Capítulo 7

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Mikey

Bajamos del avión; ya habíamos llegado a Italia. Me puse las gafas de sol porque había mucha claridad, algo que me molestaba un poco.

Pude ver que Antonella estaba mareada y cansada, algo comprensible tras cuatro horas de viaje.

—Oye, ¿estás bien? —le preguntó Pluto a Antonella al verla agotada.

—Sí, solo estoy algo mareada. No estoy acostumbrada a viajar tantas horas; además, nunca antes había volado.

—Entiendo, cuando lleguemos a la casa te daré algo para el mareo —le dijo sonriendo, y ella le devolvió la sonrisa.

—Toma —le ofrecí una manzana verde, que había cogido del avión.

—¿Esto para qué? —preguntó confusa, mirando la manzana. 

—Para el mareo; las manzanas verdes son buenas para eso —dije, mirando su bonito rostro. Metí  las manos en los bolsillos.

—Oh, es cierto. Muchas gracias —por primera vez, vi una sonrisa hacía mi, de ella. Que hermosa era cuando lo hacía. Su sonrisa, me sonaba de algo, y el no acordarme me frustraba.

Hundió sus rectos y blancos dientes en la manzana, comiendo un mordisco. Me agaché cogiéndola en brazos hasta que se le pasara el mareo.

—Oye, ¿qué estás haciendo? —me preguntó confundida, intentando bajarse de mis brazos, pero la sujeté más fuerte contra mi.

—Para que no te desmayes, hermosa —le guiñé el ojo. Pestañeó dos veces tras aquello, notando su timidez. Caminé con ella hasta el auto, el chofer abrió la puerta y metí Antonella en el auto, acomodándola. 

—Tampoco estoy tan mal —dijo, rodando los ojos y mirando por la ventana. Entré junto a ella, dejando un asiento de espacio; cada uno miraba por su ventana.

El camino a la casa fue tranquilo. El hecho de que Antonella estuviera mal lo hizo todo más relajado.

—¿Te sientes mejor? —le pregunté, observando cómo comía la manzana.

—Sí, la verdad es que la manzana me ha relajado un poco, gracias —me sonrió sutilmente, regalándome de nuevo aquella imagen de nuevo.

—De nada —acaricié sus mejillas, deseando tocarla más y acariciarla todo el tiempo.

Ella permitió que la acariciara unos minutos, luego giró la cara y siguió comiendo la manzana con una sonrisita en los labios.

Dimos algunas vueltas para que conociera un poco más de Roma. Pasamos por el Coliseo, el Foro Romano y otros lugares. Pude ver cómo todo esto la estaba cautivando, sus ojos brillosos lo demostraban.

—¿Te gusta? —le pregunté, observando su radiante sonrisa. Lo más normal parecía gustarle, ver a la gente caminar y conversar.

—Sí, todo es muy hermoso. Pensaba que nunca vendría —dijo, asomando la cabeza por la ventanilla.

—Pues ya estás aquí. Otro día verás mucho más; ahora tenemos que ir a la casa.

—Supongo que me intentas impresionar —me miró, dando la última mordida a la manzana.

—Tal vez, y aunque no fuera así, lo estoy consiguiendo, ¿no? —dije, clavando mi mirada en sus ojos color café.

—Tal vez —respondió, perdiéndose unos segundos en mis ojos antes de volver a contemplar el paisaje.

Admiré esa hermosa imagen que tenía frente a mí; el aire que entraba por la ventanilla azotaba el largo y rizado pelo de Antonella, sus ojos brillaban intensamente, casi pareciendo color miel. La forma en que humedecía sus labios cada minuto me volvía loco, pero lo que más me mataba era cómo me miraba de vez en cuando con un hermoso gesto y suave sonrisa.

Llegamos a la casa y bajamos del auto. Vi cómo Antonella miraba todo muy sorprendida.

—Wow, ¿a esto lo llamas casa? —dijo, acercándose y mirando todo.

—Cierra la boca, te van a entrar moscas —dije, metiendo las manos en los bolsillos del pantalón y observando también la "casa". Todo seguía igual; la gran fuente en la entrada, las grandes escaleras que subían, el jardín trasero, todo.

—¿Viven aquí solos? —preguntó, acercándose a la fuente.

—Sí —respondí, caminando tras ella.

—¿No les da miedo estar en tremenda casota solos? —se sentó en el borde tocando el agua mientras me miraba.

—No, la casa está repleta de guardias, poco puede pasar —me puse frente a ella, no muy alejado.

—Ya veo —sacó la mano de la fuente y empezó a caminar hacia las escaleras. Yo iba detrás de ella todo el tiempo. Entramos a la casa, y abrió los ojos como platos.

—Wow —dijo, mirando todo y dando una vuelta—. Es preciosa —examinó cada rincón sin quitar esa cara de asombro.

—Sí, bueno, mucho que ver, pero ahora vamos arriba —la tomé de nuevo en brazos, subiendo las escaleras.

—Oye, deja de hacer eso —dijo, frunciendo el ceño y golpeándome ligeramente el hombro.

—Encima de que no tienes que andar, te quejas —respondí, negando con la cabeza.

—Tienes razón, no me quejo entonces —se aferró contra mi cuerpo. Entramos a la habitación principal.—¿Oh Dios, aquí voy a dormir? —preguntó, bajándose de mis brazos y mirando cada rincón.

—Dormiremos —recalqué. Ella se giró para mirarme.

—¿Perdón, dormiremos? —dijo, confusa, cruzándose de brazos. No parecía muy contenta con la idea de dormir conmigo.

—Sí, como escuchas, dormirás conmigo —me recosté en la pared.

—No te equivoques, aunque haya venido aquí, no significa que esté contenta por eso y mucho menos con dormir contigo. Así que te vas a quedar con las ganas porque yo no pienso compartir el mismo cuarto contigo —dijo, caminando hacia la puerta, pero la tomé del brazo y la tiré a la cama.

—El que decide sobre esta casa y sobre ti soy yo, así que me importa un carajo lo que quieras. Vas a dormir conmigo te guste o no —la miré seriamente. No me gustaba que me llevaran la contraria, y no iba a permitir que ella lo hiciera. Noté su desprecio en su mirada hacia mí.

—¡Eres un ser despreciable! No tienes ningún, pero ningún derecho sobre mí, ¿entendido? —gritó, para mi disgusto.

—No me grites —alcé la voz intentando mantener la calma , estaba acabando con la poquita paciencia que me quedaba.

—¡Tú no me mandas, estúpido! ¿Quién te crees que eres, mi dueño? —se levantó de la cama empujándome, y la rabia me poseyó.

—¡Cállate ya! — grité, haciendo que mi voz se escuchará con reverberación por la habitación. Quise levantar la mano, incluso me hizo el amague para hacerlo, pero tomé aire con fuerza, dejándola quieta donde estaba. Ella me miró asustada, incluso retrocedió, al ver el gesto que hice con la mano. Verla así me hizo detenerme en seco.

¿Qué coño haces, Mikey?

Se sentó en la cama, mirándome con temor. Sus ojos lagrimeaban por el miedo, la rabia y la decepción. No debí hacer eso, pero ella me sacó de mis casillas. Para no seguir viendo esa imagen tan desgarradora que sabía que me atormentaría todo el maldito día, decidí abandonar el cuarto.

Sabía que esto no lo olvidaría jamás, ni ella ni yo.

Adicto amor [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora