Capítulo XXXIII

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Camille

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Camille

Entierro mis dedos en su larga melena azabache a la vez que Alexander me sujeta por la nuca, haciendo uso de una fuerza voraz que me mantiene completamente inmóvil y, sin concederme un atisbo de delicadeza, sigue tirando de mí hacia él, buscando profundizar el beso insaciable que propicia una laguna de calor entre mis piernas.

Su lengua hace maravillas. Me conquista de distintas maneras que en lo último que puedo pensar es en querer alejarme. Eso sería lo más sensato dada nuestra infinita y muy complicada relación. Debería apartarlo, ahuyentarlo y salir corriendo de esa trampa, que sé muy bien pronto saldrá a relucir. Sin embargo, muy a mi pesar, debo admitir que mi boca anhela la suya de un modo que debería ser considerado un pecado mortal.

Porqué con un sólo beso suyo consigue apoderarse de mí, dando roces ásperos, posesivos, mientras explora cada centímetro de mí, entrelazando nuestras lenguas que se sincronizan en un chasquido, lo cuál me hace gemir por más, ya que no consigo alcanzar un punto de saciedad.

No me es suficiente.

Lo noto endurecerse como el acero contra mi sexo palpitante que sólo quiere, o más bien, necesita, su completa y exclusiva atención. Su cuerpo se torna rígido por la tensión que se ha desatado ahora que no hay interrupciones. Entonces, un gemido áspero se escapa de él y vibra a través de todo mi ser, mientras sigo meciendo las caderas para conseguir algún tipo de fricción, que me ayude a conseguir mi objetivo.

El contoneo—no tan sutil—que empleo sobre él, de manera tortuosa, con el único fin de provocarlo, aumenta su ya desnivelada excitación. Sus manos rasposas me aprietan las caderas de forma brusca, amoldando mi cuerpo al suyo a su gusto, con los dedos que me estrujan cada vez más la piel desnuda, marcándola. En esta ocasión no le importa si me está haciendo daño o no.

Aunque tengo la ligera sospecha de que ni siquiera se ha dado cuenta de la fuerza que está ejerciendo. Es intenso y me gusta.

Siempre me ha vuelto loca su rudeza.

—Por favor, Alexander... —le susurro a modo de súplica contra sus labios hinchados.

Con un gruñido de regodeo, se las arregla para apartarse de mis labios, respirando tan fuerte y entrecortado que por un segundo temo que se esté ahogando. Sus expresiones faciales permanecen endurecidas y salvajes. Su quijada está tensa. Pero una vez que parece obtener parte de su compostura, centra su mirada hambrienta y posesiva sobre mí. Me contempla como solía hacerlo en el pasado cuando estaba apunto de poseerme. Es ardiente. Mi piel está en llamas. Siento el corazón latiendo con violencia en la garganta.

Me cuesta mucho recuperar el aliento. Encontrar algún balance en mi respiración y en mis pensamientos que por más que me repita que está mal, solo giran en torno a él. Todo esto me resulta demasiado. Nunca pensé que volvería a permitirme este tipo de situaciones, pero aquí estoy, muriéndome por sentirle. Tan desesperada porque haga algo y me tome a su manera, que no existe ninguna cabida para la vergüenza.

No Me Sueltes (+18) [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora