70. 𝚂𝚎𝚛á 𝚗𝚞𝚎𝚜𝚝𝚛𝚘 𝚜𝚎𝚌𝚛𝚎𝚝𝚘

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Caí.

Estaba cayendo del mismo modo que pasaba en las películas, donde el cuerpo no podía sentirse y me dirigía a las profundidades de un denso mar de petróleo. Sin luces, sin olores, imágenes o sonidos. No había nada. Sólo yo entre la oscuridad, cayendo sin que pudiera detenerme cuando me diera la gana.

Quizá lo más normal en estas situaciones era sentirse perdido, aterrado o triste; la posibilidad de creerte muerto estaba muy, muy alta. No era mi caso. En su lugar tenía una gran sensación sensación de paz, la misma que era capaz de experimentar con Brent cuando lo acariciaba en la cama o en el sofá. Era en ese momento, cuando mis dedos paseaban por el mapa de su piel cálida y velluda, donde me encontraba con su mirada amarilla brillante y feliz; como su sonrisa boba. 

La más suave, enorme y especial. Como lo era él.

Conforme iba cayendo, en algún momento abrí los ojos y hallé a otro yo distinto a mí: Teníamos la misma cara, color de ojos y expresión relajada. Pese a ir en direcciones opuestas.

En cuanto a diferencias, él tenía cabello pelirrojo erizado del mismo modo que expresaban los lobos cuando rayaban la peligrosidad (la mala, la que no daba hincapié a nada sexual) o cuando el terror invadía sus cuerpos porque pensaban que iban a morir; el cuerpo ligeramente más hinchado, porque podía verlo en su tronco desnudo cubierto de vello rojizo; de su boca pequeños colmillos sobresalían de los demás dientes, aun cuando la boca estaba entrecerrada con la expresión propia al respirar; y finalmente una bruma verdosa que se sacudía a su alrededor de la misma forma que podrías observar en una rave. Era humo de un verde oscuro.

No dijimos nada. Únicamente nos observamos sin hacer absolutamente nada: No pensamos, no preguntamos, no nos confrontamos aunque las miradas grises chocaran como dos piedras; tampoco expresamos nada en nuestras caras pese a verlo en esta clase de situaciones tan poco usuales.

Después nos separamos, donde yo iba bajando cada vez más hacia el sótano del silencio y el otro ascendía hasta su cúspide.


Finalmente mi cuerpo dejó de moverse, dándome la sensación de que había llegado al tope. Un suelo tan negro como mi alrededor, donde me puse en pie y sacudí mis brazos como si estuvieran sucios de polvo y miré en todas las direcciones. Ahí, a unos escasos metros de mí, hallé a Jade. Estaba realmente hermoso y sexy con esos pantalones tono tierra, la camisa blanca con sus tontos tirantes negros y la americana del mismo color que el pantalón.

¡Jade! chillé en un pensamiento que pareció llamarle la atención.

Sólo corrí, del mismo modo que un niño para alcanzarlo, y por alguna razón el tacto se sintió muy real cuando me encerró entre sus brazos. Sabía que estaba en Canadá, haciendo su trabajo de mierda, pero esto era raro. Un abrazo fuerte y cálido que creí perdido para siempre, el aliento acalorado y una sensación de extraña cercanía; me echaría demasiado de menos.

Eres lo más hermoso de mi vida... —susurró, provocándome un nudo en la garganta—. El más salvaje, el más perfecto, la criatura más bendecida que llegó a mi vida.

—¿Qué coño es este lugar? ¿Estoy muerto? —Aunque las preguntas tenía que haberlas formulado antes en mi cabeza, fue ahora cuando pude soltarlas. Antes no—. ¿Me han... matado? ¿Estás muerto tú?

Demasiadas preguntas —murmuró en un gruñido grave, arrancándome una pequeña risa.

¿Estoy muerto? 

No —respondió, resumiendo cualquier tipo de explicación—. No lo permitiría, eres demasiado valioso. Perderte sería como morir y no estoy dispuesto a que eso pase.

𝕷 y k a n [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora