Capítulo 6

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Antonella

Mikey salió de mi habitación, dejándome sola. No podía creer que todo aquello me estuviera sucediendo. Apenas lo conocía desde hacía unos días y, sin embargo, estaba en su casa... secuestrada por él.

De todas las cosas que imaginé que podrían ocurrirme, jamás pensé que acabaría retenida por un paciente.

La preocupación por mis padres me oprimía el pecho; si llegaba a pasarles algo por culpa de ese malnacido, nunca se lo perdonaría.

Me levanté de la cama y me dirigí al baño con paso decidido. Necesitaba una ducha para despejar la mente. La habitación era amplia y lujosa, al igual que el baño, con mármoles claros y un aroma suave a flores frescas.

Abrí la llave y dejé que el agua corriese un momento mientras me desvestía.

El chorro tibio me envolvió, relajando mis músculos. Pero, inevitablemente, los recuerdos de la noche anterior volvieron a mí: la forma en que Mikey había osado tocar mi piel... Asqueroso. Un atrevido sin escrúpulos. Lo detestaba con cada fibra de mi ser.

Tras una larga ducha, salí envuelta en una toalla y abrí el armario. Estaba repleto de ropa de mi talla, perfectamente ordenada, como si todo hubiese sido preparado para mí. Escogí un vestido negro sencillo y una chaqueta corta del mismo tono, de mangas largas. Me calcé unas deportivas blancas y recogí mi cabello en una coleta baja, dejando dos mechones sueltos enmarcando mi rostro.

— Perfecto, Antonella... lista para ir a Italia y alejarte de todo y de todos — murmuré para mí misma frente al espejo de cuerpo entero. Suspiré hondo y me di media vuelta para salir.

Bajé las escaleras hasta la planta baja, donde Nelson y Mikey conversaban. Ambos levantaron la vista al escuchar mis pasos. Crucé los brazos mientras me acercaba.

— Estás preciosa — comentó Mikey, recorriéndome de arriba abajo con la mirada. Llevaba un traje negro y camisa blanca sin corbata; varios botones desabrochados dejaban entrever tatuajes en su pecho. Las mangas, remangadas hasta los codos, mostraban la tinta que decoraba sus brazos.

— Tengo hambre — respondí con frialdad, dejando claro que su halago me era indiferente.

Si iban a llevarme contra mi voluntad, al menos me alimentaría bien para evitar la tentación de matarlo en mitad del viaje.

— Ven, sígueme — indicó Nelson con amabilidad, guiándome hacia el comedor.

Le lancé a Mikey una mirada fulminante que gritaba "te vas a fastidiar, maldito". De reojo, noté cómo sus labios se curvaban en una sonrisa tan atractiva como irritante.

— Aquí tienes el desayuno. Si necesitas algo, puedes avisarme a mí o a las empleadas — dijo Nelson, dedicándome una sonrisa cordial.

— Gracias — respondí, observando la mesa repleta: tostadas, queso crema, mantequilla, tortitas esponjosas, fruta fresca, zumos, café, leche, galletas...
Me senté y comencé a comer con apetito; el hambre me rugía con tal fuerza que habría podido acabar con toda la comida.

— Come despacio, no quiero que te atragantes — comentó Mikey, sentándose a mi lado con una taza de café en la mano.

— A ti qué te importa — mascullé, dándole un mordisco a mi tostada.

— Vamos, no seas así. Encima que me preocupo por ti... — respondió con una media sonrisa, bebiendo un sorbo mientras sus ojos entrecerrados me estudiaban con descaro.

—¿Te preocupas por mí? Después de secuestrarme... qué imbécil eres —gruñí, mordiendo la tostada con rabia, como si aquel gesto pudiera descargar aunque fuera un poco de la frustración que me provocaba su presencia.

Adicto amor [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora