5. 𝙼𝚎 𝚎𝚗𝚌𝚊𝚗𝚝𝚊𝚗 𝚕𝚘𝚜 𝚌𝚑𝚒𝚌𝚘𝚜 𝚖𝚊𝚕𝚘𝚜

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Estaba jodido, bien jodido. Si ese cabrón tenía fotocopias de mi deuda estaba ya seguro de que quería extorsionarme, porque eso era lo que hacía la gente que no tenía buenas intenciones contra los demás. Sin embargo, me seguí preguntando hasta miércoles sobre qué podría querer alguien como él: ¿Dinero? Mi tabaco barato era la prueba irrefutable de que no lo tenía, y la deuda también. ¿Sexo? No era una puta para ofrecer esos servicios y estar rodeado de tíos buenos no parecía ser un problema para él. ¿Atención? Sería algo absurdo, teniendo en cuenta que tenía la pasta suficiente para pagar los servicios de cualquiera. 

Las opciones cada vez se reducían, e incluso opté por imaginar otras mucho más grotescas; nada parecía sonar lo suficientemente bueno como para tomarlo en consideración. 

Pasé todo el martes al borde de la paranoia, sintiendo la sensación de ser observado prácticamente en cualquier lugar: la floristería donde encargué el ramo para dejar en la tumba de mi padre, el estanco donde compraba mi tabaco pocas veces al mes, el súpermercado a la hora de hacer la compra, la biblioteca cuando necesitaba elegir un libro para apoyar mis asignaturas, en la calle, tras las esquinas cuando las pasaba de largo, en las ventanas de los edificios... La sensación era horrible y conseguía resecarme la garganta, azotar mi corazón con punzadas dolorosas y provocar un sudor frío constante.

El único lugar donde me sentía protegido temporalmente, por irónico que sonara, era la universidad; a veces en mi propia casa, pero en la noche la cosa cambiaba y me volvía el desasosiego que provocaba conflicto entre la oscuridad y la calma. Ganaba la negrura y, con ello, la ansiedad punzante.


─Fuera de mi camino ─le gruñí al idiota de Jaiden, quien se interponía entre yo y la puerta del aula de ese viejo chiflado de los lobos.

─Vete a chuparle los huevos a alguien de tu sección, Oak, aquí no necesitamos a un negacionista como tú ─sonrió con despotismo, consiguiendo muy fácilmente tocarme las narices porque se encontraba dentro de la universidad. Se pensaba que eso le protegería.

─Está bien, tú mismo lo has querido ─dije, asintiendo.

Le di una buena patada en el pecho, provocando que su cuerpo saliera despedido unos pocos metros en el interior del aula. La caída provocó que tragara aire y obtuviera por su estupidez alguna risa ligera por parte de algunos alumnos que estaban dentro; estaba seguro que eso le habría pillado por sorpresa, pero yo nunca dije que era un chico bueno, de los que respetaba las normas en todo momento. Si un idiota venía a sobarme los huevos, yo respondería.

Me adentré con paso orgulloso, ladeándolo, y en cuando lo tuve a tiro le escupí cerca de la cabeza para que comprendiera que la próxima vez iba a ser peor que el puñetazo en la nariz, esa que seguía teniendo hinchada como una berenjena. Se la deformaría. Subí las escaleras hasta el final, siendo observado por prácticamente la mayoría de la clase mientras cuchicheaban, y en cuanto llegué a la última fila me senté en mi sitio junto a Evan.

Tienes que aflojar un poco el carácter, Verett ─susurró él, aunque esa sonrisita que se le escapaba de los labios ya me dejaba claro que le había encantado el espectáculo. No tenía por qué ser tan estirado y correcto.

Con ese idiota nunca hay que aflojar, o te tratará del mismo modo que a los nerds del primer año le dije mientras sacaba la libreta y el estuche. Y ya de paso, pásame tus apuntes. Paso de escuchar tonterías de un viejo senil, pero si hará exámenes casi que prefiero tragarme esta mierda para luego vomitarla y olvidarme después.

Te has perdido dos clases muy interesantes, incluso diría que te hubiera encantado saber su forma de relacionarse mediante rangos y la aplicación sociopsicológica sonrió, encantado por ser su punto fuerte; la sociología y la psicología. Quizá por eso sabía bien cómo contentarme cuando mi humor daba asco.

𝕷 y k a n [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora