Capítulo XX

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Camille

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Camille

La lluvia prevalece por cada espacio de mi cuerpo, estoy completamente empapada y no puedo dejar de caminar, de huir de lo que tanto me aterra. Por el momento, no tengo un rumbo fijo, sólo sé que necesito alejarme, perderme y no verlo nunca más, porque tengo demasiado miedo.

Estoy colapsando, mi mundo desmoronándose pieza por pieza, y con cada paso que doy mi mente me recuerda lo que ocurrió hace apenas unos minutos.

<<¿Por qué sigue haciéndome sentir tan vulnerable? >>

No encuentro una respuesta lógica.

Acelero mis pasos mientras sacudo la cabeza intentando alejar todo lo tenga que ver con él, no, no puedo dejar que vuelva a gobernar mis pensamientos como solía hacerlo antes.

Le permito a mis oídos deleitarse con el tintineo inconfundible de la lluvia, un sonido profundamente rítmico y sosegado que resuena cada que las gotas espesas caen densamente, mojan cada rincón de Seattle, sin dejar ningún rastro de sequedad a su paso. Se aferran al pavimento de las carreteras y golpean el asfalto con gran ímpetu, haciéndome resoplar por más de una ocasión.

¿A quién quiero engañar? Estoy más confundida que antes. Me siento abrumada y encerrada en un laberinto que parece no tener salida.

Sé que debo pensar con claridad, frenar mis pasos, buscar un lugar en donde refugiarme de la lluvia y por último: afrontar las consecuencias de mis intachables acciones.

Sin embargo, ni siquiera puedo contemplar la idea de hacerle caso a mi cerebro, porque la sofocante presión de mi pecho me deja sin aliento y siento que las vías respiratorias se me cierran cada vez que recuerdo que fui yo la que le pedí que me besara.

¡Imbécil!

No puedo detenerme, mis pies siguen caminando, haciendo caso omiso a cualquier amago de racionalidad que yace dentro de mí, perdí mi maldita cordura y solo quiero escapar de mis acciones. Siempre tomo malas decisiones, nunca medito la situación y actúo por mero impulso.

Pero esta vez rebasé los límites y presiento que el destino me pasará factura tarde o temprano.

Y es que me declaro culpable de no poder evitar no derrumbar cada una de mis barreras cuando sus labios se postraron enfrente de mí, invitándome a probar de ellos, sentí que me llamaban y no lo dudé, mucho menos cuando me ví reflejada en sus ojos verdes; brillantes, penetrantes y con un color tan intenso que nunca antes vislumbré.

El aire frío me cala los huesos, comienzo a temblar y maldecir por no poseer la madurez y coherencia suficiente para poder evitar de ponerme en situaciones cómo estás. No soy la misma de antes, pero mis acciones me gritan que estoy cometiendo los mismos errores de hace tres años, y yo ya no quiero sufrir.

—¡Camille, detente! —su grito es como un estruendo que me estremece de pies a cabeza.

Y por primera vez, no doy pelea mucho menos protestas, simplemente hago lo que me pide y acato lo que acaba de ordenar. Dejo de huir, dejo que la ola de la culpa, la triste realidad, el dolor, y el sufrimiento de todo lo vivido regrese, me permito sentirlo todo, lo desentierro y vuelvo a derramar las lágrimas, que propicia el llanto que me hace sollozar con fuerza porque mi pecho arde como el mismísimo fuego y se siente expuesto cuando lo tengo enfrente de mí, mirándome con los ojos perdidos en los míos.

No Me Sueltes (+18) [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora