35. ¿𝙴𝚗 𝚖𝚒 𝚎𝚙𝚒𝚝𝚊𝚏𝚒𝚘 𝚘 𝚎𝚗 𝚎𝚕 𝚝𝚞𝚢𝚘?

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—Everett, ¿qué haces con eso? —advirtió Jade junto a un gruñido alto y notorio de advertencia.

—No sé de qué coño me estás hablando.

—Quita el cuchillo de la bolsa. —Jade insistió entonando un tono mucho más severo, dejándome claro que me había pillado de lleno; aunque no estaba seguro si conocía mis intenciones. Aun así no era negociable, ese volumen y fuerza indicaba que la cosa podría empeorar y no me gustaría descubrirlo.

Resoplé, quitando el cuchillo de cocina que había escondido entre los pantalones.

—¿Contento? —Alcé las cejas, adjuntando una mueca de todo menos burlona.

—Las navajas de los calcetines también, y el veneno de los zapatos de repuesto —señaló cada cosa mientras iba pronunciando.

—¡Brent, traidor! —grité, escuchando sus carcajadas desde la planta baja.

Jade se encaminó hasta mí para hacer más presión, sin borrar aquel gesto que pasó de la severidad al inicio de un futuro enfado. Estaba jugando demasiado en el borde del acantilado de su paciencia; un traspiés y ya tendríamos bronca de buena mañana, y yo no quería eso por mucho que me hubieran traicionado. Una vez estaba literalmente a mi lado para ver cómo lo iba lanzando todo a la cama, se agachó para morderme la quijada y gruñó en el proceso.

—¿Me enamoré de un asesino novato? —rio entre dientes. Tuvo el descaro de apretarme un glúteo, haciéndole merecedor de un pellizco en el brazo que le apartó al instante—. ¡Au! Qué pelirrojo más salvaje. Cada día me ata más la idea de que trabajemos juntos cuando quieras aprender el oficio...

—Ojalá atarte y tirarte del balcón, chucho del demonio... —farfullé, cerrando la bolsa de viaje finalmente con bastante brusquedad. Me giré en dirección a Jade, quien paseaba la lengua por los colmillos mientras sonreía y mis labios se torcieron en una mueca de molestia—. Ya está todo. Ahora mismo estoy expuesto a que me jodan bien fuerte y no pueda defenderme como toca.

Aunque Jade intentó decir algo, no escuché lo que tenía que decir. Agarré mi bolsa hasta colgármela en el hombro y apuré el paso, esquivando el agarre del lobo con un molesto manotazo para ir bajando por las escaleras a pisotones. Abajo Brent esperaba, sonriendo con una inocencia que yo mismo me encargué de arrancarle con un pellizco en la mejilla, mientras pronunciaba « Te quedas dos días sin follar, por chivato » y seguí hasta cruzar la puerta con sus quejas de fondo. 

La traición se pagaba caro, y con Brent cualquier prohibición absurda valdría.

A lo mejor me había pasado un poco con la sobreprotección pero anoche me desperté varias veces, pensando en cómo podía defenderme en el caso de que Liam se pusiera cabrón sin que nadie se diera cuenta. Podía aprovechar que estaba fuera fumando, o en una zona poco iluminada. Lo que fuera, ya no me fiaba y el encontronazo sólo provocó que todas mis alarmas del pasado se dispararan hasta impactar hacia el presente como meteoritos asolando la Tierra.

Pese a que Jade insistiera a ayer que todo iría bien —además de una charla sobre que debería de considerar hablar con más humanos—, que estaría atento de mí toda la noche si hiciera falta. En caso de tener que ausentarse, siempre me quedaba Brent pegado a mí como una sombra. Aunque esto último fue una púa a medias cuando me senté encima de él y a ratos le daba de comer, como si estuviera alimentando a un niño muy guarro. Me puso perdido con la salsa. 

De todos no pude sentirme tranquilo.


Montamos en el coche (Brent detrás, yo y Jade delante) y el ojiverde condujo con bastante calma en dirección al aeropuerto más cercano, el cual estaba a cuarenta minutos si íbanos a una buena velocidad. No pillaríamos tráfico, ya que en esta zona rara vez llegaba gente; mucho menos extraños o que no conocieran a los lobos. De todas maneras yo me la pasé con mala cara y fumando pegado a la ventanilla, pensando en todo lo que podría hacer para mantener la distancia para que Dalton no me acertara un puñetazo por joderle la fiesta. 

𝕷 y k a n [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora