66. 𝚄𝚗 𝚖𝚊𝚗𝚊𝚍𝚊 𝚝𝚊𝚖𝚋𝚒é𝚗 𝚎𝚜 𝚏𝚊𝚖𝚒𝚕𝚒𝚊

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Iniciamos agosto con un calor de mil diablos. Era ese calor que te achicharraba la piel si estabas demasiado tiempo al sol, donde estar pegado piel con piel era asqueroso por el sudor, y donde se notaba obviamente que estaba imbécil perdido. El sudor de Brent atufó rápidamente la habitación en pocos días, lo que quería decir que estaba cachondo muy de seguido y él lo sabía.

No hacía falta que le dijera o hiciera nada. Su cuerpo, al despertar, buscaba el mío mientras emitía gruñidos roncos antes de clavarla; me agarraba con fuerza, me hincaba sus dientes en el cuello o el hombro, y por supuesto yo no me dejaba controlar. Esos polvos eran los mejores del mundo y Brent estaba cumpliendo a la perfección mis exigencias.

Mi amiga, de ahora en adelante, sería la ducha.

Durante las mañanas seguíamos la rutina de siempre (sexo, ducha, cocinar y caricias para que el pelinegro dejara de ser tan insoportable), después en la tarde el calor bajaba y ya podía calmarme lo suficiente para no estar todo el día necesitando a esa cosa enorme y azucarada pegada a mi culo; pero en la noche, cuando él dormía plácidamente, escuchaba el contestador automático para oír la voz de Jade. Sólo eran unos gruñidos, pero yo le daba múltiples interpretaciones y dejaba mensajes privados para que los escuchara algún día.

Le decía que lo quería y le echaba de menos —viéndome un poco idiota por confesar esto—, que ojalá los días pasaran rápido y volviera a verle dormir a mi lado para poder oler su aroma. Le juré que, aunque no entendía por qué ese trabajo era tan especial para él, sería fuerte e intentaría no exponerme al peligro para que Brent no sufriera daños. También le dejé mensajes sobre mis días con otros lobos, especialmente de Malik: se pasaba mucho por casa antes de irse a trabajar pese a ser vacaciones para muchos licántropos. 

Lloré, me enfadé puntualmente, y después miraba el hueco vacío desde el balcón y volvía al ciclo. Sentía que me prendía en llamas, siendo abrazado por la ira más absoluta antes de que llegaran las lágrimas.

Ahora entendía qué quería decir Dalton ese día que nos encontramos. Lo tenía planeado desde el principio, y esa calma de Jade sobre el enjuiciarlo no lo hallé como una actitud comprensible. Tenía que haber algo, uno de esos tantos secretos que no me lo podían confiar por alguna estupidez de las manadas; o qué sabía yo, tonterías de lobos.

También lo hice con el contestador de Evan, aunque supiera que estaba muerto sin que me dijeran muchos detalles: « ¡Hola, soy Evan! Ahora mi teléfono está apagado, pero puedes dejarme un mensaje. ¡Te responderé antes de que aúllen los lobos! ». Hasta su mensaje era estúpido y gracioso al mismo tiempo, como él. Quizá era por eso que, cuando miraba a Brent, había una parte dentro de ese bobalicón que me hacía recordar a mi amigo para sentirme menos solo; era como si hubiera reencarnado una parte de él ahí.

Aunque la reencarnación sea una estupidez y no creyera en estas chorradas místicas, claro.


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—No voy a ir, ¿estás loco?

—Cachorrito, no puedes estar todo el día en este mugroso pueblo, hay mundo más allá; y el terreno del Alfa es grande —dijo Malik, dándole vueltas a su cerveza tostada—. Haz como Brent, que ha sido darle la noticia y se ha ido corriendo como un lobato hacia la habitación para vestirse. ¿Por qué no tomas su ejemplo?

—Brent se emociona hasta cuando le enseño el culo —resoplé, arrancándole al pelirrojo una ligera carcajada—. ¡No es gracioso, perro gilipollas! —bramé ahora un poco molesto—. Los lobos sois unos calenturientos, y no voy a ser el único humano entre... ¿Quiénes iban?

𝕷 y k a n [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora