Jade y yo pasamos la mitad de agosto yendo de un lado a otro por el pueblo, donde la gente parecía encantada de volverlo a ver después de años. Perdí la cuenta de las veces que le dijeron lo guapo que seguía siendo, que tenía que tomarse su trabajo de oficina en la ciudad con más calma, y lo más sorprendente: Que le mandara buenos deseos a la manada de Dalton.
Me quedé paralizado cuando lo dijo aquella anciana mellada, esbozando la sonrisa más natural que había vislumbrado en mucho tiempo. Incluso Jade asintió con una carcajada. Tardé en entenderlo, pero ahora las cosas durante este tiempo tenían sentido: Jade no cerró las puertas porque quería que la gente me fuera conociendo a mi ritmo, el pueblo guardaba en secreto la existencia de los lobos y eso le hacía sentir seguro. Además, seguía sin entender muy bien el por qué tenía que callarlo con tanta necesidad.
Y lo iba a saber cuando decidí preguntarlo, pero también descubriría algo mucho peor. Odiaría a Dalton sin justificación.
—¿Por qué la gente no tiene que saber de vuestra existencia? —pregunté mientras Jade se me restregaba por toda la cara con una sonrisa y un ronroneo. Nuevamente una sesión de sexo de lo más estimulante, completa y sin ningún problema.
—¿Por qué los aliens no se dejan descubrir?
—¿Crees en los marcianos? —lo miré incrédulo, a lo que él se rio y mordió varias veces la quijada—. No te creo que seas tan idiota para pensar que esas tonterías existen...
Morder en la quijada era una buena señal. Era un beso. Uno muy propio de los lobos que demostraban que estaban encantados con lo que tenían con su humano. Uno en la boca era pura adoración, y yo en este tiempo ya recibí unos pocos cuando Jade rozaba el límite del éxtasis. Lamentablemente no me dijo ni encontré si significaba lo mismo que un beso en la mejilla o uno en la boca en el caso de ser una persona, así que me quedé con la primera para no joder el buen ambiente.
—No, no creo en esas tonterías —me colocó boca arriba y él se pegó a mi cuerpo, comenzando a restregarme todo el sudor del suyo con ese olor que ya prácticamente lo normalicé. Sin embargo, eso me ayudó a saber cuándo otro lobo estaba cerca, lo que resultaba bastante útil—. Los lobos debemos de camuflarnos muchas razones: Primero para que no nazcan híbridos, ya que están mal vistos en las manadas; segundo, muchos lobos trabajan en temas ilegales y no nos conviene que nos jodan; tercero, nuestras normas sociales no son las mismas que las vuestras —fue bajando el tono cada vez que hablaba, provocándome estremecimientos y directamente mis manos se clavaron en su espalda—. Y cuarto... Porque si nos descubren y somos populares para todo el mundo, se crearían bandos donde nos cazarían.
—¿Por eso mataste a ese hombre? —pregunté con duda; me estaba costando pensar por las feromonas, incitando a que mi mente recreara un espacio desnudo junto al ruido blanco—. ¿Por qué podría delataros?
—Sí —se limitó a decir y sus labios mordieron el cartílago de mi oreja hasta arrancarme un jadeo leve—. Y Everett no quiere perder a su hermoso macho, ¿verdad qué no?
Me reí un poco. Dormía con un cuchillo bien gordo dentro del cajón, teníamos una escopeta dentro del armario y Jade siempre tenía a esos espías que no se le despegaban para absolutamente nada. ¿Por qué preguntaba algo como eso, si podría matarlos sin que yo me enterara?
—No voy a perder a mi lobo, porque es un ganador y tiene los huevos bien duros —respondí con convicción, a lo que Jade se desternilló y me restregó su cara con mucha más ganas, mezclando el sudor—. ¡Arg, ya, para perro estúpido!
—Prometí ser un buen lobo y un buen macho para ti, y cumpliré con mi palabra —respondió ahora algo serio. Me miró fijamente hasta bajar poco a poco la cabeza y, sus labios, se acercaron muy cerca de los míos. Maldito traidor que jugaba siempre con esta táctica para callarme—. Jade hará siempre un trabajo impecable, perfecto, sin ningún error, para que Everett sea el mejor compañero de la manada y todos mis hermanos me envidien. ¿Verdad que sí?
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𝕷 y k a n [También en Inkitt]
Hombres Lobo[Libro 0.5] [Independiente] Everett Oak, un escéptico empedernido, considera la existencia de los hombres lobo como un mito absurdo, algo en lo que solo creen los más chiflados. Ni siquiera la asignatura universitaria dedicada al tema logra convence...