Capítulo 48

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Abigail

Un rayo de luz entra por la ventana interrumpiendo mi sueño, una mueca se dibuja en mis labios ante la fastidiosa presencia del sol. Pero de forma inmediata se convierte en un amago de sonrisa ante el recuerdo de lo que ocurrió la noche anterior.

Uno a uno los recuerdos vagan en mi mente.

Después de nuestras confesiones nos acostamos en su cama en su cama. Uno frente al otro con una sonrisa en los labios, aunque preocupados de todo lo que estaba ocurriendo.

—¿Por qué tienes esa cara? —me preguntó.

—¿Cuál cara? Si es la única que tengo.

Una pequeña risa brotó de su garganta, pero de forma inmediata fue opacada por su expresión seria.

—Sabes de lo que estoy hablando.

Yo suspiré antes de responder.

—Estoy preocupada.

—¿Por qué? —cuestionó con el ceño fruncido.

—Por todo esto que está pasando.

—Recuerda siempre que no dejaré que nada ni nadie te haga daño. —susurro acariciando mi mejilla.

—Pero tengo un mal presentimiento.

—Pero yo no dejaré que te hagan daño —repitió.

—Todavía no entiendes —exclamo, mientras me impulso con el antebrazo para ver mejor su rostro.

—¿Qué no entiendo? —pregunta imitando mi posición.

—Que mi preocupación no es por mí, es por ti, idiota.

Por un momento se queda confundido y con una expresión tan rara en el rostro que no puedo impedir mi risa.

—¿Estás preocupada por mi?

—Sí —asiento— ¿Qué haría yo si perdiera a mi idiota favorito?

Una carcajada brota de sus labios ante el cursi apodo.

—¿Idiota favorito? —niega riendo-—¿En serio no se te ocurrió un apodo más tonto?

—¿Y entonces cómo te digo? —le pregunto frustrada.

—No sé. —masculla aun riendo.

Una idea llega a mi cabeza encendiendo el bombillo de la creatividad.
 
—¡Ya se! —Edward me mira atento ante mi emoción—, como me dijiste que eras australiano que tal si te digo cangurito.

Como era de esperarse una carcajada llena el cuarto. Miro fulminante a Edward, pero este se sigue removiendo por la risa.

—Apodo de animales, no —se queja.

—Tú me dices gatita y yo no te digo nada.

—Es verdad.

—¿Y si te digo bichito? —mi pregunta lo hace reír aún más, si eso es posible.

—No, ahora prefiero cangurito.

—Idiota. —mascullo, pegándole ya acostándome de espaldas a él.

—No te enojes, gatita. —susurra en mi oído mientras me abraza.

Comienza a dejar un rastro de besos desde mi cuello hasta mi rostro sacándome alguna que otra risa por las cosquillas y así es como en un momento todo el enojo que sentía desaparece como por arte de magia, no, por la magia de mi cangurito.

Luces y sombras ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora