49. 𝙻𝚊𝚜 𝚍𝚘𝚜 𝚌𝚊𝚛𝚊𝚜 𝚍𝚎 𝙱𝚛𝚎𝚗𝚝

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Desde el martes hasta el viernes todo fue una carrera a contrarreloj aunque intentara frenarlo. No podía. Ni Jade ni Brent me estaban haciéndome las cosas fáciles para reducir mis nervios: Jade con su indiferencia, como si ese fuera mi problema; Brent con una euforia que terminaba las noches durmiendo del tirón, hasta que en los primeros rayos del sol despertaba y sus emociones explosionaban como granadas cuando algo se salía de su comprensión. 

No iba a tener ayuda, pese a que el ojiverde dijo « Eres responsable de tus lobos, debes de aprender a anticiparte a los hechos ». Será cabrón. ¿Cómo que anticiparme a los putos hechos, si no teníamos ni idea de cuándo le llegaba el puto celo a Brent? ¿Me estaba tomando el pelo? ¿Se estaba vengando? 

Decidí mandarlos a la mierda; a los dos. Si era mi problema, me tomaría el tiempo que me daría la gana aunque se pusieran pesados con su maldita libido automática. La aceptaría, follaríamos y volvería a alejarme. 


El marte por la tarde, tras el trabajo, le dije a Brent que me llevara a un sitio para comprar un par de cosas. Conservaba parte del dinero que me iba dejando Jade antes de irse a trabajar, en la mesita de noche, y aunque siempre decía que el precio no importaba lo cierto era que a mí sí. Dalton le pagaba menos de lo que le tocaba, yo no cobraba una mierda, y Brent cobraba el jueves por ser final de mes. A saber cuanto sería. 

Lo primero que hice fue irme a una tienda de artículos de camping, ya que en la de pesca no había nada que me interesara. Y tocó ir a una pequeña ciudad, ya que en los pueblos no hallé nada. Cuando Brent supo a dónde íbamos su alegría estalló del mismo modo que un volcán; hasta las feromonas salían despedidas cuales perdigones por todo el coche. No supe en qué estaba pensando ese bobalicón, pero desde luego que dudaba que compartiéramos las mismas cosas.

En un principio mi idea era comprar una tienda de campaña barata y una colchoneta, nada más. Eso era lo principal, hasta que Brent no dudó siquiera en llamar la atención en la tienda: ¿Un aparente veinteañero humano, enorme en todos los sentidos y extasiado, comportándose como un mocoso en una tienda de gominolas? Nah, era típico. Y sobre todo su peste a lobo, la cual se nos había pegado a ambos dentro del coche y ya la gente nos dirigían miradas confusas y desconfiadas. 

Me dio dolor de cabeza soportarlo. Su alegría abrumadora, la energía que me arrancaba en cada pasillo que cruzábamos, su felicidad inagotable, sus caprichos tontos y rabietas... Perdí la cuenta de los pellizcos, capones y malas miradas que le lancé para que se estuviera quieto. 

¿Por qué eres tan feliz, Brent?  ¿Qué está rondando en esa cabeza de coco para que estés tan nervioso?, pensé en un momento cuando visualicé el carrito de la compra hasta arriba de gilipolleces.

—No sé ni por qué te consiento... —murmuré de mala gana, viendo como Brent se encargaba de llevar todo lo que me tocó pagar en la caja. Ya hasta la cajera nos miró extrañada, y no simplemente por la peste.

—Eso es porque soy un buen macho —espetó muy seguro de ello, alzando la cabeza e inflando el pecho con gran orgullo—. Los lobos buenos y útiles tenemos premios —acotó para recordarme y mis ojos automáticamente se quedaron tan en blanco como mi cerebro. 

—También eres un cachorro infantiloide y caprichoso. —Terminé diciéndole cuando abrí el maletero y él ponía todo lo comprado dentro—. No sé por qué compras tanta basura inútil, si sólo vamos a pasar unas horas en tu tonto campo con mierda de vaca.

Brent se demoró entre poco y nada, aunque no había olvidado mi puya sino que esperaba a tener las manos libres para abrazarme por la espalda. Me pilló con la guardia baja, pero sobre todo lo noté tan emocionado que cuando lo miré supe que esa explosión de emociones no era normal. No estaba en su celo. Aún, pero era un indicio.

𝕷 y k a n [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora