44. 𝚀𝚞𝚒𝚎𝚛𝚘 𝚌𝚘𝚗𝚝𝚊𝚛𝚝𝚎 𝚖𝚒 𝚑𝚒𝚜𝚝𝚘𝚛𝚒𝚊

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El bolígrafo bailaba entre mis dedos mientras en mi cabeza recordaba la charla con Rowen. Sabía que el rubio no sería capaz de traicionarme y empujarme a una muerte segura, pero aun así noté que habían ciertas palabras que eran pronunciadas de una forma diferente a la usual; las fui escribiendo una a una. « Dalton », « importante », « nada », « escuchar », « retraso » y « obstáculo ». 

Después, cuando volvió Brent, le siguieron más palabras con entonación extraña; las cuales adjunté a las demás: « Empezar », « exacto », « entender », « como », « catar», « jamás », « frenesí », « fabuloso » y « solución  ». Haciendo hincapié en esta última más que en ninguna otra. Solución. ¿Qué maldita solución?

A simple vista no me dijeron nada, aunque tenía la intuición que ese lobo era demasiado inteligente para transmitir algo; un mensaje de suma importancia. ¿Pero cuál? Tantas palabras en distinta entonación y ni aun así estaba seguro de nada. ¿O quizá me estaba despistando? ¿Burlándose de mí? ¿Por qué tendría que darme un mensaje, si Rowen era fiel a Dalton al igual que Jade? ¿Qué estaba viendo él, pero yo no?

Sacudí la cabeza y me guardé el papel con las palabras junto al bolígrafo en el bolsillo. De nada me valía pensar en ello cuando mis lobos no podían ayudarme, mucho menos Jade que era el mejor para echarme una mano. El rubio fue claro: A solas. Eso incluía que mi lobo no me encasquetara a nadie sin que me enterara, porque quizás las cosas podrían empeorar. Y sin embargo, la cuestión más importante revoloteaba en mi cabeza como una maldita polilla: ¿Qué diablos podía querer Dalton para llegar a esta situación?

Tenía entendido que los alfas jamás abandonaban su territorio, y mucho menos a su manada porque velaban por ellos. Y, aunque me pesara, ese gigante gilipollas adoraba a su familia más que a nadie en este mundo. Sólo había que recordar su cara de la fotografía, y ya me imaginaba la expresión que pondría en el mismo momento que descubriera que la traidora era Sarah. 

—¿Everett? —La voz de Jade sonó en la puerta de la cocina, lo que me hizo girarme para verle. Hoy no parecía tener ninguna herida a la vista, pero sí que tenía algo en las manos que parecía ser un regalo; siendo una actitud que rara vez hacía porque así se lo pedí—. ¿Podemos hablar?

—Si traes un regalo, eso quiere decir que el tema es importante y que me puede hacer enfadar —adiviné, ya que su sonrisa se mostraba inquieta—. ¿Brent está en el salón o durmiendo en la cama?

—Durmiendo en la cama, me ha dicho que le avisemos cuando esté la cena.

Me puse de pie y me sacudí. Ojalá me acostumbrara pronto al frío de este lugar, porque ni llevando dos pantalones de lana y un chaquetón de plumas me alejaba de esta maldita humedad gélida que devoraba lentamente mis huesos. Pero no había caso, hoy no sería ese momento. Así que me acerqué a Jade para darle un mordisco en la quijada junto a nuestro común gruñido, le arrebaté el regalo (siendo unas galletas) y susurré:

—Vayamos al salón, porque este puto frío me va a enfermar; y si caigo malo nadie limpiará tu guarida mejor que yo.

Me veía súper ridículo brincando como un animal semi-cojo, mientras gruñía maldiciones al viento y al frío, a la vez que cruzaba el salón y me escondía en la manta más gorda que había en el sofá. Si tenía a algunos de mis lobos pegado a mí ni la necesitaba, pero algo me decía que era mejor mantenerse alejado y evitar provocaciones. Jade era demasiado seductor y yo caía con demasiada facilidad.

Una vez escondí mi cuerpo en la manta adopté una postura cómoda, la suficiente para que Jade se sentara de frente. Si se pasaba de la raya podría darle una patada o un cabezazo, así que cualquier prevención valdría. Tampoco sería la primera vez que intentaba atontarme, con parsimonia, y así evitar que la explosión de mi enfado fuera a menos; mas intentarlo no era conseguirlo. Al menos no siempre.

𝕷 y k a n [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora