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─¡Ya llegamos!

Dejó caer su bolso cargado de útiles escolares y la poca ropa que había llevado al internado para sobrevivir colorido en ese lúgubre lugar. Su novio venía detrás con pasos lentos y la mirada curiosa, no importaba cuántas veces haya estado en esa casa anteriormente, seguía actuando como si fuese la primera vez y jamás se le iría la timidez. Su madre los recibió con una gran y encantadora sonrisa muy característica de ella, traía el cabello desordenado, la ropa sucia con lo que parecían ser ingredientes de un pastel y sus pies descalzos le hicieron preguntarse si sentía frío.

A diferencia de lo que Lee Minho imaginó del encuentro con su amada madre, luego de tanto tiempo sin verla, ella fue directo hacia su novio para saludarlo, dejandolo de pie en la sala y con una mueca muy similar que hacía de niño cuando estaba al borde de un berrinche.

─Hola cariño, ¿cómo estás? ─sus brazos lo envolvieron perfectamente y Jisung no dudó en hacerlo devuelta, sin importarle en lo absoluto si su ropa se ensuciaba también.

─Claro, Minho no importa ─mencionó con la voz cargada de rencor.

Y posteriormente de que su madre acabase la pequeña conversación con su novio, pasó por su lado para volver a la cocina donde batallaba con el pastel, no sin antes besarle la frente en modo de saludo. Minho bufó por lo bajo, pero aun así acabo sonriendo como el niñito de mami que siempre había sido.

Su novio notó el cambio en su rostro y le dio un suave empujoncito en los hombros para molestarlo. Minho sólo supo ignorar aquel detalle.

─Vamos a dejar las cosas arriba ─avisó, encaminándose a la escalera junto a Jisung.

─¡Está bien, tu padre traerá la cena hoy! ─fue lo ultimo que escuchó y ambos desaparecieron por el largo pasillo de la segunda planta.

Podía sonar como un tonto, pero ese lugar era realmente su hogar. Nunca nada se sentiría como allí, donde se encontraba en paz, donde podía gritar hasta desgastarse la garganta, podía llorar hasta secarse como un desierto y reír hasta que se le vaya el aire. Y nadie lo va a criticar por hacerlo, por eso aprecia tanto su lugar seguro, su hogar donde podía llevar al amor de su vida de vez en cuando.

Meses atrás, Lee Minho no hubiese valorado lo que tenía. Meses atrás, él se hubiese intentado convencer de que no se sentía para nada a salvo allí, pero los tiempos de negación ya no existían y no le importaba si se burlaban de él por buscarle el sentimentalismo a una simple casa que algún día desaparecería o se van a mudar a otra. Aunque, quizás, se trataba realmente de quiénes se encontraban dentro de esta y no de las paredes, cuadros, muebles y decoraciones que conformaban el lugar.

En el momento en que pusieron un pie en la habitación, el celular de Jisung sonó en señal de un mensaje nuevo. Se quedó en el umbral de la puerta, revisando sus mensajes, mientras que Minho abría las cortinas y ventanas.

Era demasiado notorio que nadie había estado allí por un largo tiempo.

─¿Quién es? ─Minho preguntó, comenzando a sacar toda la ropa y productos de higiene que había llevado al internado.

Jisung guardó el celular e imitó la acción de su novio.

─Mi madre ─respondió─. Lo de siempre, ya sabes, que me cuide y todo eso. Algún día aceptará que tengo dieciocho años y sé cuidarme medianamente bien.

─Por cierto, ¿qué hiciste para que te dejaran venir?

Pero Han Jisung, al igual que él, no tenía ni la menor idea de ese repentino cambio de actitud de sus padres. Es decir, ni su madre ni su padrastro intervenían en su vida privada, mucho menos lo haría su padre que veía una vez al mes, sin embargo, aquello no borraba el extraño resentimiento que tenían con Minho sin siquiera conocerlo. Por lo tanto, se le hacía un poco raro que le permitieran pasar absolutamente todas las vacaciones de invierno junto a su novio.

Crazy Babies (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora