12. 𝙹𝚊𝚍𝚎: 𝚌𝚊𝚋𝚊𝚕𝚕𝚎𝚛𝚘 𝚢 𝚟𝚎𝚛𝚍𝚞𝚐𝚘

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Negué con la cabeza en cuanto me detuve frente a la puerta de ese friki de los lobos, el profesor Ericson. No quería entrar, y en varias ocasiones me di la media vuelta para alejarme lejos de esta estupidez; pero Evan estaba ahí, en la entrada, señalándome hacia las escaleras para que las volviera a subir y fuera a hablar con ese viejo. Fácilmente podría irme si fuera lo bastante rápido o lo embistiera porque, aunque él tuviera bastante fuerza al ser deportista, el daño estaría hecho y yo no era precisamente delgado. 

Me sobé la chaqueta de cuero por la inquietud, un regalo de jade que me envió con una carta anónima. No hacía falta saber que era él, la propia nota decía lo que ese lobo idiota pensaría en silencio cada vez que lo mandaba a la mierda: « Un chico malo debe vestirse como uno ». Si no fuera porque ya sabía cuánto valía esta prenda, fácilmente la hubiera quemado para que uno de sus supuestos espías (que nunca vi, pese a sentirme constantemente vigilado) se lo dijera a ese oficinista de pacotilla. Pero me gustó, me quedaba como un guante y supuse que no estaba mal que me mimara un poco.

Volví a mirar a la puerta, dando un paso hacia atrás. No iba a irme, ya era la sexta vez que Evan me ordenó que subiera y hablara con el profesor, que era importante pero que no podía darme detalles. No sabía nada más que eso. 

Una mierda.

─Everett, puedes pasar, no tengas miedo ─se burló el profesor tras la puerta.

Chisté la lengua, así que ya no podía huir y ese viejo me había pillado desde haría un buen rato. Seguro. 

Abrí la puerta e ingresé con muy mala cara, hallando al Sr. Ericson sentado en su sillón de polipiel tono burdeos. Estaba con una postura paciente y desenfada; con las manos unidas, apoyando el mentón sobre las mismas y con una agradable sonrisa. Verle no me emocionaba en absoluto, sobre todo si teníamos en cuenta que este era su despacho y todo lo que girara alrededor de los lobos me estaba tocando ya las pelotas de sobremanera. 

Su zona no era nada del otro mundo, siendo sinceros, pero sí podría confirmar que su sentido de la estética era un caos: Su mesa de madera oscura con varias montañas de papeles, una fotografía que sería de su familia, un montón de lápices ordenados en una esquina, un extraño... ¿cenicero? tallado de un coco y su móvil hacia bajo. En ambos laterales de la habitación se observaban varias estanterías con libros y libros que parecían no seguir ningún orden ─lo cual agradecí no sufrir TOC─, un par de papeles en sus respectivos marcos (posiblemente títulos) colgados en la pared, la aburrida lámpara de cinco bolas en el techo y algunas plantas en lo alto de las estanterías. Plástico, seguramente. A veces podía encontrar objetos de colores chillones, con lunares y rayas rectas, zigzag, con dibujos de llamas, caricaturas extranjeras... 

Y ahí, en la esquina que daba a un enorme ventanal de este segundo piso, se hallaba una figura de cera de un hombre lobo. Era una cosa horrible. Ni siquiera se le podía asemejar al salvajismo y belleza que podía albergar el aspecto que vi de Jade cuando me lo mostró una sola vez; pese a estar furioso. Los ojos eran demasiado pequeños, y los iris eran de un marrón demasiado mundano; las garras demasiado cortas, las extremidades no eran lo suficientemente gruesas, y el exagerado pelo que cubría todo el cuerpo para darle un detalle animal era ridículo. Y ni hablar de la polla y los huevos de la figura: Irrisorio; Jade podía llegar a tener el doble que eso en ese aspecto.

─Te he llamado porque... ─inició, aunque terminó callándose cuando me vio sacarme un cigarro de la cajetilla de tabaco─. Everett, no debes fumar aquí.

─Entonces tendré que irme y fumar fuera ─respondí, encogiéndome de hombros.

El hombre se pinzó el puente de la nariz y suspiró, cediendo en esta ocasión.

𝕷 y k a n [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora