No hubo una bala atravesándome la cabeza. No me fui al otro barrio, no saltaron mis sesos e impactaron contra Brent y Jade cuando se me tiraron, ambos, encima. La muerte no me quiso en ese lado del río, así que simplemente sólo me dio tiempo de escuchar el chasquido del arma y el aire golpeándome en la barbilla hasta dejar un verdugón bien rojo que me dolería por días.
Después salió volando hacia atrás de un manotazo.
Caímos como piedras contra el suelo, estando yo debajo del cuerpo de ambos que se negaban a dejarme escapar. Noté en mi espalda el líquido que sería del asado, ya frío por el tiempo que había pasado, o quizás de la jarra de agua que se había reventado a unos pocos metros de mi cabeza donde podía ver más o menos pedazos grandes del plástico.
Al parecer mi vida era valiosa, para ambos, mucho más que todas esas heridas que se habían abierto con los movimientos de sus extremidades y la caída. Ya di por hecho, ahora, que Jade me amaba incondicionalmente pese a ser un perro estúpido que se dejó engañar por esa hija de puta de Sarah; pero Brent me sorprendió. Al principio pensaba que se debía a que no quería perder a su compañero de trabajo, su compañero de guarida o, quizá, su amigo; resultó no ser así. Lloró del mismo modo que lo haría un niño al que iban a sacrificar a su conejo, llenándome la cara con su sudor y parte de la sangre —además de las lágrimas— que se mezclaban con sus gimoteos, los cuales no entendí lo que estaba diciendo. Era increíble que un lobo como él, tan grandote y capaz de matarme de una dentada, lo tuviera pegado a mi cuerpo para que no me moviera al mismo tiempo que lloriqueaba. Y Jade, mi lobo favorito, terminó sucumbiendo también al llanto sin dejar de llamarme por mi nombre al mismo tiempo que imitaba a Brent con el restriegue de su cara contra la mía.
—¡Panda de perros idiotas y apestosos! ¡Os odio a ambos! —grité como pude, pasando mis brazos por sus cuello, ya que el arma había salido volando hasta arrastrarse por el suelo de la cocina—. ¿Veis lo que habéis conseguido con vuestra estupidez? —Los apreté con fuerza y contuve las ganas de llorar. Realmente estaba seguro que iba a morir, que dejaría este mundo sin haberme vengado aún de esa idiota, que Dalton había ganado, que Jade sería viudo de corazón durante el resto de su vida. No pasó, y ya no tenía otra oportunidad; ya no la quería, mientras tenía a estos perros imbéciles lloriqueándome como niños.
—No hagas eso nunca más —dijo Jade, aún gimoteando entre gruñidos. El brazo que estaba en el cuello de Brent se unió al otro que tenía el ojiverde, encerrándolo para que nuestras caras estuvieran cerca—. Nunca. Jamás. Me hubieras matado por dentro, Everett...
—Lo sé —susurré bajo, llenándole la cara de besos y mordiscos aunque le dolieran por los golpes que le dio el pelinegro para defenderse. Aun así los soportó todos y gruñó junto a una sonrisa—. Eres mi lobo ganador, ¿recuerdas? Jade es el mejor lobo del mundo, mi macho, mi lobo, el primero de todos y nadie podrá quitarte ese hueco jamás de los jamases- —Le mordí en la quijada, y después en el cuello para dejarle una marca bien roja que le arrancó un grito—. Y eso es para que nunca lo olvides. Eres mío, oficinista de pacotilla. Mío y de nadie más, así que ahora vete a tomar por culo y déjame mimar a Brent.
—¡Pero acabo de...!
—Jade se irá a fumarse un puto cigarro fuera de la casa, y dejará a Everett mimar a Brent porque mi macho fue un gilipollas, un cretino y un ingrato; además de que casi lo mata —espeté en tono demandante, aunque no sin antes marcarle otra vez en el otro lado del cuello, con su respectivo grito y la empalmada en su pantalón que echaba de menos ver—. Vete y reflexiona, lobo ganador. No me hagas cambiarte el título.
Jade se levantó a regañadientes, mascullando cosas que no entendía porque Brent se me tiró encima lloriqueando otra vez. Pude ver como sus ojos volvían a ser los de siempre: Hermosos, brillantes, perfectos y vigilantes. Le guiñé el ojo y él se lamió los labios al comprender que, pese a todo lo ocurrido, le había confesado que sí tenía sentimientos por él después de mucho tiempo juntos. Caminó, cojeando, y vi cómo su cuerpo se alejaba hasta la cocina sin cerrar la puerta. No iba a cambiar de la noche a la mañana, pero al menos ya le había dicho lo que quería.
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𝕷 y k a n [También en Inkitt]
Werewolf[Libro 0.5] [Independiente] Everett Oak, un escéptico empedernido, considera la existencia de los hombres lobo como un mito absurdo, algo en lo que solo creen los más chiflados. Ni siquiera la asignatura universitaria dedicada al tema logra convence...