Demonios que someten: Segundo libro
Han pasado tres años desde que Camille decidió irse de Seattle, dejando atrás todo lo que la atormentaba y la hacía sufrir con el único propósito de repararse a sí misma y alejarse de la persona que más daño le h...
Desde hace tiempo quería escribir un capítulo narrado por Sam, ya qué hay muchas dudas que no se pueden resolver desde la perspectiva de otros personajes, así que decidí por fin darme la oportunidad de hacerlo. Esta escena tiene lugar poco después de que Camille se marchara a Francia tras su divorcio, pero antes de que Sam decidiera ir con ella.
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Samantha
Observé con nostalgia el tiempo nublado que se asomaba a través de aquel ventanal mientras que una espesa llovizna digna del clima regular de Seattle, empezaba a resonar fuera del restaurante donde me encontraba sentada. Notaba una presión en el corazón y, aunque creía saber con exactitud el motivo, no me gustaba. Porque sólo significaba una cosa, había cometido un error. Un grave error.
Estaba nerviosa. Esa era la verdad. Me temblaban demasiado los dedos al tomar la taza de café y acercármela a los labios para dar un sorbo a la bebida caliente, que hace días me había prometido dejar de tomar, pero todavía me costaba. Cuando la volví a depositar sobre la mesa, ojeé la hora en la pantalla del móvil y un ligero cosquilleo me subió por la espina dorsal.
Por inercia miré mi vientre de manera súbita, todavía estaba plano, pero sabía que pronto crecería y ese pensamiento hizo que una sensación desconocida pero cálida me invadiera. Sonreí y sacudí la cabeza para alejar mis pensamientos. Debería llegar en cualquier momento. Le pedí que nos viéramos aquí una vez más. Y aun sabiendo que dudaba, aceptó.
Transcurrieron diez minutos más en los que me permití ensayar las palabras exactas que le iba a decir en cuanto llegara y, sin saberme preparada para afrontar aquella situación, el hombre por el que estaba segura de sentir algo, entró por la puerta y mirando a su alrededor con cierto escepticismo, me encontró enseguida.
Una media sonrisa apareció en sus labios al tiempo que caminaba hacia la mesa donde estaba con pasos seguros que intensificaron mi ritmo cardiaco.
Sabía que no estaba enamorada de él, no se trataba de eso, pero mis hormonas enloquecidas a causa del embarazo no me lo estaban poniendo nada fácil, porque en ese momento sólo sentí unas inmensas ganas de enredar mis dedos en sus rizos rubios y tirar de él para besarle como tantas veces lo había hecho.
Sí, lo extrañaba, muy a mi pesar. La realización de aquello no debió sorprenderme.
Dejé escapar un suspiro brusco cuando se sentó frente a mí. Él no dejó de sonreír. Sus ojos tenían una emoción diferente y aunque no lo dijera, yo sabía la razón y eso hizo que se me oprimiera el pecho todavía más.
—Me sorprendió que me llamaras —dio inicio a la conversación, mostrándose tranquilo, casual, quizás era capaz de leer la expresión de nerviosismo reflejada en mi rostro y quería deshacerse de la tensión que se respiraba en el aire—, ha pasado mucho —soltó un intento de risa que me alteró todavía más.
Me limité a asentir.
—Sí, ha pasado mucho tiempo —dije en su lugar. Aunque en realidad sólo habían pasado unas cuantas semanas desde que habíamos decidido dejar de vernos de manera definitiva.