Capítulo XXXVI

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Camille

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Camille

Un leve suspiro brota de mis labios mientras mi mano viaja inconscientemente hasta el colgante que he decidido llevar hoy, notando cómo aumentan los latidos de mi corazón.

La gélida brisa me golpea el rostro ligeramente maquillado, tras bajarme del auto aparcado a unos cuantos pies de la enorme cabaña, que se cierne sobre mí en cuanto me acerco. La estructura de madera rojiza con doble altura se evidencia con los troncos robustos posicionados a precisión, sobresale de las vigas y los tablones oscuros que hacen un contraste con el tono grisáceo que han adquirido las nubes.

No pasa mucho cuando la espesa llovizna que caracteriza esta ciudad durante casi todo el año me comienza a cubrir, sin embargo, el revoloteo que sacude mi estómago no se debe al frío colosal, ni mucho menos a la incertidumbre. Es algo más. Algo más visceral. No sé lo que me voy a encontrar en esa cabaña, que ahora parece tan ajena a mi presencia.

El agente inmobiliario que se supone debió llegar antes que yo para la cita, brilla por su ausencia. ¿Dónde está? ¿Por qué no muestra señales de vida? Lo llamé cuando venía de camino, pero me mandó al buzón.

Noto las mejillas y la punta de los dedos encendidos a causa del frío, a pesar la chaqueta con peluche en la parte interior, los vaqueros de tiro alto ajustados y la camisa de manga larga que hacen juego con mis botas, siento que me estoy congelando. Tengo la piel erizada y comienzo a advertir ese escozor en la garganta, que sólo incrementa con cada segundo.

El corazón me late desbocado, incontrolable, como si me estuviera advirtiendo de algo que desconozco. Se me escapa un alarido de sorpresa en cuanto un estruendo se hace escuchar en el cielo. Regreso a ver la cabaña frente a mí con desesperación. Comienzo a reparar mis opciones: no son muchas. Tomo una decisión y, antes de siquiera pensarlo dos veces, me encuentro sobre el porche de madera, abriendo la puerta que, para mi sorpresa, no tiene ningún tipo seguro.

El interior que resguarda la cabaña se revela ante mí una vez que me abro paso por el lugar, que desprende un aura de elegancia con ese toque rústico. El aire se respira cargado de humedad y el inconfundible aroma a madera invade mis sentidos. Procedo a encender el interruptor para obtener una vista más clara.

Sólo entonces diviso una cuidadosa selección de muebles que van acorde a la decoración; un comedor íntimo, flanqueado por sólo dos sillas, estratégicamente posicionadas cerca de la ventana cubierta por una cortina que no permite la filtración de luz. En la sala de estar, tres sillones rodean una mesita baja de cristal donde reposa una colección de libros. Mis ojos se transfieren a la cocina rústica, con grandes encimeras de madera y ciertos utensilios de hierro forjado. Al fondo se aprecian distintas puertas cerradas; sin embargo, las escaleras que llevan a la última planta llaman mi atención.

Una sensación de inquietud se cierne sobre mí a la vez que se me forma un nudo en la boca del estómago, gracias al torrente de miedo que me sacude ante la realización de estar sola en lo profundo de un bosque que casi nadie conoce.

No Me Sueltes (+18) [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora