Camille—¿Por qué diablos has regresado a mi vida, eh? —inquiero otra vez, furiosa.
Lo veo tensar los labios en un intento de reprimir una sonrisa, como si realmente estuviera conteniendo su diversión. Y el hecho de que sus ojos verdes brillen con tanta intensidad me enfurece todavía más, no logro comprender que es lo que le hace tanta gracia.
—Ya te lo dije antes, preciosa, he regresado porque te quiero a ti —acorta nuestra distancia dando dos grandes zancadas; mi respiración se queda estancada dentro de mi pecho al percatarme de sus intenciones—, y eso no es algo que esté en discusión. Deberías empezar a hacerte la idea de que nunca me iré.
Pongo los ojos en blanco e inspiro hondo mientras me repito mentalmente que en serio debí haber hecho algo muy malo en mi vida pasada para estar pagando esto con creces.
Ni siquiera tengo la mínima idea de que hace él aquí.
—¡Pues que lástima me da por ti! ¡Ahora soy yo la que no quiero tener nada que ver contigo nunca más! —Le grito, con un tono más alto y frustrante que de costumbre. Estoy perdiendo los estribos. La cordura.
Sin embargo, no se muestra afectado por mis palabras. Rueda los ojos en mi dirección, aparentemente divertido por mi actitud.
—¿Acaso me estás mintiendo, Camille?
Aprieto los labios, dirigiéndole una mirada de recelo.
—No, no estoy mintiendo.
—Yo creo que sí, me resulta difícil creerme cada palabra negativa que sale de tu linda boca.
Se me escapa una especie de sonido lleno de frustración, que sólo le hace lanzar un suspiro al aire, luce impacientado. Quizá impotente. Opto por suspirar, queriendo detener el cosquilleo que avasalla mi estómago. Entonces, sin siquiera dudarlo, empieza a deshacerse de la cazadora de cuero que lleva puesta para después repetir la misma acción con su camisa blanca mientras sus ojos desorbitados permanecen clavados en los míos.
Le miro incrédula. Con los ojos muy abiertos. Trago saliva, confundida de por qué hace eso delante de mí. ¿Qué demonios está pasando? No entiendo absolutamente nada.
—¡¿Me puedes explicar qué diablos estás haciendo?! —Mi voz suena demasiado desesperada, empiezo a entrar en pánico. Él no se detiene ante la advertencia en mis palabras y sigue desabrochándose la camisa—. ¡Alexander, joder! ¡Basta!
Él se ríe. Despreocupado. Parece no importarle en lo mínimo mi reacción de perplejidad y pánico.
—Voy a demostrarte lo mal mentirosa que eres —dice, con la voz ronca y llena de promesas pecaminosas que me producen un segundo cosquilleo en el estómago. Parpadeo, incapaz de pensar o respirar.
Me paso una mano por la cara, una oleada de calor invade mi cuerpo entero cuando dejo que mis ojos se paseen por sus abdominales ahora expuestos, repletos de esa tinta negra, descendiendo hasta su entrepierna donde se encuentra un bulto demasiado visible. Joder. Tengo que detener esta locura.
Si, eso debo hacer. Necesito pedirle que se vaya. Porque ni siquiera sé cómo entró a mi habitación.
En un rápido movimiento me alejo de él y sin más vacilaciones recojo su cazadora y la camisa del suelo y se las arrojo a su bello y cincelado rostro, que me mira satisfecho por mi inmadura e improvisada reacción.
—¡Sal de mi puta habitación, pervertido! —comienzo a perder los estribos y la cordura, temiendo el inmenso deseo que empieza a acumularse entre mis piernas.
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No Me Sueltes (+18) [En proceso]
RomanceDemonios que someten: Segundo libro Han pasado tres años desde que Camille decidió irse de Seattle, dejando atrás todo lo que la atormentaba y la hacía sufrir con el único propósito de repararse a sí misma y alejarse de la persona que más daño le h...