Capítulo 1

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Antonella

Me senté en la cama al escuchar el sonido agudo de mi alarma. Inmediatamente la detuve con un manotazo, bostezando mientras estiraba mi cuerpo para relajar los músculos entumecidos por el sueño. Durante unos minutos, mi mirada se perdió en el zapato solitario que descansaba en la esquina de mi cuarto —resultado del cansancio de la noche anterior— hasta que la realidad me devolvió al presente.

Me levanté a regañadientes y me dirigí al espejo. La imagen que me devolvió la superficie plateada era un desastre: cabello alborotado, ojeras marcadas y esa expresión de zombie que me caracterizaba por las mañanas. Suspiré mientras me recogía el cabello en una coleta alta y procedí a ponerme el uniforme de practicante de enfermería.

Gracias a Dios me había duchado la noche anterior, porque definitivamente no tenía tiempo —ni ganas— de hacerlo de nuevo.

Volví a observar mi reflejo, esta vez con más detenimiento. Mi cabello había crecido considerablemente; los rizos castaño oscuro enmarcaban mi rostro de manera algo rebelde. Mi piel, del color del chocolate con leche, lucía suave bajo la luz matutina que se filtraba por la ventana. Tenía una figura normal, supongo, nada espectacular pero tampoco motivo de queja.

—¡Hija, el desayuno está listo! —gritó mi madre desde la planta baja, su voz atravesando las paredes y sacándome abruptamente de mis pensamientos matutinos.

—¡Sí, ya bajo! —le respondí en el mismo tono. Cogí mi bolso, verificando mentalmente que llevara todo lo necesario para el día, y bajé las escaleras con el móvil en la mano, revisando rápidamente las notificaciones.

Dejé el bolso colgado en el respaldo de mi silla habitual y me senté a la mesa, donde ya me esperaban mi padre y mi hermano menor. El aroma del café recién hecho y las tostadas llenaba la cocina, creando esa atmósfera hogareña que siempre me tranquilizaba antes de enfrentar un nuevo día en el hospital.

—Buenos días, papá —le sonreí con cariño genuino. Estaba concentrado en el periódico, frunciendo ligeramente el ceño mientras leía alguna noticia que había captado su atención.

—Oh, buenos días, mi niña —respondió con una sonrisa cálida, doblando el periódico y dejándolo cuidadosamente a un lado de su plato para dedicarme toda su atención—. ¿Lista para otro día salvando vidas?

—¿Qué estabas leyendo con tanta atención que ni me hacías caso? —pregunté, dándole un sorbo al café helado que descansaba en mi vaso favorito.

—Perdón, hija, estaba leyendo sobre el problema de bandas que ha habido últimamente en España —suspiró profundamente, cerrando el periódico y dejándolo a un costado con gesto preocupado.

—Ah, ya —no le di mucha importancia al asunto. Los jóvenes de hoy en día se metían en líos por cualquier tontería; era algo que parecía estar a la orden del día.

—Tienes que cuidarte mucho, mi niña. No queremos que te pase nada, ni a ti ni a Miguel —intervino mi madre mientras dejaba un plato humeante de tostadas recién hechas en el centro de la mesa, su voz cargada de esa preocupación maternal tan característica.

—Bah, mamá —bufé, rodando los ojos dramáticamente—. Esos solo se pelean entre ellos porque se aburren. Además, no están por esta zona, así que tranquilos.

—Aun así, tienes que tener cuidado —insistió mi madre, secándose las manos en el delantal mientras me dirigía esa mirada que todas las madres dominan a la perfección.

—Vale, vale —cogí una rebanada de pan y le unté una generosa capa de Nocilla—. Toma —se la ofrecí a Miguel, mi hermano menor, que ya esperaba con impaciencia su desayuno favorito.

Adicto amor [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora