Capítulo XXXVIII (Parte 1)

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Alexander

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Alexander

Soy capaz de dar hasta el último centavo que tengo con tal de evitar que ella sufra y no ser testigo del inmenso dolor incrustado en sus rotos ojos verdes.
 
No puedo soportar verla de esta manera. Despierta un instinto oscuro dentro de mí, mis impulsos hacen acto de presencia y lo único que quiero hacer es lastimar a cualquiera que se atreva a provocarlo..., pero en este caso esa persona soy yo. Soy yo quien la ha lastimado. Quien la ha vuelto a destrozar.
 
Y me odio a mi mismo igual o más que ella por haberlo hecho.
 
Sintiéndome como un maldito miserable, continúo acariciando su cabello, negándome a dejarla ir, a soltarla, incluso cuando sé que ya no la tengo. Ella me odia. Tiene todo el derecho a sentirse traicionada y quererme a un océano de distancia, pero como se lo dije, lo voy a aceptar todo solo por ella.
 
No me voy a alejar más. No importa cuanto me rechace.
 
—Necesito irme, Alexander —su hilo de voz me saca de la maraña de pensamientos conflictivos en la que me encuentro ensimismado.
 
Con la tensión todavía desprendida sobre mis hombros y sin desajustar el agarre que tengo en ella, retraigo mi cuerpo lo suficiente para poder mirar sus ojos, que todavía se encuentran hinchados y bastante rojos. Es mi culpa.
 
—No te dejaré —digo, firme—, mucho menos en este estado, no te encuentras bien.
 
Ella parpadea y me mira derrotada. Lentamente inclina la cabeza, sus facciones decaídas.
 
—Sólo quiero estar sola —susurra bajo.
 
Niego deprisa.
 
—Tengo miedo de que te pase algo malo y yo no esté allí.
 
—Necesito un poco de aire...  —insiste.
 
Y, a juzgar por la expresión desolada que se adueña de su rostro, sé que realmente lo necesita. Ella necesita estar alejada de mí, al menos por un par de horas, para poder digerir y procesar lo que ha pasado. Todo lo que le he dicho, porque la brecha qué hay entre nosotros se siente interminable.
 
—Camille, por favor, no me alejes de ti —apoyo mi frente en la suya tras sujetar su rostro en mis manos, exhalando con fuerza mientras la miro con desesperación, dividido entre querer seguir abrazándola o darle lo que sé con certeza que necesita.
 
Ella es mi jodida prioridad en este momento.
 
—Me estoy asfixiando —le sale la voz rasgada al pronunciar las palabras—, No puedo... No sé cómo hacer esto. Cada parte de mí te ama tanto..., y te desprecia al mismo tiempo —se detiene para tomar un débil respiro y, mostrándose sincera, agrega—: me está matando por dentro. No quiero sentirme así.
 
Eso me rompe aún más. No puedo soportar la idea de causarle ese dolor insoportable. Y es justo lo que acabo de hacer. Acabo de lastimar a la única mujer que amo. Pero ya no podía seguir mintiéndole. Era el momento adecuado para revelar la verdad. Tenía que hacerlo.
 
Aunque esta vez me cuesta demasiado, hago de lado mis emociones e ignorando lo que realmente quiero, le doy un leve asentimiento, sabiendo lo que es correcto para ella en este momento exacto.
 
—Está bien, te daré espacio —accedo, todavía reacio a esa decisión—. ¿Quieres quedarte aquí? —Le pregunto entonces, mi voz apenas contiene ese tono firme.
 
Ella escanea a su alrededor con una mirada melancólica, llena de emociones, antes de que su rostro se contraiga por el dolor, mientras rápidamente niega con la cabeza cuando los recuerdos la vuelven a invadir.
 
—No puedo estar un segundo más aquí.
 
—De acuerdo —le hago un gesto de cabeza—. Te llevaré al hotel donde te hospedas entonces, ahí podrás descansar por lo mientras —repongo antes de liberarla de mis brazos, sabiendo que si le ofrezco mi casa ella también va a decir que no, porque no es un secreto que quiere estar lejos de mí.
 
Espero una respuesta atrevida, sus constantes ataques y negaciones, queriendo con todas mis fuerzas que proteste como siempre está acostumbrada a hacerlo conmigo, pero esta vez se abstiene de decir algo que muestre su rebelión contra la idea. Cede.
 
—¿No tienes un problema con que te lleve?
 
Me atrevo a hacer esa pregunta con cierto temor abarrotando mis entrañas, ya que no soy ningún estupido y sé que cabe la posibilidad de que replantee su decisión sobre permitirme llevarla.
 
Sin embargo, se encoge de hombros tras desviar la mirada. —No me importa.
 
No lo dice de una manera dura o con intención de herirme, simplemente la indiferencia resplandece en ella rápidamente, sembrada como el moho cuando las cosas llegan a su fecha de caducidad. Es como si estuviera demasiado perdida en su mente como para siquiera preocuparse de reaccionar y eso es lo que me molesta. Lo detesto.
 
—Camille..., no quiero verte de esta manera.
 
—Estoy bien —su pésimo intento de sonrisa es apenas una mueca—, yo siempre estoy bien, Alexander.
 
Niego en señal de desaprobación.
 
—Háblame, por favor, dime algo —me encuentro rogándole por centésima vez, pero no me importa, lo voy a hacer cien veces más si eso significa que ella pueda abrirse conmigo y decirme todo lo que la está lastimando—. Cualquier cosa, sólo dilo. No te lo guardes.
 
Nunca he sido fanatico de las confesiones de cualquier tipo, tampoco me gustan las conversaciones que se alargan más de lo que deberían, y mucho menos las que incluyen las jodidas emociones y toda esa mierda, que en un principio consideraba una pérdida de tiempo, pero sin embargo estoy aquí, intentando conseguir que esta mujer me abra su corazón aunque no me lo merezca, prácticamente implorando que no se quede callada porque su silencio me resulta un castigo insoportable.
 
Se me queda mirando con una mirada atribulada, alcanzo a distinguir el sonido de un sutil carraspeo que sale entrecortado cuando ella abre la boca para decir algo..., me preparo mentalmente para lo que sea que venga.
 
—Ya tienes algunas arrugas en las comisuras de los ojos —suelta en su lugar, con voz ronca. Sé lo que está tratando de hacer. Quiere cambiar de tema y no hablar de lo sucedido. Está empezando a cerrarse conmigo y no puedo permitir que eso ocurra, la voy a perder por completo.
 
Así que insisto, no la dejo escapar de esto. De nosotros.
 
Le tomo del mentón usando el dedo índice y le levanto suavemente la cabeza lo suficiente para que me contemple directamente a los ojos, ahora que ha desviado la mirada. Entre nosotros existe tanta distancia, demasiados sentimientos demoledores, que siento que tal vez nunca pueda alcanzarla. Pero a pesar del nudo agolpado en mi garganta, consigo sacar las palabras y decir:
 
—Dime lo que realmente sientes, preciosa, desahógate conmigo, que aquí estoy.
 
El sonido de mi voz ya no parece apaciguar la tormenta que resplandece en sus ojos. No creo que pueda hacer que se sienta mejor de ninguna manera, pero no puedo rendirme. Esa no es una opción.
 
La veo pasar saliva con cierta dificultad. Su garganta se contrae al hacerlo.
 
—Me siento sola —sus labios se aprietan en una línea recta, negándose a seguir llorando—, tan jodidamente sola...
 
Sacudo rápidamente la cabeza antes de inclinarme, rozo mi mejilla con la de ella y nos mantengo en esa posición, haciendo que su cuerpo se estremezca debajo de mí, mientras intento reparar parte del daño ocasionado.
 
—No estás sola, todavía me tienes a mi —busco brindarle seguridad—. Siempre me tendrás a mí.
 
—No te tengo —susurra desecha—. ya no.
 
—Claro que si, Camille —espeto antes de depositar un beso en su frente—, estoy aquí por ti, jamas te he dejado sola, y jamas lo voy a hacer.
 
Se sorbe la nariz de forma débil mientras se obliga a pasar saliva, mirándome fijamente a los ojos con una expresión que solo consigue agrietar mi pecho.
 
—Ya lo hiciste antes.
 
—No es así.
 
—Me dejaste completamente sola durante tres años —me recuerda tras soltar un sollozo agudo—. Me abandonaste, Alexander. Permitiste que me fuera y no pensaste más en mí.
 
La impotencia se apodera de mi cuerpo. Hago un gesto de desaprobación con la cabeza. No quiero que crea que nada de lo que dice es cierto, porque no lo es, joder. No voy a permitir que crea que no es importante para mí cuando lo es todo. Le paso un dedo por la mandíbula, plantando una caricia sutil y fijo nuestras miradas para que no me deje de mirar. No soporto que intente ocultarme lo que siente.
 
—Eso no es cierto, ni siquiera un poco, preciosa. Siempre has sido el primer y último pensamiento en mi mente, nunca te has ido de mi cabeza, ni siquiera por una fracción de segundo.
 
Gesticula un sonido similar a un quejido cuando tomo su suave mano y la sujeto firme contra el lado izquierdo de mi pecho, donde reside mi corazón, que está tamborileando como un demente. Ella traga saliva con los ojos llenos de nuevas lágrimas, al tiempo en que admito mis sentimientos.
 
—Siempre has estado aquí, siempre lo estás y siempre lo estarás, Camille  —sus ojos cristalizados no abandonan los míos—, tan profundo, tejida en cada borde de mi corazón, que ni siquiera puedo concebir un sólo respiro sin ti.
 
—¿Por qué me dices todo esto hasta ahora? —lloriquea.
 
—Porque necesito que entiendas que nunca te dejé, incluso cuando no podías verme, yo estaba allí, mirándote desde lejos —respondo sin guardarme nada—, nunca me he ido, preciosa. Jamás te he abandonado.
 
Intenta alejar las lágrimas y comienza a aletear las pestañas, forzándose a tomar una bocanada de oxígeno. Sus cejas se fruncen mientras lanza una mirada confusa, sin realmente comprender el significado de mis palabras.
 
—¿Qué quieres decir? —se interesa por saber, intentando encontrarle sentido a lo que acabo de revelar.
 
Ajusto el agarre que tengo sobre su mano, que sigue apretada contra mi pecho, intentando respirar hondo porque siempre me quedo sin aire cuando ella está cerca.  Me roba el puto aliento, la cordura, mi lógica. Me lo quita todo y ni siquiera me puedo enfadar, porque tengo la certeza de que le daré lo que sea sin que ella tenga la necesidad de pedírmelo.
 
—Hice múltiples viajes a Francia a lo largo de los años.
 
La sorpresa llena su expresión y algo dulce y tan malditamente cálido comienza a posarse en sus ojos, que hasta hace unos minutos, me miraban con un interminable resentimiento.
 
—¿Por qué?
 
Ella ya sabe la respuesta, pero sospecho que necesita oírmela decir. Camille anhela mi sinceridad y no pienso negarle nada. Con la mano libre, le recorro el pulgar por su mejilla ligeramente húmeda antes de inclinarme sobre su cara, tan cerca de que nuestras bocas por poco vuelven a colisionar.
 
—Tenía tantas ganas de verte, de tenerte cerca, de sentirte... Lo necesitaba o iba a morir de lo contrario, pero no me quedó más remedio que mirarte desde las sombras —susurro suavemente contra sus labios, cierta melancolía colándose en mis palabras, permitiendo que los tristes recuerdos de aquella época vuelvan de nuevo—. Tuve que convertirme en un fantasma para que no supieras que estaba allí. Era lo único que me quedaba. La única forma que encontré para estar cerca de ti.
 
El nudo que se me hace en la garganta crece al ver cómo las lágrimas empiezan a rodar lentamente por sus mejillas enrojecidas. Se me aprieta el pecho.
 
—¿Me estuviste observando todo ese tiempo?
 
—Sí —suspiro.
 
—¿Cómo es que nunca te vi? —Parece totalmente confusa, pero de algún modo interesada.
 
Tengo que forzarme a respirar hondo antes de responderle.
 
—Me aseguré de siempre mantener mi distancia.
 
Bueno, quizá en eso esté mintiendo.
 
Hubo una ocasión en especial en que ya no soportaba estar apartado de ella y lo arriesgué todo, incluso cuando pudo haberme descubierto y el plan de alejarme para que cumpliera sus sueños se habría ido a la basura. Era de noche, la brisa se cernía sobre mí mientras repasaba mis siguientes movimientos. Sabía con exactitud que se encontraba sola en la finca que tenía en Francia, porque la había estado vigilando toda la tarde mientras estaba cabalgando y la ví despedirse de Samantha y su pequeña bebe.
 
Ese día hice lo más imprudente y estúpido que pude haber hecho, trepé por su ventana e irrumpí en su habitación sólo para verla. ¿Quién diría que después de años volvería a hacer algo como eso?
 
Mi hermosa mujer se encontraba plácidamente dormida y, para mi suerte, las luces estaban apagadas, así que las posibilidades de que se despertara eran mínimas. Caminé en silencio hasta su cama donde se hallaba hecha un ovillo y tuve que contener la respiración al tiempo en que contemplaba toda su belleza. Aunque sólo habían pasado diez meses desde la última vez que estuvimos tan cerca, me parecía que hacía un puto siglo.
 
La realidad era que me estaba volviendo loco.
 
Cerré los ojos e inspiré con fuerza para poder oler el dulce aroma que desprendía y del cuál me había obsesionado, hasta el punto de comprar los productos que usaba y tenerlos en mi bañera con tal de sentirla cerca a mí. Sin embargo, oler su fragancia de un bote no era lo mismo.
 
Pero respirar desde su habitación donde ella dormía era diferente. Era la primera vez que volvía a sentirme como en casa. Ella era esa sensación de estar en casa para mí.
 
Detuve mis pasos cuando me quedé a escasos centímetros de ella y flexioné las piernas mientras extendía la mano con cierta timidez y pesar, incapaz de controlar la avasalladora necesidad de sentir su piel contra la mía una vez más.
 
—Sabes una cosa, preciosa, es una puta jugarreta del destino no poder estar contigo, no poder abrazarte, ni tocarte, ni siquiera besarte —susurré lo más bajo que pude tras acomodar un mechón de cabello detrás de su oreja, atesorando lo hermosa que se veía con los ojos cerrados; sus grandes pestañas descansando contra su piel, sus labios gruesos ligeramente entreabiertos, su pecho subiendo y bajando a un ritmo constante. Joder, se veía tan tranquila durmiendo que mi corazón dejó de latir dentro de su cavidad—. No cuando te amo así, cuando estoy perdiendo toda la sanidad por no estar a tu lado. Créeme, nunca ha habido ni habrá nadie que te ame como yo lo hago. Te amo demasiado, Camille, esa es mi única verdad, tú has sido lo mejor que me ha pasado en la vida. Perdóname por no estar preparado cuando me dijiste lo que sentías, perdóname por no haberte sabido amar como te lo merecías. Eso siempre será mi más grande arrepentimiento. —Dudando, me incliné sobre ella y las pulsaciones se me dispararon aunque apenas rocé su piel, dejando que mis labios se posaran en su frente durante más tiempo del habitual. No quería despedirme de ella todavía, sin embargo, me obligué a apartarme cuando ella se removió en la cama, tal vez sintiendo mi presencia pero negándose a despertarse—. Aunque existe la posibilidad de que nunca lo sepas —agregué antes de levantarme de la posición en la que estaba.
 
Respiré hondo con los pulmones apretados e hice lo posible por ignorar el dolor que me abrasaba el pecho,  sabiendo que no podía quedarme aquí con ella porque era la última persona a la que querría ver. Ella me odiaba demasiado.
 
De pie cerca de la ventana abierta, la observé durante un par de segundos más, grabando sus rasgos y esbocé una sonrisa con nostalgia al pensar que no habría persona en el mundo que pudiera hacerme sentir tanta paz como ella lo hacía. Me dolió forzar los pies para salir de la habitación pero lo hice porque no podía seguir haciendo daño a la única persona que me importaba en el mundo.
 
Lo hice porque aunque siempre había sido una persona bastante egoísta con aquellos que me rodeaban, en el momento en que me enteré de sus visitas al psicólogo particular, supe que nunca interferiría en su vida si su salud mental estaba en peligro. Iba a esperar el momento oportuno.
 
Al fin y al cabo podía esperar toda una vida por ella.
 
—¿¡Entraste en mi habitación mientras dormía!? — inquiere ella sin aliento tras haberle revelado lo que sucedió esa noche y la razón por la que decidí seguir callando.
 
—No fue mi mejor momento, pero estaba jodidamente desesperado por ti —me excuso. Una oleada de calor me recorre el cuello.
 
Se me queda viendo fijamente y sus ojos me traspasan tan profundo que tengo que tragar grueso. Entonces suelta una risa incrédula mientras sacude la cabeza y cierra los ojos, tomando una inhalación brusca. Yo, por el contrario, me dispongo a asimilar el momento, todavía sin entender muy bien lo que está pasando, pero me permito oír ese dulce sonido porque no quiero que vuelva a estar triste. Mucho menos si es por mi culpa.
 
—¿Quieres saber algo? —susurra mientras su risa empieza a cesar.
 
Asiento, solemne. —Lo que sea.
 
Una pincelada de calor viaja a sus mejillas. Desvía la mirada, nerviosa.
 
—Creo que de alguna forma siempre supe que estabas ahí; entre las sombras, viéndome.
 
—¿Cómo lo sabías? —pregunto desentendido.
 
—Mi piel sólo se eriza de cierta manera cuando tú me miras, Alexander —admite despacio—. Hubo un par de veces que sentí tu presencia tan profundamente en mis huesos, a veces me parecía percibir tu olor reposando en el aire, que miraba a mi alrededor con la tonta esperanza de verte. Llegué a pensar que me estaba volviendo loca, que quizá estaba alucinando, pero ahora sé que no era sólo producto de mi imaginación, que realmente estabas allí.
 
Sonrío mientras una sensación cálida y muy reconfortante se apodera de mi cuerpo.
 
—Estuve allí, te vi tan feliz en la universidad en la que habías ingresado, te vi dar un gran discurso en tu graduación porque eras el promedio más alto, estuve allí cuando abriste tu estudio de fotografía en aquel edificio del que te enamoraste tras la primera visita, cuando después de semanas batallando pudiste concretar la compra de aquella finca en Córcega —le enumero los acontecimientos de los que fui parte, aunque ella se hacía ajena a mi presencia. Eso no cambia el hecho de que velé por su bienestar y siempre me cercioré de que tuviera todo lo que quisiera, como esa propiedad que ella gratamente compró por sólo una cuarta parte del precio real, porque yo moví algunos hilos y me encargué del resto. Aunque ella no tenía porqué saberlo. Así que me encargué de dejárselo perfectamente claro al propietario—, también viajé a verte cuando me enteré de que tu madre había muerto —me cuesta más sacar las palabras cuando su expresión se entristece, pero me las arreglo para seguir—. Me di cuenta de que no te habían notificado la noticia, así que no dudé en llamar a tú nana. Me aseguré de que fuera cuanto antes a Francia a contarte lo que estaba pasando. Lo hizo y lo primero que hiciste al llegar a Seattle fue visitar su tumba. Estabas completamente destrozada y yo solo quería abrazarte para llevarme todo tú dolor. Me quedé contigo todo el tiempo que estuviste ahí... Y después de eso seguí volando sólo para verte desde lejos. Lo hice muchas veces más a lo largo de los años. Así que, no Camille, en realidad nunca te dejé. Nunca creas que te abandoné. Siempre he estado ahí y siempre lo estaré.
 
Mis brazos la envuelven por completo cuando se le escapa un sollozo entrecortado, queriendo, o más bien necesitando, hacerla sentir segura incluso cuando sus ojos me dicen que soy la última persona en la que confía. Ella corresponde a mi abrazo y, por igual, se aferra a mí, temblando por el llanto que la consume. Esconde su cara en mi cuello y siento cada llanto desgarrador contra mi piel. Su dolor se ha convertido en mi propio dolor.
 
Cuando por fin parece que lo ha soltado todo, o quizá se ha obligado a parar, levanta la vista hacia mí. Sus pestañas húmedas y su nariz roja.
 
—¿Cómo es que vamos a poder seguir adelante desde este punto? No encuentro la manera, no sé cómo... —El agudo pesar que subyace en sus palabras me cala hondo.
 
—Ya hallaremos la forma de hacerlo —la tranquilizo—, yo mismo la hallaré si es necesario.
 
—Alexander...
 
—Podremos con esto y mucho más, Camille —le digo con firmeza, con la intención de creer en mí mismo, porque si no existe una manera de que me perdone, entonces no sé qué voy a hacer.
 
—¿Y si no podemos lograrlo?  —El temor implícito en su voz me paraliza.
 
Le acaricio las hebras castañas mientras dejo escapar un profundo suspiro a través de mis labios tensos.
 
—No es una opción.
 
—Estás siendo irracional, Alexander —acusa entonces, sorbiéndose la nariz.
 
—¿Cuando no lo soy si se trata de ti?
 
Eso lo hace, e incluso cuando hace un esfuerzo por detenerse, un minúsculo atisbo de sonrisa curva sus labios. Resulta inevitable no tener una pequeña esperanza a la que aferrarse, porque aunque haya menos de un uno por ciento de posibilidades de que me perdone, la tomaré. No me importan las malditas estadísticas, sólo ella.
 
Siempre es ella.
 
—Cierto —suspira.
 
Le dedico una sonrisa reconfortante a la vez que me inclino para besarle la mejilla. Si bien comprende mis intenciones, no hace nada por impedirlo y, extrañamente, me permite tocarla, estar cerca de ella, aunque también puedo darme cuenta de que le cuesta mucho estar en mis brazos. Sé que quiere salir corriendo.
 
—Lo solucionaremos, ya lo veras —procedo a decirle mientras suavemente le beso el inicio de su cabello—. Haré que todo vuelva a estar bien. Voy a repararlo.
 
Como respuesta sólo asiente con la cabeza, absteniéndose de pronunciar palabra alguna, lo que no hace sino aumentar mi inseguridad ante la posibilidad de hacer que me perdone, dado que no ha arremetido contra mí como yo esperaba que lo hiciera. Siempre supuse que decir la verdad sería mucho peor, pero Camille no ha reaccionado como lo esperaba y eso es lo que me da más miedo.
 
Porque siento que la estoy perdiendo de manera silenciosa. Eso está por verse.
 
Nos quedamos unos cinco minutos abrazados antes de que ella me informe que desea irse de la cabaña. Le doy un último beso en su mejilla y salimos de la propiedad en completo silencio. A pesar de que insiste en llevar su coche, sólo se lo permito con la condición de que sea yo quien conduzca. Acepta sin hacer protestas. Me adelanto para abrirle la puerta y le pongo el cinturón sin que efectúe una sola reacción. Me molesta, pero no muestro mi enfado.
 
La regreso a ver por última vez antes de arrancar el motor y ya no me hace caso, porque su rostro adquiere una expresión de total preocupación, como si apenas estuviera recordando algo. Rápidamente, la veo abrir la guantera y sacar una pequeña caja con las manos temblorosas. No me toma ni dos segundos darme cuenta de lo que es y el impacto me llega como un guantazo en las pelotas.
 
"La píldora del día siguiente".
 
Por supuesto. ¿Cómo lo pude olvidar? Ayer volvimos a tener relaciones sexuales y no usamos protección. Aunque eso no es nada nuevo, pero antes se cuidaba, por eso no teníamos de qué preocuparnos. Maldición.
 
Aprieto la mandíbula y mis dedos se tensan sobre el volante. Mis nudillos se ponen blancos de la fuerza. Ella se da cuenta y respira hondo, las expresiones de su rostro permanecen con una calma exasperante.
 
—Es lo mejor —dice en voz baja.
 
Entonces abre la botella de agua que ni siquiera sé de dónde sacó y se toma la pastilla sin pensárselo dos veces. Su cara sigue neutra. Incluso cuando estoy a punto de abrirle la boca para sacarle la puta pastilla e impedir que lo haga, lo cual es una locura. ¡Lo es! Pero tener un hijo le va a dar una razón para no dejarme nunca. Va a ser un lazo que se encargará de unirnos para siempre, le guste o no.
 
Resoplo sombríamente con la tensión aún reposando en la mandíbula.
 
Envío lejos esos pensamientos cavernícolas mientras trato infructuosamente de tragarme la ira irracional que empieza a golpearme con fuerza, ante el pensamiento de que ella descarte tan fácilmente la idea de tener un hijo conmigo. Se la tomó porque ella no tiene dudas al respecto. Por supuesto que no es el mejor momento para nosotros, sé que le he mentido tanto y apenas me tolera, pero es el conocimiento de que soy la última persona en la tierra con la que ella querría tener un hijo lo que me mata.
 
Nunca pensé que eso me afectaría, pero me destroza, joder.
 
—Creo que no lo es, pero no te voy a decir lo que tienes que hacer —suelto entre dientes al cabo de unos segundos, todavía intentando enmascarar mi desagrado.
 
Resopla un tanto exhausta.
 
—Ahora mismo no tenemos absolutamente nada que ofrecerle a un bebé —me explica, la angustia incrementa en su voz—. Es imposible.
 
Entiendo que no se refiere a lo económico, porque soy un empresario multimillonario y tengo dinero más que suficiente para mantener a mil niños. Sin embargo, no somos una pareja, no somos nada ante sus ojos, por lo tanto no podemos ofrecerle un hogar decente a un bebé.
 
Una familia estable y feliz, eso es lo que quiere decir.
 
Pero puedo estar preparado. Joder, si por mí fuera la llevo a la corte y me caso con ella hoy mismo. La convierto en mi mujer de manera oficial y me encargo de que la noticia esté en primera plana. Puedo poner toda mi fortuna a su nombre y darle todo lo que puede llegar a desear en futuro. No tiene que sufrir nada, yo voy a hacer cualquier cosa por ella, por ellos. Por ese bebé que probablemente mañana ya no exista.
 
A pesar de que siento la garganta obstruida me esfuerzo por tomar un respiro, sabiendo que esto es demasiado para ella, así que opto por guardar silencio y ocultar mis verdaderos sentimientos al respecto.
 
—Lo sé —es todo lo que me permito decir, aunque tengo que hacer uso de todas mis fuerzas para no hacer una estupidez.
 
—Alexander...
 
—Te entiendo. De verdad lo hago, preciosa —no le miento—. Solo desearía que todo fuera diferente.
 
Los dos recorremos el trayecto de la cabaña al hotel sumergidos en un silencio que dista mucho de ser sereno. Ambos perdidos en nuestros propios pensamientos. Ella no intenta iniciar una conversación, ni siquiera me mira de reojo y esta vez se lo permito, porque no sé qué más decir cuando mi mente sigue estancada en el ilógico pensamiento de ese hipotético bebé.
 
En cuanto llegamos a la habitación de hotel en la que se aloja y pide al servicio de habitaciones dos botellas de vodka, sé que no voy a darle el maldito espacio que desea desesperadamente. Claro que no la voy a dejar.
 
Vuelve a pelearse conmigo cuando se da cuenta de que no tengo intenciones de marcharme, argumentando que le prometí dejarla en paz y tiene razón, pero otra vez estoy yendo en contra de su voluntad, intentando evitar que haga alguna estupidez. Sólo quiero cuidar de ella. Eso es todo.
 
—Me aseguraré de que te arrepientas por esto —me advierte mientras cierro la puerta con nosotros dentro.
 
—Puedo soportarlo todo, preciosa.
 
—No te la pondré fácil.
 
Le sonrío con altivez.
 
—Siempre me han gustado los retos.

—Nunca más volverás a tenerme.

—Esa es la cuestión, ya te tengo, Camille —digo astuto—. Te guste o no.
 
Me lanza una mirada cargada de indiferencia, sin embargo, sus ojos resplandecen con una furia innata y comprendo que su advertencia va en serio. No me lo va a poner fácil, pero tampoco lo espero. Sé que va a dar pelea.
 
Estoy preparado para todo.
 
Porqué al final la volveré a tener de una forma u otra. Siempre voy un paso adelante y ella pronto lo sabrá.









Aquí les dejo la primera parte del capítulo, espero la disfruten mucho, ya que estuve leyendo muchos de sus comentarios y sé que muchos deseaban leer la perspectiva de Alexander para que se sincerara. Mañana estaré subiendo la segunda parte, que es mi favorita hasta el momento♥️

Gracias por seguir leyendo, por su paciencia y por seguir apoyándome, siempre leo sus comentarios✨




G.R

No Me Sueltes (+18) [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora