Tardé mi tiempo para poder recuperarme, aunque no del todo. Jade intentaba ser el mismo de antes, pero todos sabíamos que eso llevaría tiempo; porque a pese sus esfuerzo, no me quedó más remedio que hacerle caso a Brent: Darle tiempo. Aunque hubieran momentos en los que quisiera pegarle cuatro gritos por algún que otro comportamiento, aunque hubieran momentos en los que se rifara un puñetazo por alcanzar límites que no le tenía permitido, aunque mi humor fuera un efluvio ardiente y expansivo... Los pocos momentos con Jade no eran buenos, eran ambiguos.
Sin embargo, Brent seguía en su línea de siempre: Siendo tan amoroso que ya hasta tenía que pellizcarle en la cara para que me soltara, ardiente cuando se escabullía conmigo en la ducha para que folláramos, feliz cuando le colocaba el plato de comida delante de sus narices, atento en cada uno de mis movimientos por muy pequeños que fueran.
No iba a permitir que Jade volviera a cagarla.
Ambos lobos iban a ser las dos caras de mi moneda: La crudeza de la vida adulta y la suavidad de la juventud; el fuego de la pasión y el leve viento del cariño; la terquedad y la paciencia. Me jodía admitirlo, pero los tres hacíamos un equipo perfecto. Claro, siempre y cuando no se pusieran dos de acuerdo en comportarse como auténticos cretinos.
—¡Brent! ¡¿Dónde diablos has escondido mis zapatos, perro del demonio?! —grité desde la habitación. Ya era la segunda vez en este tiempo que me escondía algo que llevaba diariamente conmigo, lo que me hacía pensar que volvió a adoptar esa personalidad aniñada—. ¡Brent!
Salí de la habitación, resoplando, y dándole pisotones a los escalones conforme bajaba. No lo hallé en el salón, y por la hora que era tampoco se había ido a correr para desfogar parte de su energía; que era bastante. Necesitaba encontrar a ese idiota, ponerme mis zapatos y aprovechar esta hora antes de volver al trabajo. No tenía tiempo para jugar.
Crucé el salón mientras mascullaba insultos y maldiciones, hasta que el lobo me atrapó cuando pasé por la puerta del baño de la planta baja. Sentí sus labios marcar mi cuello con una juguetona mordida que me hizo chistar, y sus manos se dividieron entre agarrarme del cuello y presionar mi entrepierna que estaba endureciéndose por el simple hecho de parecer dominante. El olor de sus feromonas consiguió atravesar las murallas de mi enojo, los gruñidos roncos y profundos daban la señal de lo que quería; pero sobre todo su entrepierna presionándome el culo reforzaba todo lo que no necesitó decir en palabras.
—Está bien, pillo el mensaje —le dije, intentando zafarme de su agarre aunque ningún éxito—. Brent, como no me folles ya y lleguemos tarde al trabajo, te voy a dar capones hasta que parezcas un unicornio peludo y apestoso.
Me miró sorprendido por la amenaza, pero al menos consiguió soltarme para que no me jodiera la ropa de trabajo. Así que me limité a quitarme la ropa y lanzarla fuera del habitáculo, pellizcarle en la cara por ser tan cabrón y luego agarrarle de la muñeca para meternos juntos en la ducha sin necesidad de encenderla.
Tras media hora de polvo lobuno por la mañana, Brent salió con una sonrisa orgullosa con el culo al aire en dirección a la habitación y yo flotando en una nube. Pero una de esas en las que te ponía de buen humor, te calmaba, y te engañaban con que el día sería una maravilla porque podrías contra todo lo que se te pusiera en medio.
Ambos nos vestimos, comimos un sándwich de camino al coche e ingresamos dentro para que Brent condujera hasta el trabajo sin dejar de destilar felicidad. Hacerle feliz era la tarea más sencilla del mundo, porque cualquier tontería le arrancaba una sonrisa: Un plato de comida, acariciarle la tripa, follar en cualquier momento o lugar, decirle que era un buen macho, hacer un poco de deporte, hacer la siesta de la tarde... Realmente era bueno tener a alguien como él a mi lado mientras Jade se pasaba todo el día (de lunes a sábado) trabajando en cualquier cosa que le tocara. Me hacía sentir menos solo. Aunque también tenía el problema de que era fácil de deprimir; y ahí era cuando se ponía insoportable porque se podía tirar gimoteando durante horas.
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𝕷 y k a n [También en Inkitt]
Kurt Adam[Libro 0.5] [Independiente] Everett Oak, un escéptico empedernido, considera la existencia de los hombres lobo como un mito absurdo, algo en lo que solo creen los más chiflados. Ni siquiera la asignatura universitaria dedicada al tema logra convence...