Antonella
Un incómodo silencio llenó la habitación. No sabía qué tenía este hombre, pero me ponía nerviosa. Me había dejado sin palabras, algo poco común en mí, ya que su mirada segura me había dejado perpleja.
— ¿Te comió la lengua el gato? — humedeció sus labios con una sensualidad increíble.
— No, estaba pensando en lo gilipollas que eres — rodé los ojos y cogí la carpeta que estaba sobre la mesita, intentando borrar esa imagen de mi mente.
— Qué molesta eres, me gusta — me miró de arriba abajo, examinándome.
— Putain d'arrogant — murmuré, mirándolo con desdén. Muy guapo, sí, pero menudo gilipollas.
— ¿Has dicho algo, preciosa? No entendí — escuché como comenzó aproximarse.
— No, nada — lo miré seriamente dándome la vuelta para mirarlo. Era tan alto, que casi llegaba al techo.— Por favor, siéntate, necesito revisarte — dije amablemente, reuniendo fuerzas.
— Ok — tomó asiento en el borde de la cama. Me coloqué unos guantes y me puse manos a la obra. Cogí unas tijeras y corté la venda que envolvía parte de su abdomen. Una vez retirada, quité el apósito que cubría su herida.
— Mmm... está todo bien — cogí algunas bolas de algodón y las humedecí con alcohol etílico, empezando a limpiar la herida. Notaba cómo Mikey no dejaba de mirarme, lo que no me dejaba trabajar cómodamente.— ¿Qué miras? — pregunté mientras continuaba con mi labor.
— Lo hermosa que te ves desinfectando la herida.
— ¿Esa es tu forma de ligar con enfermeras? — me reí tras aquel comentario y cogí otra bola de algodón.
— Si me gustaran más enfermeras, te diría que sí, pero el caso es que solo me gustas tú — me sonrió de lado, de manera atractiva, enviándome un escalofrío por todo el cuerpo.
— ¿Me acabas de conocer y ya te gusto? — volví a pasar el alcohol en su herida, para desinfectarla del todo.
— No lo sé, tal vez tenga que descubrirlo.
— Pues mientras lo descubres, busca mejores frases de ligoteo — coloqué otro apósito nuevo y envolví su abdomen con vendas — Ya está — me quité los guantes.
— Me duele otra cosa, enfermera — apoyó sus brazos en la cama y se echó un poco hacia atrás.
— ¿Qué te duele? — lo miré preocupada, como una profesional sanitaria.
— La polla — soltó de repente, haciendo que toda la preocupación se esfumara.
¿Es tonto o se hace el gracioso?
— Pues mira, puedo decirte sin revisarlo que es solo una erección — alcé las cejas mirándolo.
— ¿Pero si en realidad tengo una infección y se me cae el pene?
— Pues si se te cae, te lo pegas con súper glue — cogí la carpeta, mosqueada, y apunté el proceso de la herida.
— Qué rancia eres — negó con la cabeza, levantándose.
— Ajá — asentí sin darle importancia, mientras seguía anotando información en la carpeta. Me tomó de la mano con fuerza y solté la carpeta de golpe — Oye, ¿qué estás haciendo? — intenté soltarme, pero su grande mano rodeaba mi pequeña muñeca.
— Me gusta que me miren cuando me hablan — me miró con seriedad, dándome un poco de miedo.
— Suéltame ya — forcejeé e intenté liberarme de su agarre, pero era demasiado fuerte.
— Te lo repito, y que se te grabe, porque no suelo decir las cosas dos veces — me acercó a él de un tirón, sintiendo su cuerpo fuerte y musculoso contra el mío — Vas a ser mía, solo mía — me susurró al oído.
Inconscientemente solté un jadeo al sentir el contacto de su aliento caliente en mi oído. En sus labios se formó una sonrisa de lado que me enloqueció, raramente.
Maldita sea el día y la hora que conocí a este tipo.
— Como te dije antes, sigue soñando, imbécil — me solté con fuerza, saliendo rápidamente. Me choqué con el chico que había visto antes.
— Perdón — se disculpó conmigo.
— No, perdón a ti, con permiso — salí lo más rápido que pude. No podía seguir ahí dentro, sentía que el calor me abrasaría como un pollo al horno.
Maldito Mikey.
Caminé hacia la cafetería. Necesitaba un café bien fuerte para poder asimilar lo que me estaba pasando. No podía creer que así empezaría mi carrera de enfermera.
¿Qué mal hice yo, señor, para encontrarme con este tipejo?
Negué con la cabeza, maldiciendo mi existencia una y otra vez, hasta que llegué a mi ser amado:
La cafetera.
Me preparé un café cargado, pero cuando lo acerqué a mis labios para darle un sorbo, acabé derramándolo sobre mí debido a mi mente nublada. Me miré el traje blanco con una gran mancha marrón. Terminé hecha un desastre.
Merde, merde.
Grité para mis adentros. Mi día no podía ir peor...
Ya había terminado mis practicas, así que era hora de volver a casa. Intenté no articular palabra con el sujeto tan insoportable y jodidamente guapo que me había tocado atender. Solo le llevé la cena y su medicamento.
— Bueno chicos, me voy. Nos vemos mañana — sonreí a mis compañeros, cogiendo mi bolso.
— Adiós, Anto. Cuídate — dijeron al unísono, despidiéndose con la mano.
— Au revoir, bonne nuit (Adiós, buenas noches)— también me despedí con la mano y finalmente abandoné el departamento.
Salí del hospital y miré al cielo, la luna iluminaba mi rostro y la calle. Cerré los ojos, tomando aire y soltándolo suavemente por la nariz. Estaba tan agotada física y mentalmente. Había sido un día muy duro para mí, y más con ese tipo.
Sacudí mi cabeza para no pensar más en ello y di ligeros golpecitos en mis mejillas.
Vamos, Antonella, espabila.
— Pasaré a comprar unos dorayakis para Miguel para que lave los platos por mí — susurré, intentando animarme. Reí internamente al pensar en la cara de mi hermano.
Caminé hacia la panadería de mis tíos, la cual siempre tenía dorayakis para Miguel. Admiré todo a mi alrededor. Me gustaba observar y escuchar todo lo que me rodeaba.
Mikey Grace...
Ese chico es tan idiota, negué, molesta. Sentí una fuerte presión en el pecho, un mal presentimiento. Miré a mi alrededor para ver si alguien me estaría mirando. A lo lejos, vi un auto negro con los cristales tintados y, detrás de mí, no muy lejos, a dos hombres musculosos con trajes negros. Aceleré el paso por el miedo.
Dios mío, querían robarme, o secuestrarme, tengo que llamar a mi tío.
Cogí el teléfono, buscando el teléfono de mi tío entre los contactos. De repente, cuando volví a mirar hacia atrás, uno de los hombres que había visto me tapó la boca con un pañuelo. Tenía un olor muy fuerte que no llegué a distinguir bien. Pataleé y golpeé para que me soltara, pero los brazos que me retenían eran demasiado fuertes. Ya cansada de luchar, empecé a perder el sentido hasta que todo se volvió negro.
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Adicto amor [#1]
Roman d'amourAntonella Presly una chica responsable y amable, con un sueño que seguir y conseguir se encuentra con Mikey Grace, un gran empresario el cual tiene una vida ajetreada con el tema de contrabando de armas y dinero. Un amor lleno de pasión y poder...