No existía peor sentimiento que sentirte dolorosamente vacío, aun cuando estaba acompañando por alguien que daba todo de sí mismo para que mi vida no se volviera gris. ¿Cuándo pasé de chico orgulloso y enérgico a una estúpida muñeca de felpa? Porque así me sentía cada vez que Brent me llevaba de un lado a otro los siguientes dos días.
Me llevaba al balcón para que me diera el sol como una tonta planta de exterior, me contaba ideas absurdas que se le habían ocurrido para hacerlas cuando hiciera mejor tiempo, se cercioraba de que bebiera agua cada un buen rato y me llevaba al baño para que meara —haciéndome sentir como un inútil—, me ponía la televisión pese a que mi mirada terminaba alejándose por la ventana y dejar que las horas pasaran, y también me daba muchos momentos de abrazos y mordidas cuidadosas en la quijada a modo de beso. No se separó de mí, como las anteriores veces aunque a veces le intentara gruñir para que me dejara solo en la cama.
Brent era un puto ángel aunque me pareciera la cursilería más asquerosa del universo.
¿Y Jade? Simplemente entraba y salía, viéndome cómo me marchitaba mientras nuestros orgullos nos terminaba matando a ambos. Ya ni me tocaba; y por cada hora que pasaba sentía que una parte de mi corazón le salían dos grietas, cada mirada a la distancia era una bofetada y cuando Brent le ordenaba que se acercara y huía... Era desolador. Nunca imaginé que ese lobo me hubiera agarrado tan fuerte de los huevos, haciéndome caer en esta vorágine de perdición a la que Brent se encargaba de sacarme la cabeza hacia afuera para no ahogarme.
Querría decirle que era un cobarde, que estaba muy decepcionado con él y que no entendía el por qué me marcó, si cuando lo fuera a necesitar él se largaba con la cola entre las patas. Me gustaría haberle dicho eso y mucho más, pero Brent seguía insistiendo todo el tiempo que lo perdonara por comportarse así, que algún día miraría atrás y se llamaría idiota a sí mismo, que cuando se percatara de lo que estaba perdiendo evitaría equivocarse.
No me servía. Ahora mismo en mi mente sólo habían palabras sueltas, quejidos internos y pequeños destellos de furia.
—Me gustaría decirte lo que pasó con tu amigo —inició Brent, dejándome sentado en la silla de la parte trasera de casa, aprovechando que hacía un poco de calor—, pero Jade es quien tiene más información y sabrá informarte mejor. Por favor, ten un poco más de paciencia.
Genial, Brent. ¿Y qué hago mientras tanto? ¿Me pongo a practicar la fotosíntesis? ¿Me ayudas a hacerme una paja porque hace demasiado tiempo que no tengo ni energía para follar? , pensé en mi fuero interno, aunque sólo respondí con un gruñido bajo y cascado.
—Entiendo que estés enfadado y que esto es una mierda, Everett. ¿Pero puedes confiar en mí, aunque sea un poco?
Nunca me había dado razones para desconfiar, sobre todo porque desde que pasamos El Celo juntos, el primero de todos, Brent había ido cambiando del mismo modo que lo hacían las estaciones. Era como si experimentar aquella vivencia hubiera activado un crecimiento que estaba en pausa en su interior, donde su mente se había anclado al contrario que su cuerpo. Aunque su esencia per se hubiera ido cambiando con cada día, poco a poco se iba decantando a una personalidad fija: Era dulce por lo general y en la intimidad ardiente y picante, atento aunque a veces un poco cansino, alegre hasta rayar lo crispante, y tenía el carácter suficiente para no haberse quedado en aquella antigua versión llorona y estúpida. Aunque también tenía un toque volátil que no acababa de pillarle el truco.
Me limité a sentir un poco y él sonrió, levantándome para sentarse él y luego ponerme a mí encima. Percibí la calidez de su mano que era un poco más grande y ancha que la mía, y la sujetó de tal forma que casi parecía que temía que alguna ráfaga me lanzara por los aires. Qué exagerado, no hacía falta ser tan meloso.
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𝕷 y k a n [También en Inkitt]
Hombres Lobo[Libro 0.5] [Independiente] Everett Oak, un escéptico empedernido, considera la existencia de los hombres lobo como un mito absurdo, algo en lo que solo creen los más chiflados. Ni siquiera la asignatura universitaria dedicada al tema logra convence...