Disculpe, joven... —su voz es un susurro débil y apenas perceptible—. ¿Tiene algo de comida? —me pregunta, mostrándose avergonzada y puedo ver la pena plasmada en los gestos de su rostro.

La detallo de arriba a abajo con delicadeza encontrándome con una señora realmente hermosa pero demacrada y con un aspecto deplorable que me hace saber que lleva meses o inclusive años de esta manera.

Su ropa está desgastada, los zapatos que deberían estar cerrados se encuentran abiertos de los costados, y su cabello de color negro está hecho un desastre, amarañado, con hojas secas y tierra adornándolo. Tiene el rostro sucio, acabado, con pequeñas raspaduras que ya sanaron, pero nada opaca su belleza, aunque lo que más me llama la atención son sus ojos.

Esos ojos que me resultan extrañamente familiares.

—Solo tengo fruta —digo desanimada, sin saber porque siento esta necesidad de asegurarme que esté bien. Ella se limita a asentir como si no le importara que solo es fruta lo que puedo ofrecer, está hambrienta.

No Me Sueltes (+18) [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora