Jade se burló de mí haciéndome creer que me iba a pasar el cigarro después de habernos acostado, pero simplemente se limitó a apartarlo de mi boca y recibir por mí un buen empujón que le tiró de la cama. Por supuesto, eso no le hizo ninguna gracia, y me tiró tan fuerte de la pierna que me hizo soltar un grito por los dolores de los hematomas; recibiendo una patada ─esta vez en la cara─ que terminó por enfurecerlo.
Fue ahí cuando supe que ese tipo que siempre parecía un estúpido y sexy oficinista no era precisamente humano.
Delante de mis narices aplastó el cigarro prendido con la mano sin siquiera sufrir dolencia alguna. Su mandíbula se alargó del mismo modo que lo harían sus huesos y músculos; seguido de la nariz recta; mostrando que el vello de su cara crecía lo suficiente para crear una barba completa unida al cabello. Por otro lado, la forma de sus ojos se hicieron más grandes al igual que los orbes, y el tono aguamarina de sus iris terminaron por brillar tanto como las propias gemas. Su espalda se ensanchó considerablemente, sus brazos se inflaron del mismo modo que sus piernas y, por descontado, la entrepierna adoptó un tamaño más que preocupante que sería capaz de provocarme bastante daño si se le ocurriera metérmela. También lo hizo su pecho, cubriéndole toda la zona de un espeso pelaje del mismo color que su cabello (en apariencia castaño, pero cuando le daba la luz más bien parecía rubio oscuro).
¡Y qué pelotas tenía, maldita sea!
Me quedé sin habla por lo que estaba viendo, e incluso me llegué a preguntar si me había drogado en alguna ocasión; pero la respuesta era que no. Era consciente que desde aquel viernes no había vuelto a consumir absolutamente nada de eso, y como mucho una botella de cerveza cuando salía con Evan. Nada más. Esto tendría que tener una explicación lógica aunque, ahora mismo, no se la estaba encontrando por ningún lado por muchas vueltas que le diera.
El moreno que tenía delante de mis narices era un licántropo, una de esas cosas que creí que formaban parte de las fantasías de todos esos imbéciles de este lugar. Y es que la prueba era irrefutable. Un puto lobo. Me había dejado follar (y me había follado yo también) a un maldito lobo de ese tamaño qué fácilmente ahora rozaría los dos metros.
O era un maldito afortunado, o quizá estaba maldecido por la estupidez; quizá ambas.
─Atrévete a golpearme otra vez de esa forma, y no podrás caminar durante mucho tiempo ─amenazó en cuanto se me tiró encima, gruñéndome, y clavándome la entrepierna contra la sábana que cubría parte de mi estómago─. Qué, ¿ya no tienes nada qué decir por verme en este aspecto?
─Eres... un... lobo... ─balbuceé y Jade me miró sin entender muy bien, quizá porque no había adoptado la expresión de terror que él esperaba─. Eres. Un. Puto. Lobo. Enorme ─puntualicé.
─¿Eres consciente en la posición en la que te encuentras, Everett? ─preguntó contrariado al mostrarme más que estupefacto; casi rozaba la incredulidad─. Si me saliera de las pelotas, te mordería en la garganta y...
─Y qué pelotas... ─Me atreví a bromear, consiguiendo arrancarle a Jade una risa contrariada─. ¿Qué? Las tienes enormes, son casi como la mitad de mis puños, mira ─le puse un puño en la cara, a lo que él poco le importó mordérmelo tras provocarme un sobresalto. No dolía, ni siquiera me estaba clavando los enormes colmillos con fuerza.
Jade sacudió su cabeza, provocando que toda esa transformación desapareciera en pocos segundos. Al notar un aparente decepción, no vacilo en agarrarme del cuello y acercarme a su rostro para susurrar:
─Creo que no me equivoqué en absoluto a elegirte, pero algo me dice que vas a ser un chico muy problemático... ¿Me equivoco?
─¿No decías que te gustaban los chicos malos? ─Llevé una de mis manos hasta la que me agarraba del cuello y mantuve en todo momento una mirada fija. No me daba la gana apartarla por nada del mundo, y eso parecía provocarle una mezcla de molestia e interés al mismo tiempo─. Ahora quiero que respondas a mis putas preguntas. ¿Me entiendes, oficinista de pacotilla?
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𝕷 y k a n [También en Inkitt]
Manusia Serigala[Libro 0.5] [Independiente] Everett Oak, un escéptico empedernido, considera la existencia de los hombres lobo como un mito absurdo, algo en lo que solo creen los más chiflados. Ni siquiera la asignatura universitaria dedicada al tema logra convence...