82. 𝙿𝚊𝚙á 𝚕𝚘𝚋𝚘 𝚝𝚒𝚎𝚗𝚎 𝚞𝚗 𝚖𝚎𝚗𝚜𝚊𝚓𝚎 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚜𝚞 𝚌𝚊𝚌𝚑𝚘𝚛𝚛𝚘

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Edril, el supuesto lobo que se dio por muerto según me contó Malik en la piscina, se suponía que llevaba años fuera de la sociedad lobuna; bajo tierra y siendo los restos de lo que fue en un pasado lejano. Pero si él lo llamó de ese modo, entonces tenía que ser cierto. No podía estar equivocado alguien que guardaba tantos secretos entre gestos divertidos y un carácter sociable. Su cara, por otro lado, se mostraba pálida y sin poder llegar a creérselo del todo.

Verle cuando asomé la cabeza detrás del Beta provocó que sus ojos se me clavaran, fijándose en mi aspecto aunque no se notara demasiado. Atisbé que sus ojos brillaron del mismo modo que lo hacía Brent en el momento que era más feliz, posiblemente cuando le hacía una mamada o cuando le acariciaba la cara con un cariño especial que sólo él merecía obtener de mi parte. Eran los ojos de un lobo emocionado, sin perder la compostura, y manteniendo una distancia más generosa en el caso de recibir un ataque por parte de otro.

Era enorme en todos los sentidos: Los brazos gruesos y cortos como los de Brent, lo mismo que las piernas; una larga cabellera pelirroja que se asemejaba a una lengua de lava que le llegaba hasta la cintura, señalando en todas las direcciones en muchas puntas. La piel pálida como yo y mi madre, ojos de un azul oscuro como el lago más profundo en medio de un bosque, alcanzando quizá el metro ochenta y cinco, pero sobre todo se notaba que Malik tenía razón en algo: Estaba bien repartido físicamente. 

—¿Es él? —preguntó, moviendo la cabeza para referirse a mí. No entendí realmente qué quería decir con ello, al menos no del todo.

—Sí, Edril. Su nombre es Everett —le dijo el Beta, a lo que el otro ensanchó una enorme sonrisa. No mintió que sería capaz de derretir corazones, pero a mí no me provocaba absolutamente nada, aunque admitía que era un lobo atractivo pese a su edad. Nada más, un cuarentón lobuno inflado.

—Everett... —murmuró, dando un paso hacia adelante. Sin embargo se detuvo, notó que mi cabello volvió a erizarse automáticamente hasta que se me escapó el mismo gruñido de antes. Ahí, justo en ese fruncimiento de cejas y la mandíbula tensa con una espesa barba rojiza con canas blancas, se apreció que no le gustó—. Ese no es modo de saludarme, cachorro. Pensé que te enseñaron modales al convivir con humanos.

—¡Vete al cu...! 

Malik me tapó la boca y negó con la cabeza, mirándome por el borde de los ojos. ¿Y ahora qué coño le pasaba a él? Un muerto volvió de los vivos, bueno, ¿y qué? A mí no me decía nada y no era mi problema que él se hubiera quedado blanco como un fantasma. Pese a ello no se separaron de mí, sino que me mantenían bien fortificado por si acaso pasara algo fuera de lo normal. Era obvio. ¿Un lobo en un territorio que no pertenecía a Dalton? ¿Justo ahora? 

—Te creí muerto —le reprochó Malik en un tono duro, a lo que el otro se encogió del hombros. No me quitaba los ojos de encima—. ¿Sabes cuántos lobos dejaste heridos por tu... muerte? Te hicimos un funeral importante, dejaste a varias lobas con el corazón roto, a Dalton hundido durante semanas según me contó Jade. ¿Por qué?

—Lo hablaremos con un café, hace frío y quiero... —hizo una pausa, pasando sus ojos de mí a Malik quien se había envarado por la frustración—. Debo enviar un mensaje al cachorro, es importante. Lo entiendes, ¿verdad, Malik?

Solo asintió y yo le susurré a Brent que quería que se volviera mi sombra; por nada del mundo tenía que quitarme los ojos de encima. Lo aceptó. No sólo por qué se lo ordené sino porque quedaba una semana para su celo y me quería todo lo cerca posible.

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Edril se mantuvo apartado de nosotros, aunque muchas veces giraba su cabeza para verme y yo le expresaba la peor cara del mundo. Distante, fría, ajena a aceptar esas miradas que parecían contentas de poder ver en qué clase de persona me había convertido. Grande, repartido, pelirrojo, con carácter y custodiado por dos lobos. Definitivamente si quería atacarme lo tendría muy difícil. Cruzamos un par de calles alumbradas por las farolas pegadas a los escasos edificios de altas plantas, sufrimos varios azotes por parte del viento y la nieve que estaba cogiendo fuerza por momentos, y también giramos unas cuantas esquinas conforme nos guiaba hacia una cafetería sólo donde los lobos podían entrar.

𝕷 y k a n [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora