Antonella
Habían pasado cuatro semanas desde que regresé a Madrid, a la calidez del hogar de mis padres, quienes me recibieron con abrazos tan apretados que parecían querer asegurarse de que no volvería a desvanecerme. La vida retomó su curso, o al menos lo intentaba. Me reincorporé a las prácticas de enfermería en el hospital, donde las agujas, los monitores y el olor a desinfectante me anclaban a una rutina familiar. También volví a mi trabajo en el café, donde el bullicio de las tazas y las charlas de los clientes llenaban los huecos de silencio que amenazaban con recordarme a Mikey. Nadie puso objeciones a mi regreso, pero las preguntas sobre mi "ausencia" eran inevitables, miradas curiosas y susurros que esquivaba con respuestas vagas y sonrisas forzadas.
—¿Ya tienes la comanda, guapa? —preguntó Lucía, la encargada del café, sacándome de mis pensamientos mientras limpiaba una mesa.
—Sí, aquí tienes —respondí, entregándole una taza de café humeante acompañada de una napolitana de jamón y queso, aún caliente, cuyo aroma salado me hizo suspirar.
—Gracias, preciosa —me guiñó un ojo con su habitual calidez antes de llevar la comanda a la mesa correspondiente.
Lucía era un rayo de sol en el caos del café. Siempre atenta, siempre cariñosa, se preocupaba por si había comido o cómo estaba llevando el día. Para mí, era como una hermana mayor, alguien que sabía leer entre líneas sin necesidad de que yo dijera mucho. Su presencia me reconfortaba, un ancla en medio de la tormenta emocional que aún no había aprendido a controlar.
—En un rato cerramos. Toma la cuenta de los dos clientes de la mesa cinco y ya estaría —dijo Lucía, acercándose a la barra con una sonrisa cansada pero genuina.
—De acuerdo, empezaré a recoger la barra —respondí, devolviéndole la sonrisa mientras me ponía manos a la obra.
Abrí el lavavajillas, el vapor cálido golpeándome el rostro mientras sacaba tazas, platos y vasos, colocándolos con cuidado en el gabinete correspondiente. Cogí un trapo limpio, lo mojé, lo escurrí con fuerza y limpié la barra hasta que brilló bajo la luz tenue del local. Vacíe los posos de café de la cafetera, la limpié con esmero, recargué los barriles de cerveza y, finalmente, guardé los bollos y dulces que habían sobrado, asegurándome de que todo quedara en orden. El ritual me mantenía ocupada, pero no podía evitar que mi mente vagara hacia él: su voz ronca, sus ojos azules, ese beso en el jardín que aún sentía como un eco en mi piel.
—Listo —dijo Lucía, sonriendo ampliamente mientras colocaba una silla boca abajo sobre una mesa, el sonido metálico resonando en el local ya vacío.
—Por fin —suspiré, estirándome para aliviar la tensión en mis muslos, que dolían tras horas de estar de pie.
—Hoy hubo bastante trabajo —comentó, quitándose el delantal con un movimiento fluido.
—Puff... demasiado. Estoy agotada —admití, dejando escapar un suspiro mientras me quitaba el mío, doblándolo con cuidado.
—Lo sé. Nada más llegar a casa, pum, a dormir —se rió, sus ojos brillando con picardía.
—¿Te vas a poner a dormir a las cinco de la tarde? —pregunté, riendo con sorpresa, aunque la idea sonaba tentadora.
—Claro, ¿por qué no? —frunció el ceño, encogiéndose de hombros con una sonrisa juguetona.
Nos reímos juntas mientras entrábamos al vestidor, el espacio pequeño lleno del aroma a café y vainilla que siempre se adhería a nuestra ropa. —¿Quieres venir a merendar por ahí? —preguntó Lucía, abriendo su taquilla y sacando su chaqueta.
—¿No querías dormir? —bromeé, colgando mi delantal en la taquilla, ya que no estaba lo suficientemente sucio como para lavarlo.
—Bueno, la verdad es que prefiero salir —se rió, sacudiendo la cabeza.
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Adicto amor [#1]
RomanceAntonella Presly una chica responsable y amable, con un sueño que seguir y conseguir se encuentra con Mikey Grace, un gran empresario el cual tiene una vida ajetreada con el tema de contrabando de armas y dinero. Un amor lleno de pasión y poder...
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