Capítulo XXXII

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Alexander

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Alexander

—No puedo entender cómo una persona en su sano juicio puede odiar las cosas dulces, ¡son deliciosas! Seguramente debes ser de otro planeta —la voz de Camille llega a mis oídos, mientras comienza a degustar de la tarta de chocolate que acabo de hacer para ella.

Se pasa el bocado, tarda unos segundos en reaccionar y luego cierra los ojos, efectuando un gesto que expresa su evidente satisfacción. Cuando los abre, procede a lamer el resto del chocolate de la comisura de sus labios, despacio, inconsciente de lo que me está haciendo a mí, que sigo observando cada uno de sus gestos desde el otro extremo de la cocina, con absoluta fascinación.

Atrapado en ella como si se tratara de un magnetismo e incapaz de apartar la mirada.

Aleteo las pestañas para salir del trance. Me cuesta pasar saliva, así que me esfuerzo para aclararme la garganta, cuando me percato de que mi temperatura corporal empieza a subir de intensidad debido a sus múltiples expresiones de saciedad.

—¿No te has preguntado qué quizá por eso los dos no funcionamos? —hace un falso gesto de decepción, frunciendo los labios—, éramos muy distintos como para congeniar —agrega de manera sarcástica como respuesta a mi silencio.

Su comentario me toma desprevenido, pero, de algún modo, también me ayuda a recuperar la atención que he perdido por su culpa. Pongo los ojos en blanco en cuanto veo que una sonrisa pícara se despliega en sus labios. Está buscando una reacción de mi parte, porque ya se percató de mi escrutinio sobre ella.

Las mejillas se le sonrojan. Y, aunque estoy seguro de que la he visto sonrojarse más de miles de veces, tengo la certeza de que nunca me voy a cansar de esa preciosa imagen suya con las mejillas ligeramente rojizas y sus ojos tan brillantes..

—No tiene gracia, Camille —riño, sin siquiera llegar a estar molesto.

Se encoge de hombros, pero no se ve afectada.

—Para mí sí. Que odiaras los postres dulces debió haber sido una advertencia para alejarme de ti desde un principio —suelta, tosca, antes de llevarse otro bocado a la boca.

La miro indiferente ante su muestra de insolencia. Ella se limita a sonreír como si no hubiera dicho nada de lo que se arrepintiera y continúa comiendo.

No puedo enfadarme con ella ni fingirlo durante mucho más tiempo, así que le ofrezco una ofrenda de paz y le digo:

—Hubo un tiempo en que no las odiaba.

Detiene sus movimientos de forma brusca. La veo pestañear desentendida un par de veces, hasta que coloca el tenedor en el plato, dónde todavía le queda algo de tarta. Sólo entonces sus ojos curiosos se clavan fijamente en los míos, intensos, y empiezo a cuestionarme si he hecho lo correcto al decidir ser sincero, porque sé por experiencia que no se me da nada bien hablar de mis sentimientos.

No Me Sueltes (+18) [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora