Capítulo XIX

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Camille

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Camille

Una sensación de mareo me sobrecoge.

La cabeza me da vueltas con los pensamientos que empiezan a abarrotar mi cabeza. No puedo objetar algo con claridad y tampoco termino de entender la razón por la cual mi cuerpo se estremece cada vez que él me mira de reojo, haciendo que mi piel palpite y se multiplique ese gran escozor que me pone nerviosa, excitada, y a la vez en alerta porque sé lo que significa caer de nuevo ante él.

Recorremos por la autopista y unos minutos después, el auto se detiene frente al aparcamiento de una cafetería que me resulta dolorosamente familiar, porque ya hemos estado aquí y sólo contemplar la sensación de nuevo me quema.

No puedo eludir esa la ola de sentimentalismo que me avasalle al recordar el motivo por qué es especial. Mis ojos rápidamente se empañan de lágrimas amargas, el nudo que se forma en mi garganta es tan inmenso que dudo que pueda contener las ganas de romper a llorar. No puedo lidiar con todo lo que se agita dentro de mi corazón.

—¿Por qué me trajiste aquí?  —apenas consigo hablar. No reconozco mi propia voz. Me muerdo el labio, abrumada por la sensación de fuego que se aglomera en mi pecho.

No me gusta lo que estoy volviendo a sentir.

Él me mira fijamente, sus ojos verdes dóciles y vulnerables, la fragilidad relampagueando en ellos, una lágrima se desliza por mi mejilla y él la atrapa con su pulgar, dejándome una caricia que me hace estremecer en lo más profundo de mi ser.

—Aquí vengo cada vez que me acuerdo de ti —dice con voz ronca; esa mirada oscura clavada en mi me mantiene apresada en un infierno mutuo—, si estoy aquí siento que te tengo cerca —mi corazón se siente pesado cuando me doy cuenta de que no hay ningún indicio de mentira en sus palabras—. Tres años han sido demasiado tiempo, pero no lo suficiente para borrar la marca que dejaste en mí, Camille.

Ahogo un sollozo, que se queda estancado en lo más profundo de mi garganta porque me niego a soltarlo. Me muerdo el interior de las mejillas, aparto la mirada, hecha un lío por dentro, principalmente porque no sé cómo sentirme al respecto. No entiendo que debo decirle o que debo hacer para obtener un ápice de tranquilidad que él no me brinda.

—Por favor, basta —casi ruego. Me niego a dejarme envolver en sus palabras vacías. Palabras que desde hace tiempo dejaron de tener credibilidad alguna para mí.

—No puedo, necesito que escuches todo lo que tengo que decirte.

Me arden los ojos con las lágrimas que pugnan por salir.

—No quiero escucharte más —se me quiebra la voz—, ya fue suficiente, ¿no lo crees?

—No todo está dicho entre nosotros. Hay mucho más...

Sacudo la cabeza en señal de negación. Me rehúso a aceptar que quizá pueda tener razón o incluso a escucharle. No me permitiré ser débil otra vez. Ni siquiera por él. El hombre que una vez amé.

No Me Sueltes (+18) [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora