No podía, de verdad que no.
El pueblo a mi alrededor estaba en constante silencio y rodeado de penumbra rara vez iluminada por las diminutas farolas, dándole un aire aterrador que no mejoraba mi inquietud. Miraba a todos lados, con la esperanza de que Jade no me hallara rápidamente y me diera el tiempo suficiente para saber qué hacer con mi vida.
Por una parte, me sentía mal conmigo mismo por dejarle atrás. Pese a ser capaz de matar a alguien y luego sonreírme como si nada hubiera pasado, sus bruscos momentos de mal humor, sus exigencias absurdas, el comportamiento extraño... Había una parte de mí, la que intentaba ocultar cada día en la que estábamos sólo él y yo, en que quizá no sería mala idea en aceptar estar cerca. Mucho más, permitirle formar un lazo; una unión. La manada era un problema, sí, y también las numerosas normas y códigos de conducta que no casaban conmigo por no ser un estúpido omega como aquellos humanos. No necesitaba que me ataran una cadena al cuello, con su respectiva chapa, y que esos malditos perros me dijeran cómo tenía que comportarme.
¿Dócil? ¿Obediente? ¿Encantador? Me podía lamer el culo, empezando desde el escroto. Jade adoraba que fuera indomable y salvaje; lo que ellos quisieran no me importaba.
Por otra, sentí dolores inimaginables conforme me iba alejando kilómetro a kilómetro. Jade era un lobo muy especial para mí. Era inteligente y hermoso, raro y entrañable, mortal y peligroso, me defendía por mucho que yo pudiera defenderme a solas... Alejarlo, del mismo modo que lo hizo mi madre en su día, iba resquebrajando mi armadura que se aunaba al dolor de mi pie. ¿Por qué no le dije directamente que me diera tiempo de reflexión? ¿Por qué no me impuse y le dije a la cara que sólo estaba unido a un contrato estúpido?
Quizá, y sólo quizá, tenía miedo.
Tenía miedo de que me matara.
Tenía miedo de que su corazón se rompiera.
Tenía miedo de que la reacción en cadena detonara las minas emocionales del lobo.
Tenía miedo de que, quizás, no pudiera soportarlo hasta diciembre.
Pero el hecho era que huí. Me largué como un espectro entre la oscuridad con una mochila acuestas, caminando entre las sobras de la noche que me rodeaban y un silencio que me erizaba la piel. Un viento siseante, alumbramientos inconstantes, el cielo plagado de nubes negras pese a que faltaban pocas horas para los primeros rayos del sol. No supe lidiar con ello; y por ello la marcha, pues pensé que así no provocaría que ningún Lazo se concretara antes de que pudiera domar a mis bestias internas, juntarlas con mis demonios más oscuros y no avivaran los recuerdos de un pasado trágico.
Fue cuando tenía trece años y mi padre había muerto en su accidente laboral. Mi madre y yo aún vivíamos en aquel lugar destartalado, sucio y polvoriento porque estaban ahorrando para comprar la casa de sus sueños; con su bonito jardín para plantar flores, con la paz que necesitábamos con urgencia, con vecinos que nos saludaran y no nos miraran como apestados, con la seguridad de no ser robados otra vez.
Hasta que pasó lo inevitable.
Un ladrón ingresó en casa mientras dormíamos en la madrugada. No parecía ser demasiado experimentado, porque comenzó a emitir numerosos ruidos y me despertaron —mi madre dormía por la medicación—, así que me acerqué a ver qué pasaba ya que al principio pensé que se trataba de un gato que se colocó por la ventana. Fue un error. Tan rápido cuando me asomé por la puerta hallé a un chico aparentemente joven y desgarbado, utilizando un pasamontañas y los ojos azules siendo lo único que pude reconocer. Vestía totalmente de negro, camuflándose por la oscuridad y, esa noche, siendo tormentosa y fría, no daba demasiada iluminación.
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𝕷 y k a n [También en Inkitt]
Werewolf[Libro 0.5] [Independiente] Everett Oak, un escéptico empedernido, considera la existencia de los hombres lobo como un mito absurdo, algo en lo que solo creen los más chiflados. Ni siquiera la asignatura universitaria dedicada al tema logra convence...