A duras penas conseguí abrir un ojo cuando vi la piel morena de Brent al descubierto, abrazándome sin soltarme mientras respiraba con calma. Su corazón, siempre tan rítmico y enérgico, me daba la información de que estaba fuera de peligro y que había escapado de una situación en la que hubiera acabado muerto si no fuera por mi inteligencia. Además, los recursos de mi alrededor también me ayudaron.
Me tenía bien sujeto, no iba a soltarme ni aunque se lo ordenaran tajantemente. Me quería cerca, a su vera, aferrándome del mismo modo que lo haría un mocoso con el peluche favorito de su cama.
Quizá tenía razón cuando, de niño, le dije a mi padre que si los lobos existieran me quedaría con dos para que siempre estuvieran conmigo. No lo sabía en su momento, e incluso pensé que mi madre tenía algún trauma como la abuela para afirmar rotundamente que eran de verdad. Después, tras su muerte, las situaciones posteriores me hicieron alejar aquella época de mi mente y comenzar a construir mi propia ciudad interna amurallada. Dejé de creen en la posibilidad de que existieran, por muy pequeña que pareciera, e incluso llegó un punto en el cual mi mente bloqueaba el paso a esa zona del cerebro. Sin embargo, cuando nos mudamos a ese pueblo de supersticiosos las cosas dejaron de percibirse como algo positivo: Mi madre se volvió mucho más cautelosa y yo me volví más agresivo al tener que oír eso tanto fuera como dentro de casa.
¿Quién me iba a decir que mis lobos eran reales, además de ser los mejores del mundo?
Uno que podría matar a todo ser viviente por mí para que nadie me arrancara de su lado, siendo tanto un juez como un verdugo. Letal, hermoso e inteligente. No podía haber elegido a una mejor antítesis de las creencias populares respecto a los licántropos porque, Jade, era todo lo contrario a un lobo común. Todo lo que le faltaba de bruto lo compensaba con su brillante inteligencia.
Y luego Brent, otro que me recordaba que aunque el mundo fuera una mierda llena de injusticias y dolor, él estaría ahí para ofrecerme la parte más blanda de la vida. Un abrazo que creí perdido en mi niñez, la suavidad de una mirada atenta y un calor tierno ─además de dulce─ que me ayudaría a bajar un poco la guardia para recordarme, constantemente, que no siempre tendría que ser fiero.
Eran los mejores, los únicos que quería mantener a mi vera. Ningún otro licántropo podrían ocupar su lugar.
Y eran míos, ambos; al igual que yo era suyo.
─Brent... ─murmuré, siendo respondido con un gruñido leve y bajo que tensó un poco su pecho.
No parecía responderme como tocaba, y por lo tanto estaría tan destrozado como yo. Supuse que mi intento de rescate le arrancó tanta energía que, ahora, los tonos anaranjados que se colaban en la habitación avisaban que dormimos toda la noche y gran parte de la mañana. Hacía tiempo que no podía descansar tanto, y lo mejor era inhalar la calma que me transmitía el pelinegro cuando descansaba.
Moví una de mis manos, arrastrándolas por su piel sudada hasta alcanzar la cara y así acariciar su mandíbula. Le había crecido un poco la barba, la cual no había reparado en todo este tiempo desde que nos conocimos, ya que casi siempre se la quitaba. A decir verdad le daba un suave toque de madurez ante tanto comportamiento infantil, y le quedaba bien siempre y cuando fuera corta.
Eso me recuerda a que tengo que afeitarme yo también...
─¿Everett? ─Brent abrió uno de sus ojos, observándome con cansancio y dejando constante que el brillo era por la alegría de tenerme cerca. Era como un cachorro, uno enorme y apestoso─. ¿Ya soy un ganador?
Me reí un poco, porque seguramente él fue quien me sacó de ese edificio antes de que la bomba explotara y mandara todo al diablo.
Moví mi cuerpo para estar en una postura sugerente, rodeé el cuello con ambas manos y mordí su quijada junto al gruñido que él mismo me devolvió con una sonrisa. Al ser, él, un lobo que le gustaba ser halagado y Jade no parecía tenerlo cerca, pensé que la mejor opción era darme un pequeño capricho y ya de paso animarlo a él también. Un dos por uno.
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𝕷 y k a n [También en Inkitt]
Kurt Adam[Libro 0.5] [Independiente] Everett Oak, un escéptico empedernido, considera la existencia de los hombres lobo como un mito absurdo, algo en lo que solo creen los más chiflados. Ni siquiera la asignatura universitaria dedicada al tema logra convence...