Antonella
Mikey salió de la habitación dando un portazo, y poco después escuché otro. Trataba de entender por qué la vida me había golpeado de manera tan cruel y por qué estaba aquí. Sentí cómo mis ojos se cristalizaban y algunas lágrimas cayeron sobre el gran edredón de la cama.
¿Él quiso pegarme, de verdad lo quería?
—¿Anto? —escuché una voz que ya conocía bien. Vi a Nelson entrando por la puerta lentamente.
—Nelson... —me sequé las lágrimas, incorporándome.
Se acercó a mí con una cálida sonrisa, ofreciéndome un vaso de agua con una pastilla.
—Para el mareo —me sonrió, colocando sus manos detrás de la espalda.
—Muchas gracias —introduje la pastilla en mi boca y la tragué con pequeños sorbos de agua. Aún recordando la cara de Mikey.
—Antonella, tenle un poco de paciencia. Él nunca ha sabido cómo tratar a una mujer como es debido. — explicó, regalándome una pequeña sonrisa que me hizo sentir más calmada.
—Él me trajo aquí a la fuerza, y me trata así, de esa manera —dije, con un gran nudo en la garganta, dejando el vaso vacío en la mesita de noche.
— No se lo que sucedió, pero escúchame — tomó ligeramente mi barbilla haciendo que lo vea a los ojos. — Tu eres su única oportunidad para hacerlo mejor persona. Dale el beneficio de la duda, por favor — en sus ojos vi reflejada toda sinceridad, yo solo asentí sin más.—Voy a decir que te preparen algo de comer. Si más tarde te sientes mejor, iremos a dar una vuelta por Italia, ¿te parece?
—Ok, gracias, Nelson —le regalé una sonrisa. Con él me sentía tranquila y llena de paz. Al contrario que con Mikey, él era un arrogante y egoísta.
Nelson salió de la habitación, llevando el vaso. Cerró la puerta tras de sí.
¿Yo era su única oportunidad, para cambiarlo? ¿Yo podía cambiarlo, a él?
Admiré todo el cuarto, decorado en tonos claros y oscuros, con una cama exageradamente grande, varias ventanas cubiertas con gruesas cortinas negras, algunos cuadros y dos puertas al fondo.
Me levanté de la cama y abrí una de las puertas, que daba al baño. Al abrir la otra, vi un armario enorme lleno de ropa, tanto de hombre como de mujer. Supuse que era de Mikey y mía. Cerré la puerta del armario y entré al cuarto de baño; era enorme y hermoso. Encendí la ducha, dejando correr el agua hasta que estuvo caliente. Me desvestí y entré. El agua caliente caía sobre mi piel y mi pelo... Me sentía más tranquila, hasta que noté que alguien me observaba y decidí girarme.
—¿Qué coño haces aquí? ¡Lárgate, Mikey! —rápidamente cubrí mis pechos y mi zona íntima con las manos.
—Vine a ver cómo estabas y te encontré así. No es mi culpa, es la tuya por dejar la puerta del baño abierta.— me observaba apoyado en la pared con las manos en los bolsillos.
—Me importa una mierda, ¡lárgate ya! —le miré molesta. Sin saber con que cubrirme, no tenia nada a mano.
—Tú no me das órdenes; esta es mi casa —empezó a acercarse lentamente con esa mirada lúgubre de siempre.
—No me hagas mojarte, ¡lárgate! —le lancé un poco de agua, lo cual fue una mala idea. La camisa que llevaba se le pegó al pecho, revelando su figura y los tatuajes.
—Mira lo que haces, Antonella —agarró la camisa por los botones y, con una fuerza increíble, la rompió, dejando caer los botones por todo el baño. Tiró la camisa y entró a la ducha.
Intenté apartarlo o sacarlo, pero fue en vano. Me cogió de las muñecas, poniéndolas sobre mi cabeza, dejándome totalmente inmóvil y desnuda frente a él.
—¡Mikey, suéltame ya! —forcejeé con todas mis fuerzas.
—Perdóname — susurró, contra mi oreja. Aquella palabra me hizo dejar de moverme y lo miré a los ojos, a los ojos azules que habían tornado a un color oscuro. Sus ojos miraban los míos buscando alguna respuesta. — No tuve que hacer aquello — una de sus manos soltó mis muñecas acariciando mi mejilla.
— Querías pegarme...
— Fue un error, perdóname... — habló contra mi cuello, sintiendo su calor contra mi.
Con una mano me seguía sujetando las muñecas y con la otra empezó a bajar desde mi axila hasta mi clavícula, y de ahí hasta mis pechos, no llegó a tocarlos, deteniéndose en mis ojos.
— Mikey... — susurré con la voz temblorosa, algo dentro de mi quería que me tocara. No sabía nada de él, solo su nombre y algunas cosas, pero como sabía que era verdad, que él era real. Aún teniendo aquellas dudas, mi cuerpo reaccionaba a él, queriendo que me tocase.
—Tú no quieres, pero tu cuerpo sí —dijo, tocando con un dedo mis pezones duros.
Todo esto me excitaba bastante y solté un pequeño jadeo.
—¿Qué era eso de que no me ibas a tocar sin mi consentimiento? —intenté mirarle a los ojos, pero el agua cayendo sobre nosotros me lo impedía.
—¿Acaso estoy haciendo algo que tú no quieras?
Me quedé perpleja mirándolo, y antes de que pudiera reaccionar, Mikey había aplastado sus carnosos y suaves labios contra los míos. Me besaba con lentitud pero de una forma jodidamente rica; podía notar cómo su lengua jugaba con la mía. No sabía cómo seguir este beso aunque fuera lento, me había tomado por sorpresa.
Algo dentro de mí hizo que lo siguiera, haciendo que todo se saliera de control. Nos empezamos a besar con mucha intensidad, como si tuviéramos hambre del uno y del otro. Nuestras lenguas jugaban y batallaban al compás. Era el mejor beso que me habían dado nunca. Un gemido se escapó de lo más profundo de mi garganta cuando apretó uno de mis pezones con fuerza.
—Joder —gruñó, tomando aire, y sin previo aviso metió uno de mis pezones en su boca.
Su lengua se movía con rapidez, tocando mi pezón y chupándolo con fuerza. Los devoraba sin compasión alguna, como si quisiera dejarlos rojos y ardientes.
—Mikey... ¡ah! —gemí sin poder contenerme. De qué valía seguir fingiendo cuando era verdad que me gustaba que me tocara, sentirlo...
Abandonó mi pecho derecho, dejándolo rojo, y se dirigió al izquierdo, que empezó a lamer, morder y chupar nuevamente con fuerza.
—¡Ah! —no podía parar, se sentía tan bien cuando sus dientes presionaban mi pezón y su lengua tocaba la punta.
Su mano empezó a bajar hacia mi vagina, tocándola con suavidad. Sus dedos comenzaban a hacer leves caricias a mi clítoris mientras seguía torturando mis pezones. Mi mente estaba completamente nublada, ni siquiera razonaba, en que estaba haciéndolo con prácticamente un desconocido.
—Estás tan mojada —dijo, masajeando mi clítoris con dos de sus dedos con lentitud.
Me sentía llena de pasión, pero todo eso se cortó al escuchar cómo tocaban la puerta de la habitación.
—Señorita Antonella, la comida ya está lista —se oyó una voz femenina, probablemente una de las empleadas.
—¡Si... , ya voy! —tartamudeé y aparté a Mikey con un leve empujón—. Vete ya, Mikey.
—Nos vemos para comer. No tardes —me miró y, antes de salir, chupó los dedos con los que había estado tocando mi vagina.
Me deslicé por la pared fría de la ducha hasta el suelo, suspirando. Seguía tan excitada por lo de antes que podía sentir cómo mi vagina palpitaba.
Estás loca, completamente loca, Antonella Presly.
Empecé a deslizar mis manos por mis muslos, abriendo las piernas de par en par. Bajé mi mano hasta llegar a mi zona íntima y la acaricié lentamente, hasta que decidí meter dos dedos, soltando varios gemidos no muy altos. Entraba y sacaba mis dedos rápidamente mientras hacía movimientos circulares en mi clítoris con los dedos de mi otra mano. Seguí así por varios minutos hasta venirme. Me levanté, terminé la ducha, me vestí con una camiseta de tirantes negra, un pantalón de chándal gris y me hice un moño alto algo despeinado. Luego bajé al comedor como si nada.

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Adicto amor [#1]
RomanceAntonella Presly una chica responsable y amable, con un sueño que seguir y conseguir se encuentra con Mikey Grace, un gran empresario el cual tiene una vida ajetreada con el tema de contrabando de armas y dinero. Un amor lleno de pasión y poder...