Capítulo 40

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Mis nervios estaban a flor de piel. Me encontraba en el mismo auto del asesino de la madre de Mikey y el abusador de Camila. Era increíble que este hombre pudiera ser el padre de Mikey y Nelson.

Todo mi cuerpo estaba tenso. No podía ver nada por la venda que llevaba en los ojos; los tonos de luz a través de ella se intensificaban y a veces disminuían. En estos momentos, Camila me estaría buscando en el baño junto a los guardias.

¿Qué estoy haciendo? Joder...

El viaje fue largo e intenso. Sentía que en cualquier momento me tomarían del brazo o intentarían hacerme algo. Intenté alejar esos pensamientos para no parecer asustada.

— Ya estamos aquí —dijo Alonso, y me tomó del brazo para sacarme del auto. Quitó la venda de mis ojos, y la luz me cegó por un buen rato.

Después de recuperar mi visión, eché un vistazo al lugar. Era como una fábrica abandonada o algo similar, todo el paisaje era seco y alejado de cualquier casa o edificio.

¿Dónde estoy?

— Vamos, preciosa —dijo con una sonrisa arrogante, dándome un pequeño empujón hacia adentro. Todo estaba lleno de puertas; si no estuviera en esta situación, pensaría que estaba en un escape room. La luz parpadeaba de vez en cuando, y el lugar se parecía a aquel en el que mantenían a las mujeres capturadas por este mal nacido.

Me limité a caminar entre las paredes y puertas cerradas. No había ventanas, lo que dificultaba cualquier intento de escape.

Abrieron una puerta y me empujaron dentro de una habitación.

— Siéntate —ordenó, señalando una silla en medio de la sala, bajo una lámpara que la iluminaba como si fuera un interrogatorio.

Me senté sin quejarme, solo quería salir de allí lo más rápido posible.

Amarraron mis manos y pies al asiento, dejándome completamente inmóvil.

— ¿Quién lo diría? Antonella Presly aquí delante de mis narices —sonrió de oreja a oreja.

— ¿Dónde están mis padres y Miguel? —le pregunté, limitándome a ese tema. Solo quería saber dónde estaban mis seres queridos.

— Wow, qué rápida eres, querida. ¿Por qué no nos presentamos primero? —dijo, pero le interrumpí.

— Mire, señor, yo no vine a hacerme amiga de usted. ¿Le queda claro? —lo miré asqueada—. ¿Dónde están mis padres y mi hermano? —elevé un poco el tono de voz.

Rio mirándome, y eso me dijo que algo no iba bien.

— Tus papis y tu hermanito están en casa.

¿Qué, cómo?

— ¿Cómo que en casa? Llamé, a mis padres. ¡Ninguno contestó! —me alteré. — No me digas que...

— Eres tan ilusa, creerle al hombre que le hace la vida imposible a su hijo. No sé por qué tus padres no contestaron; tal vez alguien se me adelantó —soltó una carcajada que resonó por las cuatro paredes del cuarto.

Fils de pute...

— ¡Fils de pute! —me moví en la silla furiosa por tal tomadura de pelo. ¿Cómo pude caer en tal mentira?  Se rió al ver mi reacción.

— Se nota que no confías en que Mikey pueda protegerte. La casa estaba llena de guardias y, para colmo, ellos iban escoltados. ¿Qué esperabas?

Sentí cómo mis ojos se llenaban de lágrimas de rabia. Me sentía tan estúpida. 

Adicto amor [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora