36. 𝚃𝚛𝚊𝚖𝚙𝚊𝚜 𝚢 𝚞𝚗 𝚕𝚘𝚋𝚘 𝚏𝚞𝚛𝚒𝚘𝚜𝚘

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El anuncio de un futuro miembro de la manada era algo que reventó por completo el silencio que creó las palabras de Dalton. Estalló hasta el nivel de que las chicas comenzaron a chillar como locas, llevándose las manos a la cabeza y dando saltitos; los hombres humanos, por su lado, aplaudieron, silbaron y lanzaron halagos más propios de lameculos que de honestidad para el alfa de la manada; y los lobos comenzaron a aullar a la luna menguante en el cielo lleno de estrellas, siendo una noche despejada al completo. 

¿Y yo? Bueno, si tenía que quedar como un imbécil dando siempre la nota pues eso era lo que tendría que hacer. Me uní a los lobos con los aullidos, donde seguramente Rowen haría algún comentario a Jade sobre que me había asalvajado o alguna mierda similar. Curiosamente algunos lobos repararon en mí y se rieron, dándose codazos, hasta que Jade los miró con una mirada furiosa para que no se les ocurriera acercarse en exceso. Pero ahí estaba yo, entre lobos mayoritariamente, haciéndome notar. Incluso el propio Dalton le pareció gracioso que intentara acercarme a la majestuosidad de sus sonidos.

Curiosamente eso, ese gesto, fue algo que le gustó y no lo iba a olvidar nunca.

Porque los alfas nunca olvidan.

El resto de la noche fue una auténtica locura: No había lobo que no estuviera feliz por la noticia mientras bebían y fumaban, era como si todos los problemas se hubieran esfumado por completo de la fiesta; las feromonas se mezclaban con los humos de los cigarros, lo que no atenuó demasiado las energías de todos; botellas vacías que se intercambiaban por otras hasta que comenzaron a sacar barriles de cerveza; alimentos que salían de las mesas y al rato volvían otros lobos con más tras aparcar el coche... Iba a durar toda la noche esta fiesta, y posiblemente la madrugada. Esa fue la razón por la que Jade insistió en llevar ropa para dos días.

En cuanto al ojiverde, alternó el estar conmigo y festejar con los lobos hasta que se quedó con la camiseta abierta en lugar de quitársela. A veces obtenía un manoseo poco cuidadoso por su parte, creando envidias a los solteros de la manada y, otras, se pegaba a mi espalda en señal de que quería sexo. Lo hizo varias veces, insistiendo y gruñendo, y en todas ellas tuvo una negativa.

No lo estaba castigado, sino investigando. Si de ahora en adelante me iba a quedar con los lobos, y tenía que despedirme de las urbes humanas, tenía que poner todo de mi parte para comprender las diferencias entre manadas y lobos. Aunque la primera era clara: La fiesta de Atlas fue abierta sin demasiados lujos, pero la de Dalton era un derroche de dinero. Después le siguió la obviedad de los integrantes dentro de la manada, ya que del primero sólo vi que tenía lobos menores de veinticinco y el segundo poseía hasta hombres que llegarían a superar los sesenta con facilidad.

Brent fue muy pesado, al contrario de Jade. Llegó un punto de la fiesta en que no me lo podía quitar de encima, ya que me atrapaba a abrazos que terminaron por obligarme a ceder a regañadientes. Se tomó demasiado a pecho lo de ser mi sombra. De todos modos lidié lo mejor que pude con el lobo bobo, y todo gracias a intercambiar tabaco por porros entre otros lobos jóvenes. No era un buen trato, pero necesité Dios y ayuda para no estallar en múltiples ocasiones.

Y por supuesto no podía faltar Sarah con sus miradas furiosas desde la distancia, intentando molestarme para que la atacara y me echaran de la fiesta. Sólo recibió miradas aburridas, frases breves y darme la vuelta con Brent para mandarla a la mierda sin despeinarme. Sin embargo, hubo una frase que se me quedó grabada en la cabeza en una de mis huidas: « Cuidado con los lobos o podrías preocupar a Jade ». 

Dudé en si era una amenaza, una advertencia o un consejo, pero terminé por ignorarla aunque la frase iba y volvía muy de vez en cuando.


𝕷 y k a n [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora