Existían momentos en los que no sabías si debías de mantener la boca cerrada o abrirla, soltando todo lo que se cruzaba en tu cerebro como estrellas fugaces para que los restos no te impactaran. Jade lo sabía. El lobo comprendía que la noche fue difícil y, que lo que me confesó entre la oscuridad, fue algo que tuvo que soltármelo para que comprendiera parte de lo que no se atrevía a decir abiertamente delante de nadie. Quizá podrían intuirlo, pero yo no. No sabía lo que era marcar a otro más allá de lo que ya hacía Jade mientras follábamos; los mordiscos en los deltoides, el cuello o en el pecho no parecían acercarse a lo que quería referirse durante la noche.
No hicimos nada. No porque Rowen estuviera durmiendo en la habitación de invitados con Brent —no quise preguntar si durmieron juntos o, por respeto, el menor durmió en el suelo o el sofá—, sino porque todo se me había hecho bola y estaba reventado.
En cuanto los primeros rayos del Sol se colaron por el balcón abierto de par en par creí, por una parte, que estaba muerto. Aún no podía creerme que Jade y ese rubio con cara de chupar limones hubieran ido a por mí, me hubieran salvado de una violación y una consecuente muerte. Por ello estiré el brazo, sintiendo la cálida piel de mi lobo a la derecha de la cama. Pude percibir la respiración calmada, el suave vello de su pecho y la línea que se unía con la entrepierna desnuda y tan aletargada como su portador. Era domingo, por lo tanto, Jade no trabajaba según me recordaba cada maldito día; y lo seguiría haciendo hasta que actuara a su tonto horario de forma automática.
Recorrí el mapa de su piel con la yema de los dedos, a modo de mantra, como si eso me ayudara a recordarme que estaba vivo y lo de anoche sólo quedó en una mala experiencia que no volvería a ocurrir. Al menos temporalmente. En el fondo estaba seguro que estar con Jade era sinónimo de supervivencia hasta que dejara atrás a mis fantasmas del pasado, que le echara huevos a la vida como había estado haciendo hasta ahora y me abriera camino a codazo limpio. Ahora no era un simple humano en una urbe, una sociedad humana; era un humano que se había sacado la polla en plena mesa y había dicho sin desaire alguno que la posibilidad de un Lazo estaba abierta a diálogo.
Miré a Jade roncando y abierto de piernas, a duras penas percibiendo el tacto de mi mano pese a que la temperatura corporal sólo iba en aumento. ¿Estaba preparado para estar en la vida de un lobo, aún cuando la manada estaba al acecho de pegarme una patada? Me daba igual si no me aceptaban nunca e incluso podrían follarse entre todos si quisieran, pero ya había aprendido a las malas que para este oficinista gilipollas su manada era su familia, única y especial, no iba a dejarla de lado. ¿Y si le pusiera en una encrucijada? ¿Me elegiría? ¿Les elegiría a ellos? No estaba seguro. Ni siquiera reforcé demasiado esa idea porque, a tenor, parecía la estupidez más grande que jamás sería capaz de formularle en la cara.
—Espero acostumbrarme un poco —confesé en un susurro, sin dejar de observar el cuerpo del lobo.
Mis labios fueron directos hacia las clavículas, regalándole una secuencias de besos y pequeños mordiscos para llamar su atención. Lo hice lento, tentador, consiguiendo que la sábana que le cubría hasta la cintura se levantara y creara un bulto; después le siguió un gruñido lento, adormilado, terminando de despertar a duras penas a Jade. No dudó siquiera en darme la atención que yo le reclamaba de una forma tan suave, y su mayor respuesta —aparte del gruñido—, fue moverse encima de mi cuerpo y morderme en la quijada tantas veces que no estaba seguro si era consciente de que su polla, mediante movimientos de cadera, sólo estaban rozando el vientre bajo y no metiéndolo en el agujero que tocaba pese a comenzar a gotearle.
—Ahí no es, perro idiota —farfullé mientras alargaba la mano y le guiaba—. ¿Sigues dormido o qué?
—Te vigilé el resto de la noche y parte de la madrugada —murmuró con pereza, hasta que jadeó cuando entró la punta.
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𝕷 y k a n [También en Inkitt]
Werewolf[Libro 0.5] [Independiente] Everett Oak, un escéptico empedernido, considera la existencia de los hombres lobo como un mito absurdo, algo en lo que solo creen los más chiflados. Ni siquiera la asignatura universitaria dedicada al tema logra convence...