Demonios que someten: Segundo libro
Han pasado tres años desde que Camille decidió irse de Seattle, dejando atrás todo lo que la atormentaba y la hacía sufrir con el único propósito de repararse a sí misma y alejarse de la persona que más daño le h...
Entiendo que tardé mucho en actualizar la historia y traer este capítulo, pero estuve muy ocupada con mis exámenes como les dije en mis posts y esa era mi prioridad hasta el momento. No obstante, intentaré sacar más tiempo en esta semana para terminar esta historia antes de que acabe el año como lo tenía planeado.
Siempre leo los mensajes que me dejan en mi perfil o incluso en los comentarios, no piensen lo contrario, pero por favor tengan paciencia conmigo que a veces sí se me dificulta demasiado organizarme. Aun así, espero que les guste mucho este capítulo que varios de ustedes estaban esperando. ¡No se olviden de votar y comentar que les pareció!✨♥️
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Alexander
La primera vez que Camille me confesó sus sentimientos en aquella fiesta de cumpleaños, cuando finalmente se atrevió a decirme que estaba enamorada de mí, la rechacé de una forma bastante cruel. Me burlé de su vulnerabilidad, creí que amar era un lujo reservado para otros.
Nunca imaginé que esa misma chica ingenua de ojos esmeralda, terminaría siendo la única razón por la cual me mantengo en pie.
Incluso por mucho tiempo me negué a aceptarlo, a reconocer mis sentimientos y, en el proceso, la herí sin medida, cegado por mi propia oscuridad. No habrá ningún día en el cuál no deje de arrepentirme de haber sido un completo cabrón con ella. Jamás me perdonaré cada uno de los desplantes que le hice ni todas esas lágrimas que derramó por mi maldita culpa.
Porque ahora, mientras sostengo el arma con manos firmes, me doy cuenta de cuán profundo, obsesivo y desesperado es el amor que siento por ella. No solo la amo. La necesito como el mismo aire. Camille se ha convertido en mi vida entera, en mi única verdad. En todo.
Y hoy, no permitiré que nada ni nadie amenace eso.
Al fin y al cabo, otro pecado en mi consciencia no va a hacer la diferencia.
Eva, la persona que estoy seguro más repudio en este mundo, está atada a una silla frente a mí, sus muñecas se encuentran lastimadas y el maquillaje le corre por las mejillas en un rastro de lágrimas que solo delata su desesperación.
Su mirada, que antes era altiva e incluso manipuladora, ahora solo refleja un terror que está lejos de despertar un hallazgo de compasión en mí. Al contrario, me satisface de sobremanera saber que soy el causante de ese miedo.
—Alexander... no tienes que hacer esto —su voz tiembla, intentando parecer convincente, como si aún tuviera una pizca de poder sobre mí, lo cual no hace más que enervarme—. Tú y yo... alguna vez nos quisimos... no puedes hacerme esto. ¡No puedes!
Endurezco la mirada y la carcajada que brota de mis labios a continuación es fría, llena de un desprecio que no puedo ni quiero enmascarar.
—¿Quererte? —la reparo con una mezcla de asco e indiferencia—. ¿De verdad creíste que te llegué a amar? Lo único que alguna vez sentí por ti fue... lujuria. Nada más. La única persona que en verdad me importa, la única que tiene algún significado en mi vida, es Camille, mi esposa.