Demonios que someten: Segundo libro
Han pasado tres años desde que Camille decidió irse de Seattle, dejando atrás todo lo que la atormentaba y la hacía sufrir con el único propósito de repararse a sí misma y alejarse de la persona que más daño le h...
En primer lugar quería disculparme por la gran demora. Ya sé que han pasado unas semanas desde la última vez que actualicé la historia, pero estuve liada con los deberes y los exámenes finales de la universidad. Ahora que estoy de vacaciones estoy intentando escribir todos los capítulos que puedo antes de que comience el otro semestre. Espero que lo disfruten mucho. No olviden comentar y votar si les gusta. ♥️✨🫶🏻
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Alexander
—¿Sabes que al menos podrías haber tenido la decencia de llamarme? Estuve esperando que lo hicieras y hasta la fecha ni siquiera me has escrito un mensaje. ¡Te has olvidado por completo de mí! —dramatiza Alicia con un tono quejumbroso de reproche, tras adentrarse en mi oficina como si fuera su casa.
Avanza lo suficiente hasta estar situada frente a mí. Se acomoda sobre la silla de cuero y cruza las piernas, alisando su Blazer negro. Lleva puesto su habitual ropa elegante y puedo asegurar que ha decidido hacerme una inesperada visita antes de ir a su trabajo.
Con una mano se arregla el pelo cobrizo alborotado y, tras unos segundos de dilación, por fin levanta sus ojos para encontrar los míos.
—¿Piensas decirme algo al respecto? —se exaspera al no obtener respuesta.
Exhalo un atareado suspiro antes de animarme a responderle:
—Soy un hombre con muchas ocupaciones, Alicia —le recuerdo con cierta empatía—, en especial estas últimas semanas —frunce los labios, descontenta por mi respuesta—. Se me ha pasado por completo hacerlo, pero tú sabes que siempre eres bienvenida en mi empresa.
Lo que le digo no es una mentira del todo. Claro que he estado ocupado con una mujer en especial, bastante testaruda, que me tiene completamente atrapado en sus manos. Aunque actúa como si no supiera que no hay nada en este mundo que yo no haría por ella.
Y precisamente ahí repercute el problema, porque me resulta imposible siquiera otorgarle un pensamiento a otra persona que no sea ella.
—Eso lo sé, pero de todas formas quería venir a ver cómo estabas —contesta preocupada.
Le hago un gesto de agradecimiento.
—Te lo agradezco, pero no era necesario —digo mientras me llevo el vaso de licor que yace en el escritorio a los labios y le doy un satisfactorio trago—, me encuentro muy bien como habrás podido darte cuenta.
Ella se encoge de hombros, contrariada, pero permanece con su mirada clavada en la mía.
—Eso sí, debo de admitir que luces más tranquilo desde la última vez que nos vimos —comenta entonces, empezando a esbozar una sonrisa amena—, ¿ilusionado? No...eso no, creo que te ves feliz.
Noto una oleada de calor que invade mi cuello y comienza a ascender, sin embargo, consigo controlar mis emociones antes de que nada pueda salir a la superficie.