Los dedos de Jade se deslizaban sobre mis piernas desnudas cuando la alarma de su móvil sonó, despertándome con pereza. Sus ojos estaban fijos en mí desde hacía, seguramente, un tiempo indeterminado para regalarme una sonrisa leve. No había máscara que pudiera ocultar el brillo de sus orbes aguamarina, aun cuando intentaba mostrarse feliz. Yo sabía que había algo ahí, escondido tras una muralla de hierro y hielo, esperando el momento de explotar cada vez que cruzábamos miradas.
Era un pálpito, uno que al mismo tiempo me dejaba confundido por si sólo estaba volviéndome tan controlador como los lobos.
—Me gustan los espejos —susurró, conforme su dedo pasaba de mi muslo y atravesaba la cadera hasta alcanzar mi mejilla.
—¿Qué?
—A Brent le gustan las flores desde siempre, le ayudan a anclarse al presente y no pensar en el pasado aunque le duela —respondió sin ir al punto—. Una maceta junto a un paquete de semillas es capaz de hacerle feliz durante semanas, por eso la primavera es su estación favorita. Los capullos de la mayoría de las flores nacen, llenando todo de aromas dulces y colores, recordándole que tras una lágrima habrán diez sonrisas esperándole.
—¿Por qué me...?
—A mí me gustan los espejos porque son capaces de engañar al ojo humano: Aunque tú veas tu propio reflejo, nunca sabrás si detrás hay alguien más observándote —me interrumpió. Su mano me regaló una caricia suave y su cara se acercó un poco más a la mía, notándose que nuestros asquerosos alientos se enlazaban como serpientes imaginarias—. El reflejo nunca será perfecto, por muy limpio que esté el cristal.
—¿Qué quieres decir con esto? ¿Es otro de tus tontos mensajes? —cuestioné, dejándome mover para que mi cuerpo se colocara encima del suyo—. Jade, ¿puedes ser sincero por una maldita vez?
—No puedo ser « sincero » a tu manera, sino a la mía.
Iba a decirle que se fuera a la mierda, que estaba harto de sus juegos estúpidos de adivinanzas idiotas. Sin embargo no puede, porque antes de moverme noté como ingresaba su erección en mi trasero y su boca cubrió la mía para que no soltara ningún sonido alto. Le daba igual que Brent estuviera al lado roncando; estaba tan cansado por ayudarme a limpiar la cocina y arreglar la piscina que apenas le quedaban energías.
Jade se movió con mucha lentitud dentro de mí, donde comencé a notar la calma que me transmitía tanto su olor corporal como lo que parecía inyectarme en cada follada. Era un veneno lento, sinuoso, y que te drogaba lo suficiente para que el lobo pudiera manipularte a su conveniencia. Percibí sus manos arañando mi cuerpo y su boca —ahora separada de la mía— susurrándome tantas guarradas que prácticamente sólo conseguían caldear el ambiente.
En esta ocasión no hubo rudeza, al menos en la cama, sino que la unión sólo fue un mensaje silencioso que no podía interpretar. Pero ahí estaban las señales: Besos húmedos en la boca, haciendo que nuestras lenguas bailaran atravesando la saliva ardiente; dedos que marcaban mi piel como el recordatorio de una guerra antes de que llegara; palabras entre susurros en mi oído que me ablandaban lo suficiente para no darle ningún significado; el olor de su cuerpo abrazándome como una serpiente con la intención de matarme en cualquier momento; y sus ojos brillando con una verdadera felicidad con más de un mensaje oculto.
Me levantó de la cama sin despertar al pelinegro, sin sacarla aún, y permití una secuencias de mordiscos en mi cuello donde la sangre saldría para teñir mi piel pálida de rojo. También permití que en el baño volviera a sentir sus labios necesitados de un afecto que yo siempre le daría, porque siempre será el primero de todos, mi lobo ganador que no quiso soltarme para nada.
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𝕷 y k a n [También en Inkitt]
Hombres Lobo[Libro 0.5] [Independiente] Everett Oak, un escéptico empedernido, considera la existencia de los hombres lobo como un mito absurdo, algo en lo que solo creen los más chiflados. Ni siquiera la asignatura universitaria dedicada al tema logra convence...