61. 𝚂𝚊𝚋𝚎𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚝𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚎𝚛𝚘

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—¿Estás seguro de qué no quieres seguir los pasos de Jade? —preguntó Rowen con una sonrisa, antes de que su compañera le diera un toque de atención en hombro—. ¡Au, pero cariño!

—Ni cariño ni hostias, Row —sentenció ella en un tono serio—. No hemos venido aquí a hablar de esas cosas, sino de disfrutar un momento de paz.

—Desde luego —murmuró el rubio. Agarró la mano de la chica y directamente sus labios se fueron hacia la marca que ya estaba cicatrizada y tatuada, una en forma de mariposa. La ablandó un poco hasta arrancarle el rubor—. Mi conejita es la mujer más sensata del universo, no puedo sentirme más agradecido. Picante, inteligente, hermosa, divertida...

—¡B-basta, en público no! —se carcajeó ella, saliendo de un salto del banco para irse corriendo, y provocando que Rowen fuera detrás como si fueran unos adolescentes jugando al « tú la llevas ».

Puse los ojos en blanco y le di una calada al cigarro, expulsando el humo mientras mis ojos pasaban de ellos y se fijaba en Brent. Ahí estaba el lobo jugando con algunos niños que se habían acercado al hallar algo tan extraño: un chico joven que olía raro, era grande y ancho como una cría de toro, se reía muy fuerte y permitía que las niñas le pusieran flores en la cabellera negra. Se me escapó una pequeña sonrisa burlona al ver la escena.

—¿No vas a ceder en contarme lo que hay rondando en tu cabeza? —La voz de Malik sonó a mi derecha, provocando que le lanzara una mala mirada de reojo—. Me refiero a lo de verdad, no lo que me dijiste ese día.

—No sé de qué me estás hablando, fui muy...

—Soy los ojos y oídos de Atlas, cachorrito —susurró, manteniendo las distancias para que Brent no rompiera el buen ambiente con los niños. Últimamente se estaba volviendo un poco cansino con pegarse a mí—, y he visto la cara que has puesto cuando Rowen a hablado de Jade. Que sea de otra manada a la suya, no quiere decir que no hablemos en nuestros descansos. ¿Qué ha hecho esta vez?

Inconscientemente tensé la mandíbula. No era « qué había hecho esta vez », sino « qué está haciendo realmente », porque aunque Jade seguía dejando su dinero cada mes en la mesita de noche y follábamos en la ducha, en este tiempo me había percatado de pequeños detalles que había estado pasando por alto. No salíamos a dar paseos porque él estaba demasiado cansado, no nos acompañaba a Brent y a mí los fines de semana a nuestra sesión de ejercicio mañanero, Xeon experimentaba heridas más violentas y algunas sin curarse (lo que tenía que hacerlo yo cuando bajaba, esperando su respuesta. Nunca llegaba), momentos puntuales en el sofá para pedirme cariño, muchas veces pegado al teléfono, dejarme demasiado tiempo con el pelinegro mientras él iba a de un lado a otro... Cualquier pensaría que tenía a otro, pero le conocía bien para saber que esa posibilidad no fuera posible. Jade me adoraba como a un dios, y su marca era la prueba irrefutable.

—¿Por qué los humanos no pueden saber de vuestra existencia? —pregunté de repente, después de que el pelirrojo aceptara que no iba a responderle.

—Te lo contaré algún día —respondió sin mirarme. Ambos estábamos viendo a Brent dando vueltas como un auténtico gilipollas mientras los niños le hacían rodar como un tonel—. No es el momento correcto, pero lo haré. Recuerda que siempre sé cuándo es el momento idóneo para aparecer.

Tiré el cigarro hacia el suelo de tierra para pisarlo, y después de una hora que llevábamos aquí sentados como gilipollas, le di un sorbo al café que ya sabía mal. Iba a tirarlo a la basura, pero Brent me lo compró por sorpresa y... Bueno, era feliz. Su felicidad me daba pequeños pellizcos en el corazón, aunque eso fuera una cursilería. Si me viera tirarlo tendría que aguantar un lloriqueo de su parte durante un par de horas.

𝕷 y k a n [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora