79. 𝙻𝚘𝚜 𝚕𝚘𝚋𝚘𝚜 𝚝𝚊𝚖𝚋𝚒é𝚗 𝚙𝚘𝚍𝚎𝚖𝚘𝚜 𝚜𝚎𝚛 𝚛𝚘𝚖á𝚗𝚝𝚒𝚌𝚘𝚜

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La última semana de noviembre fue el verdadero infierno, donde todo lo que pasó en la cuarta casi parecía una forma sutil de decirme que la cosas se iban a poner duras. Y no precisamente como lo estuvo la entrepierna de Malik. Si yo pensaba que Jade podía ser cruel, el pelirrojo se ganó la medalla de oro con su respectiva copa dorada, porque en sólo en esos últimos siete días consiguió que hasta Brent le costara comer por todo lo que yo expresé en silencio.

No aflojó. No fue amable. No tuvo misericordia para clavarme los peores dardos venenosos en cualquier grieta de mi mente para que comprendiera algo: O aprendía a camuflarme entre los humanos, o estaría muerto. 

Día y tarde fueron losas pesadas, las noches con Brent el regalo por mis esfuerzos.

Hasta que llegó diciembre y en mi mente las cosas comenzaron a moverse sin siquiera vacilar. Acepté a desechar ideas, del mismo modo que aprendí a congelar mi rostro y engañar a la perfección con una sonrisa natural. Hasta el propio Malik tuvo sus momentos de vacile durante los primeros días; aprendía demasiado rápido. Me presionó en el arte del engaño, tenía prohibida cualquier visita pese a que Brent quería que fuéramos a visitar a Zara antes de que a Jackson le diera su celo a finales del mes. Él fue, yo no. El Beta se encargó de demostrar a mi lobo que no era un Beta muy valorado por nada y que si su respuesta era no, esa era la única válida aunque después se enfadaran.


Ahora, pasada esa primera semana, tenía dos problemas: El celo de Brent en navidades y calmarme en estos mismos instantes cuando Malik fue a por unas bebidas a la barra del piso de abajo. 

Se esforzó mucho en este tiempo para que nuestra cena de hoy fuera tan natural que nadie imaginara qué éramos, pese al olor que decidimos camuflarlo con varios botes de menta. La ropa ajustada era algo que no podíamos evitar, o al menos por su parte por ser tan enorme, y en cierta manera me fue relajando conforme las horas pasaban mientras me invitaba a cenar. Casi parecía una cita, una propia de película en la que veríamos juntos el amanecer en un lujoso descapotable.

La realidad era que no íbamos a tener eso: Malik conducía un deportivo caro, estábamos actualmente en un bar atestado de lobos y humanos cachondos, y nuestra ropa fue intercambiado por algo más adecuado para el evento. Yo con un chándal verde oscuro y una camiseta de tirantes que, en mi opinión, ya me estaba dejando claro que algunos humanos me confundían con los lobos. Remarcaba mis brazos tonificados, el ligero —pero abultado— pecho y todo el duro entrenamiento dio sus frutos a una velocidad que no la creí posible.

Ah, no, mi problema ahora era otro.

—¡Doscientos pavos! —Soltó un hombre algo bebido, poniéndolos delante de mis narices. Ya lo mandé a la mierda antes, contándome que llevaba todo un año buscando un lobo y yo era el único solitario y era muy atractivo pese a ser muy joven—. Puedo subir más, pero me gusta pujar... Y que me empujen.

Apestaba a alcohol que me cerró el estómago, licor mediocre. Pese a ello mi cara mostraba un gesto frío y calmado, ignorando el dinero y fruncí el ceño cuando añadió dos billetes más. Cuatrocientos pavos. Mi antiguo yo le hubiera dado un puñetazo en la boca por tratarme por una puta, pero el yo que estaba desesperado tiempo atrás le hubiera seguido el juego. 

—Lárgate —arrojé indiferente, adoptando la misma postura que vi en Rowen en el Luna Llena. Era regio, con las piernas abiertas con descaro y los brazos apoyados en la parte superior del respaldo del sofá—. No me interesan los conejitos como tú, así que búscate a otro.

—Eres de los duros, ¿eh? Me gusta... —sonrió con una mueca, añadiendo más billetes y volviéndome a mirar con esos ojos castaños, mostrándose sus venas por vete a saber qué se habría metido aparte del alcohol—. Mil dólares para que me lleves al baño, me des por culo y te dejo morderme mientras lo haces.

𝕷 y k a n [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora