Demonios que someten: Segundo libro
Han pasado tres años desde que Camille decidió irse de Seattle, dejando atrás todo lo que la atormentaba y la hacía sufrir con el único propósito de repararse a sí misma y alejarse de la persona que más daño le h...
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Camille
Vuelvo la mirada a Alexander, que está sentado frente a mí, cuando la camarera que se está encargando de nuestro servicio nos pregunta si ya estamos listos para ordenar.
Él se limita a hacer un gesto con la cabeza para indicarme que yo lo haga primero. Me quedo observándolo unos segundos y, sin saber que hacer, termino asintiendo, antes de regresar mi atención a la camarera, que se encuentra a la espera para tomar nuestras órdenes. Sus ojos cafés cálidos están centrados en mí.
—Una ensalada César con pollo a la plancha estaría bien —musito un tanto distraída, al ver que Alexander saca su móvil y empieza a leer algo detenidamente con el ceño fruncido. La camarera por su parte anota lo que he dicho. Sacudo la cabeza y me dispongo a darle un último vistazo al menú que tengo en las manos y, cuando estoy segura de no querer nada más, vuelvo a levantar la vista—. Creo que eso será todo para mí. Gracias —le sonrío.
Ella asiente solemne. Cuando le llega el turno de pedir a Alexander, me quedo un poco atónita, sin embargo me abstengo de hacerle un comentario o algún gesto en ese momento. Se pide un corte de carne a término medio con puré de patatas y espárragos salteados, dos tipos diferentes de pasta, pollo a la plancha con verduras y más guarniciones.
La camarera parece un poco sorprendida de la cantidad de comida, pero siendo inteligente, no dice nada al respecto. Dándonos una sonrisa afable, nos asegura que nuestra comida va estar lista lo antes posible y entonces se retira.
Una vez que estamos a solas, dejo la carta del menú sobre la mesa y le echo un vistazo rápido a Alexander. Su ceño sigue fruncido. Y no me pasa desapercibida la manera en que sus hombros han adquirido una postura tensa. Tengo la ligera sospecha de que recibió una noticia inesperada y no está contento al respecto.
—¿Sucede algo? —pregunta al sentir mi intensa mirada sobre él.
—¿No crees que te has excedido un poco? Es demasiada comida, y ni siquiera tú comes tanto —le hago una pequeña observación, deseando aligerar la tensión que nos encierra en el lugar.
Exhala con fuerza, parece que intenta deshacerse de los pensamientos atareados en su mente y centrarse sólo en mí. Cuando logra recomponerse de lo que sea que sucede, niega.
—Te dije que tenía hambre —Es una respuesta vaga, y no me la creo.
Lo observo indecisa. Pero no lo cuestiono. No siento que tenga derecho a ello. Al fin y al cabo, no somos nada.
—Sí, eso dijiste —suspiro, sin saber qué más añadir a nuestra breve conversación. El ambiente me resulta un tanto incómodo, porque desde hace años que no teníamos una cena a solas. Y ahora tengo sentimientos encontrados. Estoy hecha un lío, esa es la verdad.
—Tú en cambio, pediste casi nada —repone.
—No tengo tanta hambre.
Alexander tensa los labios y se limita a mirarme fijamente por un par de segundos, parece estar analizando hasta el último detalle de mi, entonces precede a colocar ambas manos sobre la mesa, que está cubierta con un bonito mantel rojo. Noto que endurece la mandíbula, una acción que resulta ser casi imperceptible, pero no para mí.