Capítulo 3

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Antonella

Un incómodo silencio se adueñó de la habitación. No entendía qué tenía este hombre, pero su sola presencia lograba ponerme nerviosa. Me había dejado sin palabras —algo poco común en mí—, y esa mirada segura, tan directa, me había dejado completamente desarmada.

—¿Te comió la lengua el gato? —preguntó, humedeciéndose los labios con una sensualidad tan descarada que me sobresaltó.

—No. Estaba pensando en lo gilipollas que eres —rodé los ojos, tomando la carpeta que descansaba sobre la mesita, intentando borrar de mi mente la imagen de sus labios.

—Qué insoportable eres... me gusta —sus ojos recorrieron mi cuerpo de arriba abajo, evaluándome sin prisa.

Putain d'arrogant —murmuré con desdén. Muy guapo, sí... pero un auténtico idiota.

—¿Has dicho algo, preciosa? No te entendí —su voz sonó más cercana; podía sentir cómo acortaba la distancia entre nosotros.

—No, nada —respondí seria, girándome para encararlo. Era tan alto que casi parecía rozar el techo—. Por favor, siéntate. Necesito revisarte —añadí, obligándome a sonar profesional.

—Está bien —obedeció, dejándose caer en el borde de la cama. Me puse los guantes y comencé a trabajar. Con unas tijeras corté la venda que cubría parte de su abdomen y retiré con cuidado el apósito que protegía la herida.

—Mmm... todo parece en orden —comenté mientras humedecía unas bolas de algodón en alcohol etílico y comenzaba a limpiar. Sentía sus ojos clavados en mí, y esa atención inquebrantable me dificultaba concentrarme—. ¿Qué miras? —pregunté, sin levantar la vista de mi labor.

—Lo hermosa que te ves mientras desinfectas la herida.

—¿Esa es tu técnica para ligar con enfermeras? —reí suavemente y tomé otro algodón.

—Si me gustaran las enfermeras, podría decirte que sí... pero solo me gustas tú —su sonrisa ladeada me arrancó un escalofrío involuntario que me recorrió de pies a cabeza.

—¿Me acabas de conocer y ya te gusto? —pasé nuevamente el algodón sobre la herida.

—No lo sé... quizá deba descubrirlo.

—Pues mientras lo descubres, mejora tus frases de ligoteo —coloque un apósito limpio y volví a vendar su abdomen—. Ya está —me quité los guantes y me enderecé.

—Me duele otra cosa, enfermera —se recostó ligeramente, apoyando los brazos en la cama.

—¿Qué te duele? —pregunté con genuina preocupación profesional.

—La polla —soltó sin más, desvaneciendo cualquier atisbo de seriedad en el ambiente.

¿Es idiota o simplemente le encanta provocarme?

—Pues sin revisarlo puedo asegurarte que es solo una erección —arqueé una ceja.

—¿Y si en realidad es una infección y se me cae?

—Entonces te lo pegas con súper glue —respondí seca, anotando en la carpeta el estado de su herida.

—Qué rancia eres —negó con la cabeza, poniéndose de pie.

—Ajá —asentí sin mirarlo, concentrada en mis apuntes. Pero de repente, su mano grande atrapó mi muñeca con fuerza, obligándome a soltar la carpeta—. Oye, ¿qué estás haciendo? —intenté liberarme, pero su agarre era firme, dominante.

—Me gusta que me miren cuando me hablan —su tono grave y serio me provocó un ligero escalofrío.

—Suéltame —forcejeé, pero era inútil.

Adicto amor [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora